El motivo real de mi viaje

Querido lector, futuro navegante:

Empezamos nuestra segunda vuelta al mundo. Volvemos al principio de nuestra ruta, a nuestro primer ámbito de interés. No sé tú, pero yo me he quedado con muchas ganas tras el primer viaje. Me hubiera gustado ver muchas cosas más. Me hubiera encantando pasar más tiempo en alguna de nuestras escalas para conocerla mejor. Pero, como hemos comentado varias veces, la forma idónea de avanzar es andar con firmeza, no correr. Asentar bien cada paso antes de dar el siguiente.

Como los buenos escaladores. Ten en cuenta que nosotros también estamos ascendiendo hacia la cima de nuestra habilidad personal, la resolución de problemas.

Vas a ver algunas novedades. A petición de los lectores que me han regalado con sus comentarios, he reducido la extensión de los posts, para facilitar su lectura, eliminando dos puntos de nuestro esquema habitual: el análisis de las soluciones intentadas y el de las alternativas.

El primero, porque tú sabes mucho mejor que yo qué has intentado y qué no y qué problemas tienes. El último, porque prefiero proponer una sola opción y que tú me vayas contando las dificultades que encuentras y, entonces, sí, proponerte alternativas.

Comentados los cambios, si has podido poner en práctica todo lo visto en ese primer ciclo, si lo has podido reposar, es hora de ponernos, de nuevo, en marcha. Coge tu petate, que cada vez irá más lleno pero, a la vez, más ligero, y te invito a que emprendamos, de nuevo, la marcha.

Respondiendo las preguntas más difíciles (un poco de contexto)

A veces parece mentira. Estamos en un momento de la historia donde hay más conocimiento disponible que nunca. Internet es una fuente casi infinita de información, con una porción muy importante totalmente gratuita. Sin embargo, probablemente sea en este momento donde el ser humano está fracasando más en algo esencial: conocerse a sí mismo.

Ya lo comentábamos en un post anterior: el mundo actual es rapidez. Todo tiene que ser para ya. No podemos esperar ni un instante. Cualquier parada la asumimos  como pérdida de tiempo o nos produce aburrimiento. Todo nuestro tiempo tiene que estar ocupado haciendo algo.

Sin embargo, lamentablemente, tanto movimiento, tanto atropello, muy pocas veces nos conduce a ninguna parte. ¿Alguna vez te has preguntado para qué estás tan atareado? ¿Cuántas veces te has parado, de verdad, a reflexionar sobre ello?

Supongo que, un poco como nos pasa a todos, tu idea será progresar, ascender en tu vida profesional. Pero ¿qué hace esa vida por la que vas subiendo para satisfacerte? ¿Qué consigues de lo que, realmente, te sientas orgulloso?

Espero que, si estás siguiendo este blog, tu respuesta no sea algo así como «ganar mucho dinero» o «tener mucho prestigio». Porque no creo que eso acabe satisfaciendo a nadie. Es la típica cima en la que, al llegar a ella, todo a tu alrededor está rodeado por una fría niebla en lugar de la hermosa vista casi infinita que esperabas.

Si esas son nuestras metas, lo normal es que, cuando las alcancemos, no nos sintamos completos. Quizá por eso mucha gente en nuestro mundo, teniéndolo todo, es profundamente infeliz. Como nuestros jóvenes, en una época en que lo tienen todo terriblemente fácil y, sin embargo, no son la generación más feliz en absoluto.

¿Te has parado a pensar si eso que vendes realmente ayuda a los que lo compran? ¿Si has aportado verdadero valor a tu empresa, a tu departamento, a tu equipo? ¿Si has transformado la vida de una sola persona? Aunque sea durante un tiempo y en una parte de ella.

Y, si lo has conseguido, ¿qué sentiste? ¿Te has podido parar a pensarlo? ¿Te has podido parar a disfrutar de la sensación? Muchas veces es realmente intensa, ¿verdad?  No es necesario que sea un gran cambio. A veces, una sonrisa, una sensación de ser comprendido, de cercanía, es suficiente. No es preciso que lleguemos a mucha gente ni a través de la solución a un gran problema para tener esa sensación.

Pero eso que hicimos a esa persona nos llenó profundamente. Por un periodo corto, hasta que vinieron de nuevo las prisas, pero nos sentimos plenos.

Sin embargo, muy probablemente hayamos rechazado esa sensación y, casi de inmediato, hayamos vuelto a nuestro desenfreno y hayamos acallado esa voz. ¿No te ha pasado no una, sino muchas veces? El ser humano moderno dedica mucho tiempo a lamentarse y a observar con todo detalle sus malos momentos. En cambio, qué poco paladeamos los momentos dulces que nos da la vida.

Pues precisamente en eso consiste lo que te decía de conocernos a nosotros mismos: saber escuchar esos momentos, prestar atención a esas situaciones. Dedicar tiempo a conocer qué es lo que nos mueve. De hecho, a mi forma de ver, parte de nuestra labor al tomar plena responsabilidad sobre nuestras vidas es llegar a un profundo conocimiento de nosotros mismos y de nuestras motivaciones.

¿No crees que es algo en lo que merezca la pena detenerse?

Y todo esto, ¿para qué?

Es más que posible, como me ocurrió a mí durante muchos, muchos años y seguro que a muchos otros navegantes, que no hayas encontrado tiempo para esa reflexión. Todo parece bastante claro: tienes que trabajar, tienes que seguir adelante, tienes que… hacer, hacer y hacer. Con eso ya estás suficientemente ocupado.

También puede ser que te plantees el para qué de esta reflexión. ¿A dónde queremos llegar con ella?

Posiblemente haya muchas respuestas a esta excelente pregunta, pero para mí hay una fundamental: quiero comprender por qué me gustaría ser recordado. En qué grupos o a qué personas me gustaría haber influenciado. Qué impacto me hubiera gustado producir en mi entorno, aunque sea el inmediato, el más cercano. En definitiva, qué podría llenar mi vida de felicidad.

Podemos darle muchos nombres a este concepto, pero a mí me gusta especialmente uno: el propósito. Acudiendo, como siempre, al diccionario de la RAE, tenemos una definición que me encaja perfectamente: ánimo o intención de hacer o de no hacer algo. Nuestro propósito, por tanto, es la intención con que actuamos en la vida. Es decir, nuestro porqué.

Y ahora podría venir la siguiente pregunta, que a muchos les resultará inmediata: ¿para qué necesito yo saber mi propósito en la vida? Bien. Veamos algunas razones:

  • Sin tener un porqué, es realmente complicado tener una motivación en la vida. Si no sé por qué hago las cosas, ¿qué me lleva a hacerlas? ¿Crees que es humano hacer las cosas sin razón?

  • Sin conocer el porqué es difícil tener unas metas realmente interesantes, que de verdad quieras alcanzar.

    Este comentario nos lleva a un aparente contrasentido, dado que en mi primer post sobre esta área hablábamos de definir las metas y aún no habíamos hablado del propósito. En efecto, el propósito es la base y, por ello, nos sirve de guía a la hora de definir unos objetivos fundamentales.

    Sin embargo, enfrentarse a esta gran pregunta es bastante complejo, por lo que he creído conveniente empezar por algo más sencillo pero qué, igualmente, nos haga reflexionar. Por experiencia propia creo que es mucho más fácil aproximarse a tu intención cuando te planteas cuáles son tus objetivos. Es más, en ocasiones este propósito puede aparecer como una epifanía cuando valoremos esos objetivos. A mí, al menos, me ocurrió así.

  • Conocer el porqué está relacionado con nuestros valores y, por tanto, es parte constituyente de nuestra identidad como personas. De la forma en que queremos presentarnos a los demás. Por tanto, conocer el porqué de nuestro existir es un ladrillo más en la construcción de nuestro crecimiento personal y profesional. Como nos dice Francisco Alcaide, «cuanto más te remueva por dentro tu propósito y mayor sea su impacto en los demás, más fácil resulta resistir y aguantar las contrariedades de la vida».

  • Nuestro propósito cambia nuestra visión de qué es son éxitos y qué son fracasos. Si tus errores han estado alineados con tu propósito, si se han producido en un intento de dejar un impacto positivo en los demás, entonces nos podemos sentir orgullosos de ellos. Cuántos éxitos, en cambio, dejan por el camino un reguero de malas sensaciones, de remordimientos y de penas porque están completamente alejados de nuestro por qué.

Para acabar de definir nuestro problema de hoy, me gustaría hacer algunos juegos de adivine las siete diferencias entre algunos conceptos que podemos confundir:

  • Por una parte, la diferencia entre propósito y pasión. Ya hemos visto que propósito es intención. A su vez, la pasión es aquello en que proyectarás tu propósito con todas tus energías. P.e. mi propósito es ayudar y/a construir. Mi pasión profesional es la tecnología y los negocios. Pues voy a intentar ayudar y/a construir empresas más eficientes, más avanzadas, que sean mejores lugares para trabajar a través de la tecnología.

    Es decir, propósito + pasión profesional = misión profesional. Pero todo lo que hagas, personal o profesional, debe estar marcado por tu propósito. P.e. yo tengo que ayudar y/a construir un hogar feliz para mi familia, o una relación de gratitud con mis padres, o amistades enriquecedoras para las dos partes.

  • Por otra parte, la diferencia entre propósito y visión. Tu visión es el resultado final al que querrías llegar gracias a tu propósito y que, como nos recuerda Mo Gawdat, podría ir más allá de ti mismo. P.e. a mí me gustaría ayudar y/a construir una generación de profesionales con otra mentalidad, con un conocimiento mayor y que sean capaces de cambiar nuestro país.

    Ese sería mi resultado final. Pero lo hago a través de mi propósito, que es mi motor de transformación, de generación de valor, de aportación a mi vida y a las de los que me rodean, tan lejos como quiera llegar en el tamaño de mi entorno. Mi visión sería el estado final soñado al que conduzca esa transformación.

A veces una pregunta puede plantear un problema de una gran complejidad. Hoy es así, especialmente, porque conocer nuestro propósito apunta a las raíces más profundas de nuestro ser y nos produce una fuerte conmoción interna. Podría ser que nos demos cuenta de la cantidad de recursos y de tiempo perdidos apuntando en la dirección errónea o, la mayor parte de las veces, en ninguna dirección concreta.

Llegar a esa conclusión nos genera miedo. Pero, si nos paramos un momento a pensarlo, es la única forma de corregir el rumbo y de aprovechar, de verdad, nuestro tiempo en este mundo.

Es decir, que dar respuesta a la pregunta de hoy puede, y debe, transformar nuestra propia vida.

Encantado de conocerme

Parece claro que nuestro objetivo de hoy es, básicamente, conocernos en profundidad. Comprender la que queremos que sea la intención última de nuestra vida es, realmente, una forma de llegar a lo más profundo de nuestro ser.

Conocerse es la base de la construcción personal. Nos dice nuestro punto de partida y hacia dónde queremos ir. Nos indica cómo debemos vivir nuestro viaje.

Es algo esencial para poder crecer, para poder construirte. La construcción pasa, a mi entender, en otras cosas, por:

  • Saber dónde voy y por qué: visión y propósito.

  • Asumir cómo quiero verme y que me vean: identidad.

  • Reconocer qué necesito para llegar ahí, mis limitaciones y las habilidades que necesito para alcanzar todo lo anterior.

  • Decisión para tomar el control y empezar a trabajar sobre todo ello: compromiso y responsabilidad sobre tu vida.

Tenemos que entender que aquello por lo que luchamos, aquello que buscamos, así como los motivos que nos llevan a ello van a presentar un reflejo externo de nosotros mismos. Ese reflejo es lo que llamamos identidad. Si volvemos a la RAE, identidad se puede definir como conciencia que una persona o colectividad tiene de ser ella misma y distinta a las demás.

Al definir nuestra identidad, nos hacemos conscientes de aquello que nos presenta cómo somos ante nosotros mismos y ante los demás, así como de la forma en que nos hace únicos.

Al final, la identidad que elijamos no deja de ser un compromiso con nuestro entorno, pues con ella, como nos dice Charles Duhigg, generamos unas expectativas en la sociedad que resultan fuertemente motivadoras. Ese compromiso nos puede ser muy valioso, como veremos, para ayudarnos a moldear nuestro comportamiento y nuestros hábitos.

Nuestras metas y propósito nos generan un compromiso interno con nosotros mismos. La identidad que adoptemos proyecta ese compromiso con nuestro entorno, en lo que los demás pueden esperar de nosotros.

Redactando nuestro epitafio

Suena fuerte, ¿verdad? Las palabras «nuestro» y «epitafio» juntas en la misma frase nos producen un cierto escalofrío. Sin embargo, como decía Steve Jobs en su archifamoso discurso en Stanford, recordar que voy a morir pronto es la herramienta más importante que he encontrado para ayudarme a hacer las elecciones más graves en la vida.

La muerte proporciona un contexto diferente de cualquier otra cosa. Supone un momento final, donde no hay vuelta atrás, donde las decisiones que hayas tomado en la vida cobran su significado definitivo.

Por ello, utilizar la perspectiva muerte nos sitúa en la situación idónea para que las verdades sobre nosotros mismos afloren. Como decía Kierkegaard, la vida solo puede ser entendida hacia atrás, pero debe ser vivida hacia adelante. Para entender qué impacto queremos producir en los demás debemos visualizar ese momento final y preguntarnos por qué querríamos ser recordados, de forma que nuestra vida tenga verdadero significado para nosotros.

Para responder esta pregunta creo que hay algunas claves a considerar:

  • En primer lugar, la respuesta debe venir de un momento de calma. Son reflexiones a tomar con la mente fría. Los momentos de tensión, de frustración, de nervios no son los adecuados para dar una buena respuesta a una cuestión tan fundamental.

  • En segundo lugar, debemos disponer de un tiempo suficiente que nos hayamos reservado para nosotros mismos. Guardar ese tiempo, libre de distracciones, en el que, de verdad, podamos hacer una reflexión suficientemente profunda, es esencial para dar con una buena respuesta.

  • En tercer lugar, recomiendo con especial énfasis que escribamos. Como decía Niklas Luhmann, es imposible pensar sin escribir; al menos de una manera sofisticada y conectable. La escritura nos proporciona la pausa que necesitamos. Nos permite estructurar las ideas sin perderlas en la memoria. Nos permite conectar. Debe ser una escritura natural, que refleje lo que hay en nuestra mente. Sin trabas, sin literatura. Solo dejar surgir las ideas y recogerlas.

  • Por último, la respuesta tiene que resonar en nuestro interior. No debemos conformarnos con algo que suene bien. La solución está dentro de nosotros. No puede ser algo superficial. Debemos sentirnos, de verdad, llamados, aunque ellos suponga enfrentarnos a nuestra propia vida. De eso, precisamente, se trata.

Muchas veces nos sentimos pequeños al pensar en nuestro propósito. Sin embargo, tenemos que ser conscientes de que todos podemos producir un impacto enorme en los que nos rodean. Tú mismo lo has percibido. ¿No fue esculpiendo tu mentalidad tu madre, o tu padre, en tu infancia? ¿O ese hermano mayor que siempre has tenido como referente? ¿No te cambió aquella conversación con un amigo? ¿No fue ese amigo el que te inició en aquello que haces ahora?

Sin duda, otras personas pensarán lo mismo de ti y te recordarán en momentos clave de tu vida. ¿Cuál quieres que sea ese recuerdo?

De la mano de la respuesta vendrá, por una parte, una sensación de paz. Como nos dice Nick Vujicic, lo más importante es reconocer tu propósito. Te aseguro que tú también tienes algo que contribuir. (…) Sólo cuando tus talentos y tu pasión estén totalmente comprometidos, con toda su fuerza, encontrarás tranquilidad. Sentiremos que, al fin, hemos encontrado esa guía para nuestra vida.

Por tanto, el concepto de propósito que estamos proponiendo está asociado con la realización personal.

Pero, a la vez, podemos sentirnos incómodos. Pueden aflorar otras preguntas: ¿qué he estado haciendo con mi vida? ¿Para qué sirve todo lo que he hecho? ¿Qué hago ahora para cambiar el rumbo? De hecho, estas preguntas nos impiden, muchas veces, llegar a la verdad, porque nos sentimos abrumados por ella y por sus implicaciones.

Pero estamos en un viaje que se anda paso a paso, puerto a puerto, escala a escala. Despacio. La clave está, una vez más, en nuestra determinación y en nuestra perseverancia. Sin miedos pero con convicciones. Nadie ha podido nunca dar respuesta plena a su propósito en el momento de haberlo encontrado. Tranquilidad, que vamos a ir, poco a poco, juntos viendo cómo.

Cuando llegas a esta respuesta debes poner en contexto, de nuevo, las metas que ya te hayas planteado. Debes valorar si, realmente, son concordantes con tu propósito. Ten en cuenta que ese propósito será transversal a las áreas principales de tu vida, con lo que las afectará a todas ellas. Es un buen momento para repasarlas, para valorarlas de nuevo. Ahora deberían tomar pleno sentido o, de lo contrario, deberíamos reconsiderarlas.

Volvemos, pues, a empezar. Como haremos tantas veces a lo largo de nuestro viaje.

Ideas clave

  • La rapidez de la vida moderna nos impide conocernos a nosotros mismos.
  • Conocerse es entender lo que nos llena de verdad y prestar atención a esos de pequeña o gran felicidad que nos ofrece la vida.
  • Definir nuestro propósito es conocer el por qué hacemos las cosas, nuestra intención última.
  • Ese propósito arroja luz a nuestras metas, forma parte de nuestra identidad personal y pone en perspectiva nuestros éxitos y fracasos.
  • Conocer nuestro propósito debería ser la base para transformar nuestra vida.
  • La identidad es la proyección de ese propósito al exterior, que nos compromete con nuestro entorno.
  • Emplear el pensamiento de la muerte nos pone en el contexto de lo que es definitivo, idóneo para responder estas preguntas.
  • La reflexión sobre nuestro propósito debe estar acompañada de calma y realizarse en un tiempo suficiente que nos reservemos a nosotros mismos.
  • Escribir nos proporciona el marco ideal para estructurar nuestras ideas y no perderlas.
  • Las conclusiones de esa introspección no deben ser superficiales: deben llegarnos, de verdad, hasta el punto de invitarnos a transformar nuestra vida.
  • Todos podemos transformar la vida de los demás, producir un impacto. Todos somos capaces de ello.
  • Encontrar nuestro propósito nos proporciona una gran sensación de paz, pero, a la vez, la incomodidad de enfrentarlo con nuestra vida actual.
  • Una vez localizado nuestro propósito, debemos someter las metas que definimos a su escrutinio y consolidarlas o reformarlas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *