Ideas clave


La transformación del concepto de fracaso (un poco de contexto)
Querido lector, futuro navegante:
Hemos hablado ya un buen porrón de veces sobre la mentalidad experimental. Me encanta, especialmente, como transforma el concepto de fracaso en, simplemente, un experimento fallido.
Esto, que puede parecer un ardid para engañar a nuestra mente, es la mentalidad que han intentado implantar compañías como Amazon y Google.
De hecho, Jeff Bezos afirma que nuestro éxito en Amazon es función de cuántos experimentos hagamos por año, por mes, por semana, por día… Y, en relación con los que fallen, no duda en afirmar que el fallo y la invención son gemelos inseparables. Para inventar tienes que experimentar, y si tú sabes por adelantado que va a funcionar, no es un experimento.
En la resolución de problemas, el grado de incertidumbre puede ser tal que resulte imperativo hacer aproximaciones sucesivas a la solución. Y esas aproximaciones no son sino experimentos a través de los cuales buscamos validar las recomendaciones formuladas para resolver el problema.
Y qué podemos decir de la rapidez con que surgen nuevas tecnologías. Es lo más habitual en las empresas innovadoras que diseñen pruebas de concepto, con objeto de valorar la forma en que una nueva tecnología puede aportar valor en sus procesos de negocio.
Nuestro mundo es experimento puro. Y los éxitos son resultado de muchos fallos previos de los que se aprendió suficiente.

No tenemos una bola de cristal
En 1991, Motorola y otras 17 empresas a nivel mundial pusieron en marcha el proyecto Iridium, que pretendía desarrollar un sistema de telefonía móvil que funcionara en cualquier lugar de la tierra, a través de un sistema de satélites privados.
La inversión común realizada fue de 5.200 millones de dólares.
En 1999, la empresa se declaró en quiebra. Los terminales de Iridium costaban 3000 dólares cada uno y las llamadas, 7 dólares por minuto en lugar de los 0,50 a los que la telefonía convencional había llegado en ese año, lo que hizo el producto inviable comercialmente.
El fracaso de este proyecto, que tenía la potencia tecnológica y económica suficiente para haber arrasado, demuestra que:
Vivimos en un entorno nada estable, nada predecible. Muchas veces, turbulento. Y la tecnología lo amplifica todo, con la rapidez de difusión que tiene.
Es imposible predecir lo que pasará mañana. No podemos asegurar que nuestras brillantes hipótesis sean correctas, fundamentalmente por la cantidad de variables de las que dependen en un mundo tan profundamente interconectado.
Por eso, los riesgos se incrementan en la misma proporción que las incertidumbres. Y se hace muy complicado tomar grandes decisiones de grandes pasos adelante.

Experimentar como hábito
El método científico ha lidiado con la validación de hipótesis desde que se empezó a utilizar de forma más o menos consistente, a partir de los trabajos de Galileo en el siglo XVI.
Básicamente, porque lo que se pretendía validar eran explicaciones a los fenómenos naturales, de modo que la incertidumbre sobre su veracidad era máxima.
Pero, mucho más importante, porque para dar esas hipótesis por válidas, el método científico no se fijaba en el currículum del científico que los formulara, en su experiencia o en su inteligencia.
Exigía pruebas que confirmaran o desmintieran las hipótesis (la famosa falsabilidad de Karl Popper).
¿Cómo obtener esas pruebas? A través de la experimentación.
Es por ello por lo que muchos autores, empezando por Eric Ries con su archifamoso método Lean Startup, han propuesto utilizar la experimentación como una mejor forma de gestionar los riesgos ante cualquier emprendimiento.
Este mismo enfoque ha sido generalizado por otros autores, como Steve Blank y Alexander Osterwalder, al desarrollar con más profundidad algunas fases de ese método.
Pero ¿qué es el emprendimiento si no la búsqueda de soluciones a un problema? Y, por tanto, ¿por qué no utilizar la experimentación en nuestro itinerario hasta llegar a convertirnos en problem solvers, con los beneficios que hemos recalcado de la mentalidad experimental?
Igualmente que mucha gente considera que resolver problemas es eso que hago todos los días, muchos podrán pensar que experimentar es eso que hago casi diariamente. Lo que llamamos prueba y error.
Sin embargo, experimentar no es hacer probatinas. No es intentar algo a ver qué sale.
Igual que resolver problemas es algo más complejo que lo que hacemos todos los días.
Para definir nuestros experimentos y que éstos, verdaderamente, produzcan resultados de forma eficiente, hay unas cuantas cuestiones que siempre deberemos tener en cuenta:
Fíjate que realizar experimentos tiene otro efecto positivo que no había comentado: te obliga a desarrollar tu pensamiento crítico. Si haces un experimento, te sometes tú mismo a validación y, por tanto, pones en duda si realmente es correcto aquello que habías conjeturado.
¿Crees que este proceso es demasiado complejo para tu día a día? Bien, considera si hacer pruebas sin método es más inteligente en términos de efectividad, aunque sea más rápido.
Es la pelea de siempre. Hacer cosas deprisa vs hacer cosas con criterio.
Pero, además, piensa que tampoco es tan complicado. Pensar en qué queremos comprobar, cómo lo vamos a hacer, cómo vamos a darlo por bueno y qué queremos medir no es algo que lleve horas y horas.
De hecho, si te acostumbras a hacerlo, te saldrá natural y bastante fluido. Es bastante similar a la forma en que te he propuesto que organices tus tareas, añadiendo las mediciones y validaciones posteriores.
Pregúntate cómo de importante es para ti comprender o resolver ese problema.
Y decide si vas a trabajar, o no, con un rigor proporcional a esa importancia.
