La peligrosa belleza de las palabras
Querido lector, futuro navegante:
Hoy me voy a detener. Vamos a hacer una escala inesperada porque, como yo voy recorriendo el camino junto a ti, me he encontrado con algo que, tanto a mí como a mis seres más queridos, nos afecta mucho. Déjame que te explique.
A lo largo de las etapas que ya hemos recorrido, habrás visto que soy acérrimo de la escritura. Me encanta nuestro idioma. Me encanta su belleza, me encanta su fuerza. Pero me asusta su poder.
Ya hemos hablado en un post anterior de la capacidad que tienen las afirmaciones positivas de ir modificando, poco a poco, la forma en que vemos las cosas.
Como nos dice José Miguel Valle, a mí me sigue provocando boquiabierta perplejidad la capacidad de las palabras para alegrarnos o entristecernos, atemorizarnos o tranquilizarnos, descorazonarnos o esperanzarnos, empequeñecernos o agigantarnos, irritarnos o balsamizarnos, exultarnos o deprimirnos.
El problema es que somos máquinas perfectas de idear afirmaciones negativas. En castellano tenemos un montón, disfrazadas de aforismos, de lugares comunes, de refranes, incluso.
Son palabras sueltas, pequeñas frases, expresiones que están tan profundamente enraizadas en la narrativa popular que las decimos de carrerilla y las añadimos a muchos de nuestros pensamientos, a muchas de nuestras frases cotidianas.
Nos salen sin pensar, es decir, sin acudir a nuestro sistema racional. De una forma muy natural y, por tanto, muy peligrosa.
Me gustar llamarlas palabras infecciosas. Nos intoxican a nosotros y la que gente con las que las verbalizamos. Nos obstaculizan e, incluso, nos detienen. Nos producen sentimientos y emociones perniciosas. Nos afectan, de verdad, tanto psíquica como físicamente.
De hecho, el Dr. Bruce Lipton nos habla del efecto nocebo de los pensamientos negativos, en contraposición al conocido efecto placebo. Como bien nos dice, el pensamiento negativo es igualmente poderoso en relación al efecto sobre nuestra biología que el pensamiento positivo, pero en la dirección opuesta.
También hemos hablado de cómo nuestro cuerpo reacciona ante ciertos estímulos con reacciones condicionadas. En este caso, esas reacciones son de miedo, de inquietud, de frustración, de tristeza. No existe, realmente, ningún motivo, pero esas palabras son suficientes para crear estas reacciones.
Creo que es importantísimo detectar esas palabras y hacer el ejercicio mental de eliminarlas. Mejor aún, de sustituirlas por otras que tengan el efecto contrario. Acostumbrarnos (cosa de hábitos una vez más) a emplear palabras sanadoras. A emplear un lenguaje que cree posibilidad, no que la anule.
Me encanta el maravilloso ejemplo que nos ofreció Jandro en su charla TEDx, sobre la forma en que cambian las cosas si sustituimos una palabra infecciosa como «solo» por una palabra sanadora como «aún».
Como pasamos de la tensión a la esperanza. Del bloqueo a la acción. De la inquietud a la perseverancia.
Por eso, he creído interesante identificar muchas de esas palabras infecciosas que inundan nuestro día a día, señalarlas para, en esta época de pandemia, darnos cuenta de que son otra enfermedad que, desgraciadamente, se encuentra siempre entre nosotros. Y es mucho más contagiosa.
Espero que, cuando te hagas consciente de ellas, las pongas en cuarentena e intentes que no vuelvan a salir para contagiarlo todo de negatividad, tristeza y desesperanza.
¿Se te ocurre alguna que tengas en el punto de mira?
Palabras que nos vacían
Un primer grupo lo forman las palabras que nos quitan las fuerzas. Que las decimos y parece que nos vengamos abajo. ¿Cuántas veces te has levantado con no muy buen talante y basta un resoplido para que desaparezcan las pocas ganas que tenías de afrontar el día? Parece que el aliento sale corriendo con toda tu energía, ¿verdad?
En esos días, una muy habitual es qué cansado estoy. Lo sentimos. No estamos en nuestro mejor momento y nos sale como un desahogo. Pero, en nuestra mente, suena como una confirmación. En efecto, no tengo fuerzas. No tengo ganas. No tengo nada. ¿Cómo voy a enfrentar esto o lo otro? ¡Que estoy cansado!
Prueba, mejor, con tengo la energía un poco más baja de lo normal. Es decir, sigo teniendo energía. Es solo una pequeña bajada. Nada grave. Sigo adelante.
Cuando estamos nerviosos, cuando el trabajo se nos viene encima, la más socorrida y actual es estoy estresado. Tengo razones para ello. Me confirmo en que debo estar nervioso. ¿Cómo calmarse? ¡Imposible! Y, entonces, llega el bloqueo. No puedo pensar con claridad, porque estoy estresado. ¿Acaso no es lógico? Pero no puedo pensar con lógica…
A mí, en esos momentos, me viene fenomenal lo que Mark Williams y Danny Penman llaman un espacio de respiración. Un pequeño ejercicio, de apenas un minuto, de respiración en el que, simplemente, nos centramos en las sensaciones de nervios que sentimos. No luchamos contra ellas, simplemente las observamos.
Cuando hayamos conseguido calmarnos, viene, de verdad, la lógica: ¿hay algún fuego? ¿Voy a perder, de verdad, mi trabajo o ese cliente vital porque me retrase unos minutos? No, ¿verdad? Pues entonces, volvamos a nuestro plan de trabajo. Volvamos a ser conscientes de lo que estamos haciendo y, como todos los días, saquémoslo adelante.
Si llegamos al final de la jornada y todavía tenemos tarea, que fácil nos viene eso de no puedo más. Llevo todo el día sin parar. ¿Acaso no me merezco un descanso? ¿Cómo puede ser que todavía tenga que seguir? Si es que, realmente, no puedo.
Entonces, inevitablemente, nos encontramos al pie del Everest con esa última tarea que nos falta, aunque sea la chorrada más grande del mundo.
Démosle la vuelta al estilo Jandro. Mejor piensa solo me queda esta tontería y a casita/descansar/se acabó. Ese «solo» es mágico. Solo es subir un peldaño. Solo es hacer una cosa más de la que ya he hecho docenas hoy. Solo le dice a tu cerebro pequeño. Fácil. Sin problema.
¿Vas viendo lo importante que es tu conversación interior?
¿A que has vivido muchas de estas situaciones? ¿Recuerdas cómo reaccionaste?
Una a la que yo era muy aficionado. Me gusta madrugar y antes lo primero que me venía a la mente es un compañero fiel: qué sueño tengo. ¿Cómo no lo voy a tener, con las horas que son? Si solo he dormido x. Si llevo ni sé cuántos días levantándome a esta hora. Y notas, casi sin querer, que tu mente se embota y tus ojos se cierran.
¿Te suena ese término tan de moda del brain fog?
Dejando aparte la importancia de dormir lo suficiente, de la que hablaremos, a mí me energiza un montón un decidido vamos allá. A por el día. A comernos el mundo. A conseguir nuestros objetivos. A hacer de la jornada todo un éxito. ¡A por todas! Inspirado en el ¡vamos! de Rafa Nadal, que a fuerza no le gana nadie.
¿Has notado el subidón que producen simplemente dos palabras? ¡No hay quién te pare! Busca la tuya, la que te resuene especialmente.
Otra expresión muy amiga mía es ese fantástico no tengo ganas y su primo no me apetece. Estás ante esa tarea que quizá llevas esquivando varios días y ahí está ella, desafiándote, sin querer quitarse de en medio. Y, obviamente, no es lo que quieres estar haciendo ese momento. Así que lo verbalizas y ya tienes la excusa perfecta para, otra vez, procrastinar. Otra vez.
Aquí viene muy bien ese corajudo no vas a poder conmigo. ¿Quién se ha creído que es esa tareílla de m…? ¿No he podido con esto, con lo otro e, incluso, con lo de más allá? Pues esto va a la saca exactamente igual. Y te pones con ello sin dar más tiempo a que te vuelvas a acordar de las dichosas ganas…
¿Vas viendo la idea? Se trata de transformar tu narrativa personal. De impedir que tu mente se convierta en tu peor enemigo. De que las palabras que te dices te aplasten.
La idea clave es, una vez más, que todo está en ti.
Palabras que nos encadenan
Las palabras de este tipo las usa tu cerebro directamente para luchar contra tus sueños, contra tus anhelos. Contra todo lo que le haga sentir inquietud. Contra cualquier escapada que pretendas hacer fuera de tu zona de confort.
Persiguen reforzar tus miedos. Darte sensación de que lo razonable es quedarte donde estás. Virgencita, virgencita, que me quede como estoy. Lo que tengo es bueno y lo que está por venir lo más probable es que no lo sea. Sobre todo, da mucho miedo.
Por ejemplo, si alguien te propone una forma nueva de pensar, alguna nueva metodología que resuelva tal o cual problema, siempre sale el eso es muy fácil decirlo. Y, con ello, tenemos la excusa ideal para no intentarlo. Tiene una amiga muy habilidosa, que es el papel lo aguanta todo. Esta eleva la excusa a la categoría de arte.
¿No te das cuenta de que, la mayor parte de las veces, es mucho más fácil, al menos, intentarlo? ¿Es que te vas a dar por vencido tan rápidamente? Alguien que quiere convertirse en navegante, en un problem solver con todas las de la ley, no puede tener esa mentalidad.
O esa otra, estilo Moisés porque deja la situación grabada en piedra, de así son las cosas. Y se acabó. No va más.
Aunque tengo dos que son los mejores generadores de excusas del mundo. El primero, el más sencillo: no sé. Rápido y eficaz. Realmente, con esto queremos decir que no sabemos y, sobre todo, que no nos vamos a tomar la molestia de averiguarlo. No vamos a dedicarle tiempo y esfuerzos a pensarlo. ¿Será que no tengo ganas?
Una forma algo más retorcida de ésta es el no me he dado cuenta. Digo más retorcida porque aquí ponemos en marcha toda nuestra mentalidad de víctima y pedimos a nuestro interlocutor compasión. Es como el ha sido sin querer de los niños pequeños.
Ante cualquiera de ellas, piensa si puedes permitirte esta actitud ante los problemas o las dificultades. Piensa si es lo más adecuado para crecer profesionalmente y alcanzar tus metas.
Hay dos variantes de las anteriores, que siempre están ahí para llenarnos de excusas: ya veremos y ya lo pensaré. Dame tiempo, no me agobies. Ahora, siéntate a esperar, porque el tiempo tenderá a infinito.
Aquí hay dos alternativas:
Está bien. Es comprensible. Pero no aceptable. No en nuestra mentalidad.
Tenemos que buscar la manera de abordar ese problema. Bien fraccionándolo, bien buscando momentos de fuerte motivación para abordarlo, bien reflexionando sobre la importancia del tema para nuestras metas.
Pero siempre, siempre es muy útil utilizar estas frases hechas como disparador, como forma de saber que, si las usamos, estamos buscando excusas. Es decir, aunque hablaremos de ello cuando trabajemos la forma de modificar los hábitos, es muy eficaz vincular hábitos entre sí.
De esta manera, en vez de obtener una respuesta perjudicial, buscamos una respuesta que contribuya a evitar esas excusas.
Piensa, yendo un poco más allá, que las excusas son todo lo contrario a tomar la responsabilidad sobre nuestros resultados, como llevamos ya tiempo pregonando desde este blog. Las excusas no nos benefician en absoluto. Solo nos ralentizan y nos limitan. No te las permitas a ti mismo.
Luego tenemos otro grupo de las que nos ayudan, directamente, a rendirnos. Mira que lo he intentado veces. No voy a ser capaz. Es imposible, no puedo.
Ante éstas, lo mejor es:
Luego tenemos otras que parece que nos quieren poner en nuestro sitio. Por ejemplo, esa de ¿quién te has creído que eres? O ésa, peor todavía, de no me lo merezco.
Evidentemente, si llegamos a ellas nuestra confianza en nosotros mismos están por los suelos. Te recomiendo:
Luego tenemos las que vienen de la mano de nuestro peor enemigo: el miedo. Ese sentimiento tan necesario, que nos ha permitido sobrevivir como especie hace miles y miles de años pero que, hoy en día, resulta tan absurdamente limitante la mayor parte de las veces.
Muchas veces el mensaje es me da mucho miedo. Equivocarme, cometer un error grave. Magnificamos, la mayor parte de las veces, los posibles resultados de nuestro error. El mundo se va a acabar si meto la pata.
De forma parecida al método que comentaba más arriba que nos propone Tim Ferris, James Clear nos anima a que pensemos: ¿cuál es la causa más probable de fallo? Antes de que ocurra, ¿cómo puedo prevenirlo? Si ocurre, ¿cómo me puedo recuperar?
A esto yo añadiría, como siempre, que lo hagamos por escrito. Que analicemos las situaciones y la manera en que podemos actuar y las dejemos anotadas, de forma que podamos volver a ellas siempre que nos entre el miedo.
Hay otra, en la misma línea, a la que le tengo especial cariño: el miedo es libre. Es la excusa definitiva. El miedo es más fuerte que nosotros. Es más listo. Irremediablemente, nos va a dominar. Pero, si así fuera, ¿no nos van a dominar cualesquiera otras pulsiones de nuestro cerebro de chimpancé? Si somos tan débiles…
Este tipo de excusas no pueden ser más perniciosas. Lo digo por experiencia. Cada vez que las aceptas, te dejas vencer un poquito más. Te deslizas hacia la más absoluta de las entregas a los azares del destino. Renuncias por completo a la responsabilidad sobre tu vida.
¿Aceptas este enfoque para tu vida?
No quiero terminar este bloque sin acordarme de una que, más que encadenar, desencadena. Pero lo hace con todos los peores sentimientos: tengo la sensación de que… Y llega el momento de elucubrar, de suponer, de hacer conjeturas. Todas ellas, desgraciadamente, negativas. Todas, desalentadoras.
Cuando empezamos con las sensaciones, podemos hacer dos cosas:
Como veremos, además, las suposiciones son uno de los peores enemigos de una buena resolución de problemas.
Palabras asesinas de ilusión
Un último bloque de diálogos destructivos son aquellos que nos quitan toda la motivación, las ganas, los ánimos por avanzar. Por ejemplo, esas muletillas que parece que se caen al final o entre medias de una frase: …de momento… o …hasta ahora.
¡Todo va fenomenal!… hasta ahora. Las cosas están saliendo estupendamente… de momento.
¿Para qué vamos a disfrutar de una alegría, pudiendo estropearlo? ¿Para qué vamos a ser felices pudiendo evitarlo? ¿Cómo va a estar contenta una buena víctima? ¡De ningún modo!
Luego están un grupo que nos sirven para quitarnos méritos. Para hacernos los humildes. Ya hablamos de esa mentalidad en un post anterior. Por ejemplo, si decimos que hemos contribuido a un pequeño éxito, siempre añadimos el un poco, o también nos vale el algo.
Este cliente lo hemos conseguido un poco gracias a mí. El proceso ha mejorado algo tras trabajar yo en él.
Por Dios, ¿cómo vamos a ser tan engreídos de reconocer que hemos hecho las cosas bien? ¡Dejaríamos de ser humildes!
Creo que la humildad no consiste en eso. No se trata de quitarnos méritos por cosas que hemos conseguido. Se trata de entender nuestras limitaciones. De saber que necesitamos de los demás para avanzar. Se trata de reconocer lo que no sabemos. De aceptar nuestros errores. De asumir las responsabilidades que nos correspondan.
Sobre todo, se trata de tener el valor de actuar para corregir todo lo anterior.
Pero, si has conseguido algo, si alguna cosa ha salido bien, ¡celébralo por todo lo alto! Nada de recortes. Nada de minimizarlo. Nada de hacer ver que no tiene importancia.
Luego tenemos una colección abundante de recursos para demostrarnos a nosotros mismos que nuestra vida es dura. Porque la vida, ya sabéis, es dura y difícil.
Me va bien… más o menos. ¿Qué tal estás? Vamos tirando.
O esa otra tan buena de para lo que me va a servir, no me quejo.
A lo mejor es mejor que no te quejes porque tienes muchos motivos, si los buscas, para estar agradecido. La gratitud es uno de los mejores ejercicios que podemos hacer diariamente. Ken Honda nos dice que podemos transformar nuestras vidas cuando decidimos enfocarnos en la gratitud y empezar a actuar con una sincera confianza en la vida y en el futuro.
Gratitud y confianza. Oro puro.
Porque, por si no os habéis dado cuenta, la vida no es dura, es maravillosa. Podemos y trabajaremos para convertir hasta los momentos más difíciles en oportunidades. De aprender, de mejorar, de acercarnos a los demás, de entregarnos, de hacernos más fuertes.
El aerobic de las palabras
Todos hemos pasado buena parte de nuestra vida actuando conforme a una programación. Esa programación nos ha venido dada, como nos dice el propio Dr. Lipton, por las experiencias acumuladas desde nuestra niñez.
Pero, como él mismo indica, podemos cambiar esa programación a partir de los mensajes que nos dirijamos a nosotros mismos. Como hemos comentado en todos los puntos anteriores, existen palabras acorde con esa programación que nos van a hacer la vida más difícil y existen palabras, opuestas a las anteriores, que nos van a permitir avanzar.
¿Cómo podemos hacer ese cambio?
Por supuesto, esto es muy fácil decirlo. Y, en efecto, conseguir lo anterior requiere un esfuerzo mental considerable. Requiere que nos vayamos conociendo a nosotros mismos. Requiere que destinemos recursos mentales a esa labor de caza de la palabra infecciosa.
Pero, a la vez, el camino del autoconocimiento es esencial para poder tomar, de verdad, las riendas de tu vida. Como nos dice Deepak Chopra, al llegar al autoconocimiento ganamos la propiedad sobre la realidad; al hacerlo real, nos transformarmos en maestros tanto de nuestro vida interior como exterior.
Ideas clave
- Las palabras tienen un enorme efecto sobre nuestro estado de ánimo y nuestra energía. El problema es que el efecto puede ser negativo.
- Existen muchas expresiones infecciosas, que nos hacen perder la ilusión, la energía o sentirnos limitados.
- Es fundamental identificarlas, saber cuáles son, para poder aislarlas y prevenir su efecto negativo sobre nosotros.
- Además, al detectarlas, podemos activar estrategias para conseguir el efecto contrario y salir reforzados.
- Es decir, se trata de control. De saber que todo lo que necesitas para que sea buen día está en ti y que puedes dominarlo.
- La clave es modificar nuestra conversación interior, transformándola para que nos proporcione energía, motivación, convicción.
- Debemos tener mentalidad abierta al cambio, dispuesta a la mejora.
- Todo es cuestión de práctica, de poner en marcha, una y otra vez, las estrategias adecuadas para transformar nuestra narrativa personal, hasta llegar a la que, realmente, se corresponda con nuestra identidad.
- El autoconocimiento que nos proporciona esta práctica es una de las claves para convertirnos en los navegantes de nuestra vida y merece el esfuerzo que este trabajo supone.