Entendiendo la verdadera humildad

En honor a la verdad

Querido lector, futuro navegante:

Este post no solo lo escribo para ti. De alguna manera, también lo escribo para mí mismo, porque aborda un tema con el que llevo peleando toda vida, en una pelea que todavía no he ganado del todo.

Desde niño, me enseñaron la importancia de la humildad como valor nuclear. Pero la forma en que se concretaba partía de hacer de menos todo lo que uno mismo consiguiera. No había logro importante. Ninguna de tus capacidades o habilidades era valiosa.

Para hacer verdadero uso de esa virtud, tenías que abajarte constantemente. Tenías que considerarte, más o menos, un pobre diablo hicieras lo que hicieras.

Y lo peor era que nadie te imponía esa forma de pensar. Simplemente, era la que veías en tus padres y en tus hermanos mayores día a día. Y el ejemplo es el mejor testimonio.

Sigo creyendo en la humildad como una virtud. Pero mi forma de entender la humildad ha cambiado, casi como una forma de autoprotección o de búsqueda de vías de crecimiento personal.

Porque esa forma de entender la humildad anula, casi por completo, cualquier forma de autoconfianza.

¿Cómo voy a creer que puedo hacer cosas si todas mis fortalezas no son tales? ¿Cómo me voy a motivar a seguir adelante si, haga lo que haga, no va a tener importancia ni valor para mí?

Esa idea de la humildad es autodestructiva y bloqueante. Y lo he experimentado durante bastante más de 40 años.

Actualmente, después de mucho leer y de mucho reflexionar, creo que la humildad no es incompatible con la confianza en uno mismo.

La humildad verdadera, la que podemos considerar una virtud, la que es constructiva en la relación con los demás, se basa en otro de los pilares en los que creo que hay que construir una relación sana con la gente: la escucha.

Consiste en no creer que siempre tienes la razón. En estar abierto a escuchar a los demás y en entender que ellos pueden tener opiniones tan valiosas como la tuya o, en muchos casos, más.

En entender que no eres ni más ni menos que los demás. Que eres, simplemente, diferente. Y que esa diferencia trae una riqueza que te puede ayudar al igual que les puede ayudar a los otros.

Aceptar que todavía te falta mucho por aprender, pero que eso no es malo, sino que es parte de un camino que nunca acaba.

Considerar tus errores como una forma de aprendizaje, no una muestra de debilidad. Por ello, mirar siempre adelante, aplicando lo que has aprendido en el pasado.

Esta forma de afrontar la humildad creo que nos acerca a los demás y a nosotros mismos. Creo que nos pone en el mismo camino de los que nos rodean y nos enseña la verdadera belleza de ese camino, con sus luces y sus sombras.

Si te parece atractiva esta perspectiva, sigue conmigo para ver formas de aplicarla a tu vida.

Cómo emplear la verdadera humildad

Una de las primeras cosas que me ha traído esta forma de entender la humildad es la conciencia de que ser disciplinado y exigente con uno mismo no implica estar siempre a disgusto con lo conseguido.

Ninguno somos de piedra ni supermanes. Yo, al menos, no lo soy ni lo pretendo ser. Por ello, cuando conseguimos alguno de nuestros objetivos, cuando logramos avances en la dirección adecuada, debemos reconocérnoslos a nosotros mismos. Debemos reconocer nuestra capacidad de lograr cosas.

Debemos verlas, simplemente, de forma aséptica, como si los viéramos en otros. Pero, muy importante, a la luz de nuestros propios valores. Son ellos los que deben dictar si está bien o mal.

Eso nos aísla, también, de las presiones de la sociedad. Eso da otra dimensión tanto a aciertos como a errores. Les da verdadera perspectiva.

Por eso, es importante hacer inventario de tus logros de vez en cuanto. Quizá cada trimestre o cada semestre. Como mucho, una vez al año. Y, ante esos logros, regalarte de vez en cuanto cosas importantes a la luz de esa misma escala de valores.

Momentos con gente con la quieras estar, libres de la tensión del trabajo. Cosas que te guste hacer, sin importar lo que cuesten o el tiempo que te ocupen.

Del mismo modo, ante nuestros errores debemos reaccionar siempre de forma positiva. He metido la zarpa, sí, pero eso no se queda ahí. Algunas preguntas valiosas que nos podemos hacer:

  • ¿Es, de verdad, ese error tan importante a la luz de mis propios valores? ¿O lo es a la de otras personas?

  • ¿Por qué ha ocurrido? ¿De qué forma podría haber actuado para que no fuera así?

  • ¿Existe algún hábito detrás de este error que debamos corregir? ¿O ha sido algo puntual?

¿Te das cuenta? Al final nos vamos, como siempre, a crear hábitos positivos y a corregir los negativos. Porque la verdadera humildad se debe convertir en un hábito, que nos acerca a nuestros errores no como fracasos, sino como experimentos fallidos.

Incluso muchos de ellos los acabaremos recordando con cariño por las ideas un tanto naif que había detrás de ellos.

Ojo, no confundamos esta idea con la visión de que podemos estar haciendo insensateces toda la vida y aprender de ellas. En absoluto. Si nos dejamos guiar, de verdad, por esa escala de valores que empleamos como referencia tanto para lo bueno como para lo malo, sabremos hasta dónde llega la mentalidad experimental y dónde empieza la estupidez.

Esa escala de valores es parte de ti. De tu acervo personal, de experiencias, de conocimientos. Es parte de tu propio tesoro, de las diferencias que te hacen valioso.

Comentaba con un compañero hace un par de días que no me gusta la expresión nadie es imprescindible, porque la forma en que nos quita valor. De hecho, siempre que alguien la emplea le respondo que todos somos irreemplazables, porque todos somos únicos y diferentes.

Recuérdalo: nadie va a aportar lo mismo que tú aportas, porque nadie es igual a ti y nadie tiene el mismo cocktail de capacidades, vivencias, memoria, intelecto, etc. que tienes tú.

Esta idea es nuclear en mi concepto de la humildad enriquecedora, aplicada tanto a los demás como a ti mismo.

Conseguir que la ayuda venga de ti mismo

En mi caso, entender lo que era una humildad sana y constructiva me permitió empezar a valorar tanto mis logros como mis capacidades. Es decir, desbloqueó en mí la capacidad de creer de lo que soy capaz. De tener, por tanto, confianza en mí mismo.

La autoconfianza es, a mi forma de ver, uno de los pilares del crecimiento personal. Sin ella es difícil abordar el reto de transformarse.

Pensemos que el crecimiento se basa en superar viejos paradigmas, fundamentalmente, que construyen un esquema mental erróneo, e implantar otro mucho más sano y constructivo. Pero, si no nos creemos capaces, ¿cómo va a ser eso posible?

La confianza en uno mismo, además, convertida en hábito, genera una dinámica positiva. Ante la adversidad, nos reconocemos con capacidad de superar cada situación. Las caídas, como hemos hablado, las convertimos en oportunidades de aprendizaje.

Además, como hábito nos permite disponer de un modelo mental positivo en todos los ámbitos de la vida. Reconocemos nuestros logros en todas las situaciones. Reflexionamos sobre nuestros tropiezos siempre de la misma manera.

La confianza nos hace independientes: nuestra fuerza surge en cualquier situación que enfrentemos, pues tenemos ese esquema de poner en valor los logros y analizar los errores.

Pero la confianza tiene dos peligros:

  • Caer en un exceso de confianza, en pensar que ya tenemos todas las capacidades, todos los conocimientos, nos puede llevar a perder la actitud de crecimiento. En este caso, estaríamos perdiendo la verdadera humildad, en este caso por el otro extremo.

  • Como comentábamos antes, la confianza no se puede convertir en un positivismo naif e irracional. Como bien apunta Simon Sinek, la confianza proporciona un optimismo en que, ante una situación negativa, se puede superar, pero sin dejar de comprender la dificultad que se esté enfrentando.

excesos en cualquier sentido.

Una autoestima sana llega, nos dice Stephanie Harrison, cuando están alineados quién eres por dentro y por fuera.

Porque en nuestra escala de valores reside nuestra verdadera esencia y es la base que nos hace saber que, pase lo que pase, seguimos siendo nosotros y, por tanto, seguimos siendo valiosos.

Si te das cuenta, al final, como ya hemos comentado, todo pasa por conocernos en profundidad. Todo pasa por tomar el tiempo necesario para pensar sobre nosotros mismos, escucharnos y construir nuestro propio diálogo interno.

Un diálogo constructivo, claro.

Construyendo una sólida confianza

Si has llegado hasta aquí acompañándome en este viaje, quizá te llame la atención que este post podría parecer contradictorio con aquél en el que hablamos, ya, de la autoconfianza.

¿Crees que has avanzado desde entonces, hace veintitantos posts? ¿Cómo te sientes? ¿Crees que hemos podido crecer con todo lo que hemos visto, analizado, revisado?

Si recuerdas, en aquel primer post insistíamos en la importancia de un sistema. De un modelo para trabajar desde una posición en que, posiblemente, desconfiáramos casi por completo de nuestras fortalezas.

Esa humildad positiva de que hemos hablado no es más que un esquema mental que nos ayude a nuestro crecimiento. No es más que un ingrediente clave en ese sistema.

Por tanto, mantenemos el enfoque: no somos nosotros, es nuestro sistema. Con eso arrancamos.

Y, al ver que el sistema da frutos, apreciamos que la mente detrás del sistema es la nuestra. Con ello, cerramos el círculo y nos hacemos conscientes de nuestra propia valía.

Fíjate, además, en otra cosa: los logros que consigamos, si hemos definido bien nuestros objetivos, son hechos. No son sensaciones, no son impresiones subjetivas. Son datos de lo que hemos sido capaces de hacer.

Como Rebecca Ogle nos recuerda, el diálogo interno neutral no es positivo ni negativo, sino, en cambio, objetivo, ligado siempre a los hechos.

Aquí tenemos que hacer uso de nuestra mente racional y mantener el chimpancé totalmente enjaulado, porque nos estamos enfrentando a datos objetivos. De nuevo, la calma para hacer una reflexión adecuada sobre todo ello se hace imprescindible.

Y para que esa reflexión sea fructífera, recupero otro tema del que ya hemos hablado: la importancia que tiene el lenguaje con nos comuniquemos con nosotros mismos. Las palabras que elijamos van a marcar nuestra aproximación a nuestros resultados. Ese diálogo interno que citábamos antes.

Recuerda que pensamos con palabras. Recuerda que hay ciertos términos, ciertas expresiones habituales, que nos refuerzan, que nos confirman. Recuerda que hay otras, en cambio, que están perfectamente diseñadas para reventar nuestras expectativas y hacernos ver las cosas de forma distorsionada.

Recuerda que hemos hablado de la importancia de crear un hábito de afirmaciones positivas y, a su vez, de identificar aquellas expresiones perniciosas que, seguro, tenemos muy implantadas en nuestro diálogo interior.

Piensa en lo que decía Napoleon Hill: la repetición de órdenes al subconsciente es el único método conocido para intensificar voluntariamente la emoción de la fe.

De nuevo, otro hábito. De nuevo, persistencia y consistencia para construirlo.

Si te das cuenta, nuestro sistema se construye a partir de un esquema mental y de hábitos. Ambos requieren repetición. Requieren aplicarlos todos los días. No admiten vacaciones de hábitos.

Porque tus esquemas mentales actuales llevan años y años contigo. Por tanto, esas vacaciones van a ser la ocasión idónea para que regresen y echen por tierra el trabajo que hayas hecho.

Pero aquí cuentas con una ventaja: si te das cuenta, lo primero que hemos quedado que veas son objetivos cumplidos, hitos que hayas alcanzado. Por ello, cuentas con dos ventajas:

  • Por una parte, estás basándote en tus fortalezas. En aquello en que eres bueno y que precisamente, te ha permitido alcanzar esos logros. Con ello, trabajar esos hábitos te va a resultar más sencillo.
     
    Fíjate en lo que te funcione, además, y aprovéchalo para que te siga dando resultados una y otra vez. De igual modo, descarta cuanto antes aquello que veas que no funciona. No te agarres a ello de ningún modo.
     
    Empieza con solo de una de tus fortalezas, nos recomienda Tanya Peterson, y, cada día, determina cómo la usarás.

  • Por otra parte, esos objetivos muestran, si los has definido correctamente, lo que quieres llegar a ser. Muestran la persona en que te quieras convertir. Por ello, te será más fácil alcanzar un compromiso contigo mismo para la creación y mantenimiento de esos hábitos.

Como siempre, aprovecha la naturaleza humana para ponerla a tu favor y eliminar fricción en tu camino.

Sin embargo, no nos engañemos. No es extraño que vuelvas a sentirte mal, sobre todo si fallaras en la consecución de alguna de las metas. Es normal que puedas perder, como ya hemos comentado, el ánimo y caer en la autocrítica, que está ahí para echar por tierra el trabajo de construcción de la confianza en uno mismo.

En estos casos, recuerda que estás en un camino. Recuerda cuántos han sufrido fracasos mucho más sonoros que los que puedas imaginar y, sin embargo, a base de aprender de ellos han alcanzado, finalmente, el éxito que buscaban.

Recuerda que la experimentación es una excelente vía de aprendizaje y un modo de encontrar el modo idóneo de hacer las cosas. Recuerda que en ella, además, reside una maravillosa manera de dar rienda suelta a algo tan humano como la curiosidad.

Así, cuando tu voz interior empiece de nuevo con la cantinela de siempre, recuérdale que tienes un camino trazado. Recuérdale todo lo que, sin duda, ya has aprendido. Haz inventario de tus progresos. Compárate en el tiempo contigo mismo.

Recuérdale todo el resto cosas que hayas conseguido y confróntalas con el pequeño error que hayas podido cometer.

Si has podido avanzar en otras cosas, ¿por qué no en esta concreta?

Si has aprendido en las ocasiones anterior, ¿por qué no vas a extraer conclusiones positivas en ésta?

Dandapani nos recomienda que dejemos ladrar al pequeño perro. No le prestemos atención. Aceptemos el hecho de que eso es lo que hacen los perros pequeños y, cuando podemos aceptarlo, deja de convertirse en una molestia. Los gatos maúllan, los perros ladran. Es así. No esperes otra cosa.

Si tomas la vida como un camino de aprendizaje, no hay errores ni aciertos. Simplemente, etapas en el camino, que es donde encuentras la verdadera belleza de vivir.

Así, lo que se convierte en verdaderamente importante es que puedas mirarte al espejo y ver a alguien que se parece, un poquito más hoy que ayer, a la persona que quieres realmente llegar a ser.

La verdadera confianza está, por tanto, en creer que puedes seguir adelante con ese camino y con tu sistema pase lo que pase.

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