Mantener el timón firme (un poco de contexto)
Querido lector, futuro navegante:
El domingo por la tarde le has dado muchas vueltas. Has pensado bien cuáles son los objetivos de tu semana, en qué vas a trabajar especialmente. Tienes claras esas one thing a las que quieres dedicar toda tu atención.
Tienes interés, tienes decisión. Tienes ganas de alcanzar eso que te has propuesto.
Sin embargo, empieza la semana y ves que te vuelve a arrastrar el caos de siempre. Ves que te envuelven todos los correos, las llamadas, los mensajes de Teams. Ves que surgen mil imprevistos que, por supuesto, son urgentísimos.
Y, al final de la semana, te encuentras que tus one thing se han quedado, al menos en parte, sin hacer. Que cosas que querías terminar no lo están.
En definitiva, que no avanzas. Que tus metas parecen igual de lejos que la semana anterior. O que hace dos semanas.
A todos nos ha pasado. El mundo de hoy aparece casi siempre como una fuerza arrolladora que impide cualquier cambio. Se hace una carga demasiado grande. Parece que la mejora supone luchar contra molinos de viento.
Lo más sencillo es dejarse llevar. Es lo que menos fricción tiene. Es a lo que estamos acostumbrados y a lo que lo están los que nos rodean. Volver a lo de siempre parece lo más natural.
Pero esa naturalidad es demoledora para nuestra vida, si queremos que ésta tenga verdadero sentido, si queremos que sea la vida que queremos vivir. Si queremos que, al preguntarnos, como Eckhart Tolle, a nosotros mismos si hay felicidad y luz en lo que hacemos, la respuesta no nos ensombrezca el ánimo.
O soy yo o son estas ideas
Entonces, cuando damos una vuelta a la semana, cuando repasamos qué ha ocurrido, surgen las dudas y el desánimo.
Realmente, ¿es útil esto de los objetivos? ¿Voy a conseguir cambiar algo en mi vida?
¿Voy a ser capaz de enderezar las cosas para conseguir lo que me propongo? ¿O son sueños imposibles?
¿Qué estoy haciendo mal para no conseguir avances?
¿Será todo esto que he leído cuentos chinos y, después, la realidad es tozuda y te pone en su sitio?
¿No es ya demasiado tarde para cambiar? (un clásico para los que peinamos canas).
Y, lo que es peor, nos podemos llegar a plantear si tenemos la capacidad suficiente para alcanzar esos objetivos. Podemos ahondar en nuestra proverbial desconfianza en nosotros mismos.
Esto nos lleva a una círculo vicioso terriblemente pernicioso por lo fácil que es entrar en él: no voy a alcanzar mis objetivos porque no soy capaz. Como no soy capaz, ¿para qué voy a seguir trabajando? Y si no lo intentamos y tomamos acciones, evidentemente, no vamos a conseguir nada.
Entonces, la vida se empieza a hacer desesperante, porque, como decía Víctor Frankl, la vida no se hace insoportable por las circunstancias, sino por la falta de sentido y propósito.
La mayor dificultad estriba, además, en que muchas veces no sabemos qué está pasando. No tenemos claro qué está fallando exactamente. Otras, en cambio, es claro que el día a día nos lleva por delante y que no dedicamos tiempo suficiente.
Pero cuando las razones no son tan claras, el desánimo es más evidente, porque tendemos a pensar que lo que falla es la raíz de todo: que el planteamiento éste de marcarse objetivos es una patraña y que, realmente, tenemos que hacer lo que casi todo el mundo: dejarnos llevar y no complicarnos la vida.
Qué fácil es… ir a lo fácil. Lo cómodo. Lo que no nos genera ninguna inquietud. Nuestra dosis de mierda (con perdón) ya asumida y asimilada. Nuestro cerebro de chimpancé está diseñado para llevarnos por ese camino, porque es el que más fácilmente garantiza nuestra supervivencia.
Pero, a la vez, la comodidad nos impide poder tomar el timón de nuestra vida y convertirnos en sus navegantes, como aspiramos a ser.
Un sistema resiliente
Si recuerdas, cuando de la autoconfianza se trata, dado que es un bien escaso y no todo el mundo anda muy sobrado de ella (yo el primero y eso que he mejorado mucho), hablamos de centrarnos en nuestro sistema y no en nosotros mismos.
Construir un sistema y trabajar para que funcione es la mejor manera de alejar la responsabilidad de nosotros mismos. No es nuestro talento o nuestra capacidad la que se pone en duda si algo falla. Es la eficacia del sistema.
Por favor, piensa bien lo que esto significa en tu vida. No dejes de tomarte unos minutos para reflexionar sobre este punto.
Pues bien, siguiendo este mismo razonamiento, necesitamos construir un sistema resiliente, es decir, que resista esos fallos, esos retrasos, esas dificultades. Un sistema con el que, si algo no va bien, podamos identificar las causas y tomar acción. Y nuestro sistema debe alcanzar a la forma en que definimos y desplegamos nuestros objetivos.
Por tanto, cuando veamos que las cosas no van por el cauce adecuado, necesitamos:
Necesitamos tener una visión de conjunto, una visión de sistema, para no perdernos en los detalles. De esa forma, si nuestro marco general de trabajo está claro, será mucho más fácil recuperar el rumbo.
Como dice Dandapani, me gusta tener en mente la imagen general incluso aunque no sea capaz de ver los detalles en esa imagen. Pero tener la imagen general me permite saber hacia dónde estoy orientado. Me permite corregir el rumbo si me he distraído o he tomado el camino equivocado.
Las preguntas adecuadas
No me cansaré de hablar del poder de las preguntas. Ya sé que soy pesado y que he escrito ya varias veces sobre ello tanto aquí como en Twitter. Pero de verdad creo que las preguntas tienen un poder transformador.
Así que voy a plantear mi propuesta de solución de hoy en forma de una colección de preguntas.
Piensa que las preguntas te ofrecen:
Como estamos trabajando nuestro sistema, vayamos paso a paso, avanzando en el proceso de construcción de nuestros objetivos. Y lo primero que te debes preguntar es por qué quiero construir mi sistema de objetivos, porque si eso falla, todo lo demás sobra.
¿Es por una moda? ¿Porque todo el mundo dice que es lo que hay que hacer?
¿O realmente tienes claro que es lo que debes hacer para comprometerte con tu vida?
Es decir, ¿he elegido yo trabajar en este sentido? Volvemos al tema de la elección personal. Si lo primero que tengo que construir, que es mi sistema de propósito y objetivos, no se basa en una decisión libre y consciente, en un compromiso personal conmigo mismo, estamos construyendo un castillo de naipes.
Quizá te suene raro, pero te recomiendo que, si no ves claro que esto de los objetivos sea para ti o te ayude, no sigas adelante, porque será una fuente de frustración sin que, en contrapartida, haya la deseada motivación.
Como afirmaba Napoleon Hill, todo logro, independientemente de su naturaleza o su propósito, debe empezar con un intenso deseo ardiente por algo concreto. Si ese deseo falla, si no lo vemos claro, no vamos a poder avanzar de verdad.
Si tu primera respuesta es negativa, te recomiendo que te preguntes qué buscabas cuando llegaste a este punto. Que indagues qué te faltaba, qué hueco querías llenar cuando optaste por crear un sistema de objetivos. Esas respuestas, sinceras, francas contigo mismo, te aseguro que van a arrojar mucha luz sobre cuál debe ser tu siguiente paso.
Si esa primera respuesta, en cambio, es afirmativa y, por tanto, sigues adelante, tienes que plantearte cómo de bien formulados están tus objetivos.
Lo primero que tienes que considerar es si encajan con tu propósito. O, yendo todavía más allá, si lo que has llamado propósito es, realmente, ese motivo fundamental, ese impacto que quieres lograr en la vida.
Tu propósito se tiene que representar sin ánimo de dudas. Tiene que ser tuyo, de nadie más. Tiene que estar en lo más profundo de ti.
Sí, ya sé que, una vez más, es muy fácil decirlo, pero es fundamental. Tienes que notar, como se dice ahora, que resuena en tu interior. Que cuando piensas en él todo encaja.
No te apures si ves que no es así todavía. Sigue pensando, sigue reflexionando, sigue observando tu vida desde la perspectiva que te dé esa imagen general. Y lo acabarás encontrando, no lo dudes.
El problema surge cuando dejamos de pensar, cuando dejamos de hacer introspección. Entonces perdemos el foco y, en vez de comprender cada vez más, nos pasa lo contrario.
¿Y qué hago si no tengo claro mi propósito? ¿Dejo de definir objetivos hasta que no lo tenga claro?
¡Noooooo! De ningún modo. La clave es no pararse, porque en el camino viene el aprendizaje y en el aprendizaje encontramos las luces.
Mi recomendación es, como siempre, ir poco a poco: márcate muy pocos objetivos que tengas muy claros. Deja que tu sistema de objetivos crezca a medida que vayas averiguando cosas sobre ti mismo. Intenta encontrar aquello que te haga vibrar, que te haga ver la luz. Que encaje, que haga que tu vida cuadre.
Chris Bailey lo expresa perfectamente: observando a otros que siguen caminos poco convencionales, he llegado a la convicción de que el «éxito» es simplemente la recompensa a aquellos que averiguan las cosas a lo largo del camino.
Sigue trabajando, sigue avanzando y, sobre todo, sigue escuchándote a ti mismo.
Sigamos adelante en caso de que, hasta ahora, no hayas encontrado respuestas o, al menos, no todas las respuestas. Pues date cuenta de que nos estamos centrando en la motivación final para buscar tus objetivos. Lo que te empuja a no ceder, a continuar esforzándote. Nos queda, por tanto, un largo camino.
Para el siguiente paso, te recomiendo un pequeño ejercicio que a mí me gusta mucho hacer. Piensa en cada uno de tus objetivos. Cierra los ojos e imagina que los has conseguido. Que ya es tuyo. ¿Te aflora irremediablemente una sonrisa en los labios? ¿Sientes una sensación especial en todo el cuerpo?
Si no es así, pregúntate por qué te has planteado ese objetivo. ¿Es un objetivo de tener y no de ser? ¿Es algo que te planteas por contentar a alguien? ¿O por sentirte aceptado o parte de tu tribu?
Ten en cuenta que es muy fácil despistarte en objetivos que no sientes. Que no ves como algo propio, que realmente te mueve. Como bien apunta Francisco Alcaide, cuanto más te remueva por dentro tu propósito y mayor sea su impacto en los demás, más fácil resulta resistir y aguantar las contrariedades de la vida.
Aquí sería oportuna la disquisición entre objetivo y deseo. Los objetivos siempre estarán ahí hasta que los consigas, porque son anhelos de llegar a algo más, de probarte a ti mismo, de producir un impacto especial en tu entorno. Los deseos cambian, son pasajeros, son fugaces y, una vez logrados, no llenan vacío alguno en tu vida.
En palabras de Derek Sivers, al final, se trata de lo que quieres ser, no de lo que quieres tener.
En tus propias sensaciones encontrarás la respuesta a si un objetivo que te has planteado realmente es esencial para ti o no. De nuevo, escúchate, observa tus propias reacciones ante cada uno y, después, descarta aquello que, realmente, no sea para ti.
Muchas veces descartamos nuestras sensaciones, en especial los que, como yo, tenemos una formación de orientación fuertemente científica, porque nos parecen irracionales. Pero, cuando hablamos de motivación, las emociones cobran una importancia capital, como habrás notado mil veces.
Otro problema relativamente habitual aparece con los objetivos cuya definición no te permite saber claramente si los has conseguido o no. P. e. si te planteas un objetivo de «ser mejor persona», ¿cómo sabes que lo habrás logrado?
Debes profundizar más. ¿Persigo, al ser mejor persona, corregir cierto comportamiento que no me gusta? ¿Se trata de producir un impacto positivo en los que me rodean? ¿Cuál sería ese impacto?
Intenta descender más en lo que quieres lograr y haz que llegue a ser algo perfectamente claro: no quiero volver a criticar a nadie. Está claro si lo has conseguido o no. Así, además, las acciones que definas estarán mucho más claramente orientadas, no serán vaguedades.
¿Te ha ocurrido alguna vez que, estando muy centrado en un objetivo concreto, sientes aburrimiento o notas que te falta algo? Si es así, ¿podría ser que estés dejando de lado algunos objetivos en otros ámbitos importantes en tu vida y que eso haga que estés perdiendo equilibrio?
Mucho cuidado con esto. Es muy fácil caer, en el mundo actual en que parece que el éxito solo viene a nivel profesional, en el error de dar solo importancia a objetivos de tu carrera y dejar de lado los familiares, personales o, simplemente, de ocio.
Aquí, como comentábamos, es muy importante tener bien definidas todas tus áreas de interés y tener un abanico variado de objetivos en muchas de ellas, que te permita alcanzar ese equilibrio que es, sin duda, el que llena la vida. Te lo dice la voz de la experiencia.
Bien, con todo lo anterior hemos hecho un repaso completo a la formulación de tus objetivos. Pero ¿podría ser que el problema venga en el despliegue y no por la motivación? Es decir, ¿podríamos estar dando los pasos incorrectos?
Pues… para no alargar más este post y dado que me queda mucho por contarte, te voy a dejar con la intriga y te lo contaré en nuestra siguiente vuelta al mundo. Toca esperar, pequeño saltamontes.
To be continued…
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