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Ceñirse a los hechos (un poco de contexto)

Querido lector, futuro navegante:

Ante cualquier problema, es nuestra reacción natural. No en vano, es el camino de mínima resistencia que nuestro cerebro adopta. Reduce la energía necesaria respecto de cualquier otra estrategia.

Me refiero a las conjeturas.

Pero es que, además, tienen otras ventajas:

  • Nos permiten encajar las cosas en nuestro conjunto de creencias compartidas, aquel que hemos creado como parte de nuestra tribu y de la forma en que queremos que se nos vea.

  • Nos ofrecen una manera de resolver rápidamente ciertas situaciones, que nos hace sentir eficaces.

  • Nos evitan, muchas veces, el esfuerzo de tener que profundizar en temas que nos asustan o nos resultan desagradables.

Para llegar a esas conjeturas, primero interpretamos los hechos que observamos. Esa interpretación supone una primera distorsión, porque los hechos son siempre neutros.

Es nuestra interpretación la que les añade un adjetivo, resultado de todos nuestros sesgos mentales.

Evitar las trampas

Por tanto, si ante los hechos que constituyen un problema, nuestro cerebro primero interpreta y, después, encaja esa interpretación en nuestro catálogo de suposiciones, ¿qué probabilidades hay de ser objetivos, de forma natural?

Como nos dice Stefano Mastrogiacomo, hay tres formas en que hacemos esa interpretación:

  • Por una parte, tendiendo a generalizar los casos particulares, a fin de reducir la carga cognitiva derivada de la clasificación.

  • Por otra, sometiendo lo observado a las limitaciones derivadas de nuestro marco de creencias, que nos obliga a utilizar ciertas reglas predefinidas.

  • Finalmente, generando juicios de valor sobre lo que vemos. Es decir, no nos limitamos a los hechos, sino que los valoramos, de nuevo, conforme a ese marco mental que hemos creado.

Pero hay más cosas que compliquen esa objetividad.

Si nos vamos aguas arriba del proceso, es fácil que la información que nos haya llegado sea:

  • Poco clara.

  • Incompleta.

  • Incluso ya venga sesgada por nuestra fuente.

Déjame ilustrar el proceso con un ejemplo: un compañero nos habla de que ha habido un problema con un cliente. Dado que ese cliente lo atiende un comercial conflictivo, generalizamos al pensar que el problema va a ser el mismo que en otras ocasiones: la actitud de ese comercial.

Según nuestro marco de creencias, esa actitud se clasifica como falta de interés y de implicación, es decir, como desidia pura y dura.

Y nuestra conjetura es que eso no ocurriría si se cambiara la asignación de ese cliente y, probablemente, si despidiéramos al comercial.

Resulta que, cuando indagamos, averiguamos que no ha habido tal problema, sino que el cliente, simplemente, ha solicitado más información sobre un punto de nuestra propuesta. La queja solo estaba en la mente de nuestro interlocutor.

Y, sorprendentemente, nos encontramos con que el comercial ha gestionado la petición diligentemente.

Todo el camino que hemos recorrido a través de la cuestión se desploma de golpe.

Fundamentalmente, porque nos hemos quedado en la superficie y no hemos profundizado en busca de hechos.

Las preguntas son tu pala

Para poder acceder a los hechos, entonces, necesitamos:

  • Por una parte, cuestionar, sistemáticamente, nuestras conjeturas iniciales. Poner en duda la interpretación que, de forma inmediata y seductoramente fácil, haya formado nuestro cerebro.
     
    Es decir, necesitamos pensamiento crítico.

  • Por otra, una forma sistemática de aclarar y establecer la objetividad de las situaciones que estemos valorando.

Y aquí es donde entran, una vez más, mis amigas las preguntas.

Cuestionarnos todo es el canal adecuado para dar rienda suelta a nuestro pensamiento crítico.

Pero no vale cualquier forma de preguntar. Hemos hablado de hacerlo de forma sistemática.

Y aquí entran una serie de técnicas muy útiles, ampliamente extendidas y que podemos combinar para emplearlas según la situación lo requiera.

Una primera técnica, de las más generales, es el método Kipling, del que ya hemos hablado en otros posts.

Consiste en emplear las preguntas elementales:

  • Qué

  • Quién

  • Cuándo

  • Cómo

  • Dónde

  • Por qué

También se conoce como 5W1H, por la traducción de las preguntas al inglés.

Las diferentes preguntas las deberemos utilizar según el hecho que queramos aclarar.

Pero lo más interesante de este método es que genera, única y exclusivamente, preguntas abiertas.

Piensa que las preguntas de sí o no (cerradas) lo único para lo que sirven es para confirmar. Es decir, todo lo contrario de lo que queremos hacer ahora, ya que dudamos de la información que nos ha llegado.

Por eso, las preguntas abiertas son las que nos llevan a romper con las suposiciones. De ahí el interés de este método y de ahí que nos sirva de base para todos los demás.

Otra técnica muy conocida, que podríamos considerar una concreción de la anterior, nos viene del sistema de producción de Toyota. Son los cinco por qués.

Consiste en repetir esta pregunta cinco veces, para de verdad ver qué ha ocurrido y no quedarnos en las consecuencias del problema, sino llegar a sus causas.

A la hora de clarificar hechos, podría ser útil, sobre todo, para entender:

  • Motivaciones detrás de un comportamiento.

  • Si se han aplicado o no los procedimientos.

  • Los casos en que la razón ha sido porque siempre se ha hecho así.

  • El grado de objetividad de la persona que esté narrando esos hechos.

Otro método interesante, que enlaza con los dos anteriores, es el conocido como QFT o Question Formation Technique.

Se basa en facilitar la generación de preguntas de una forma ordenada. Pensemos que, dado que nos estamos cuestionando interpretaciones, bien propias o bien de otros, puede resultar complicado dar con las preguntas adecuadas. Por eso el interés de esta metodología.

Se desarrolla en los siguientes pasos:

  • Plantear una frase que ayude a enfocar las preguntas. La frase debe centrarse en el hecho que estamos evaluando y debe ser afirmativa, no una pregunta en sí. P. e. la máquina que ha producido las piezas defectuosas tiene roto un palier.

  • Hacer una especie de tormenta de preguntas, sin restricción y todas anotadas, por supuesto.

  • Identificar las preguntas cerradas para ver si son útiles en el proceso que perseguimos y, en caso de no serlo, convertirlas en preguntas abiertas.

  • Seleccionar las tres cuestiones más relevantes para aclarar ese hecho. Para ello, una manera útil es escoger las que se centren en los aspectos más desconocidos y, además, en los puntos de mayor importancia o mayor riesgo.

  • Planificar, por escrito, la forma en que se van a emplear esas preguntas: con quién, en qué momento y en qué contexto.

Para esta planificación, es muy útil emplear el FactFinder del equipo de Strategyzer, pues nos permite agrupar las preguntas para conseguir combatir el proceso mental sesgado al que ya nos hemos referido.

Así, podríamos organizar las preguntas por su objetivo:

  • Descartar las conjeturas, evitando interpretaciones creativas, hipótesis o predicciones. Aquí entrarían también las necesarias para aislar cualquier valoración subjetiva que se haya realizado de cosas, situaciones o personas.

  • Completar la información que nos falte o mejorar la precisión con que la hayamos recibido.

  • Detectar si se han planteado restricciones imaginarias u obligaciones que nos limiten, posteriormente, a la hora de definir las soluciones.

  • Identificar posibles generalizaciones que se hayan hecho de casos particulares que, realmente, no tengan esa validez universal que se les ha pretendido otorgar.

Si combinamos estos métodos, podríamos establecer la siguiente sistemática:

  • Definir el hecho interpretado o la información sobre el problema que queremos aclarar con una sola frase.

  • Partir de la mentalidad de que nada de lo que pensemos o supongamos, bien tú mismo o las personas que te hayan hecho llegar esa información, tiene por qué ser cierto. Someter a crítica la formulación del hecho en sí.

  • Deducir cuáles de los sesgos se han puesto en marcha en la información que nos ha llegado.

  • Realizar una tormenta de preguntas, bien tipo 5W1H o bien centrándonos en el por qué, según el caso.

  • Eliminar las preguntas cerradas que no sirvan más que para confirmar lo que, precisamente, queremos cuestionar.

  • Clasificar esas preguntas según queramos descartar conjeturas, completar información, eliminar restricciones inexistentes o identificar generalizaciones.

  • Establecer las personas con las que emplearemos las distintas preguntas, cuándo las realizaremos y el contexto en que se formularán, dejando por escrito un plan de trabajo.

Esta sistemática, si eres presa del corre-corre, puede ser que te parezca compleja y que no tiene encaje en tu apresuradísimo día a día.

Pero ten en cuenta dos cosas:

  • Es mejor emplear 15 minutos antes en pensar que 3 horas después en ser inefectivo. Esto es lo que ocurrirá si empleas, o no, esta sistemática.

  • Cuanto más te vayas acostumbrando a usarla, más natural te saldrá, más habitual, y más simple será desarrollarla.

Hacer preguntas es una habilidad que podemos entrenar. Solo hace falta dar el paso.

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