Antes yo no era así
Querido lector, futuro navegante:
Hacía tiempo que no me salía de la ruta marcada en nuestro viaje. Pero hay algo que quiero compartir contigo. Me ha costado por la dificultad del tema. Pero creo que te va a fascinar como a mí.
Cuando era niño, me encantaba hablar. Cogía a mis pobres tías y les metía unas chapas tremendas, contándoles mil rollos desde mi prolífica imaginación.
Pensaba que, al hablar, parecía interesante. Cuando me fui haciendo mayor, acentúe esa práctica, porque veía que la gente valoraba a aquellos que hablaban bien. Parecían cultos, interesantes, divertidos.
Pero a medida que he llegado, digamos, a la madurez me he dado cuenta de que mucho de lo que digo no le interesa a nadie. Y que, además, cuanto más hablo menos me fijo en lo que me tienen que contar los demás. No estás aprendiendo nada cuando hablas, decía Lyndon B. Johnson.
Esta reflexión me ha llevado a empezar a valorar de otra manera lo que es ser un buen conversador: la habilidad clave es la escucha, no la oratoria. Una de las formas más sinceras de respeto, nos dice Bryant McGill, es escuchar lo que el otro tiene que decir.
Esa escucha no debe ser pasiva, sino activa, enfocada a generar conexión con el interlocutor. Y la mejor manera de articular esa actitud es a través de las preguntas.
Impulsado por esa conclusión, he empezado a leer todo lo que he ido encontrando sobre la forma de hacer buenas preguntas.
No es una cuestión sencilla en absoluto. Para desgranarla, me gustaría que éste sea el primero de una serie de posts sobre el tema, que reflejen, progresivamente, lo avanzado en mi investigación.
Pero quería empezar por algo, trasladándote lo encontrado hasta ahora.
El ser humano nace curioso. Nadie nos tiene que enseñar a hacer preguntas. Lo llevamos de serie. De hecho, el neurólogo Erwin W. Straus sostiene que el ser humano es un ser cuestionador en su esencia.
Las preguntas nos acompañan a lo largo de toda nuestra vida, cada vez con más profundidad en los temas que abordan, lógicamente, a medida que crece nuestra comprensión de lo que nos rodea.
Sin embargo, llega un momento en que empiezas a guardarte para ti mismo las preguntas que te surgen. Te da, de alguna manera, vergüenza lanzarlas. Crees que te hacen parecer ignorante y, por tanto, débil.
Asumes que no te pagan por hacer preguntas, sino por generar respuestas. Eso sofoca tu curiosidad pero, sobre todo, te priva de todo el potencial generativo que guardan las preguntas.
Pero no cualquier pregunta. Porque igual que encontrarás en tu camino grandes preguntas, es fácil que encuentres otras bastante negativas.
Una de las cosas buenas que tiene esto de ChatGPT es que te fuerza a considerar bien la forma en que estructuras tus peticiones. Porque, para generar una gran respuesta, primero tienes que haber formulado bien la pregunta.
Y ahí empieza la complicación.

¿Sabes hacer grandes preguntas?
Debemos tener en cuenta que los seres humanos pensamos con palabras. Por tanto, cada frase que nos digamos o digamos a otro, como ya comentamos en un post anterior, debe ser cuidadosamente elegida para causar el efecto deseado.
Esto es especialmente cierto con las preguntas. Porque, ante una afirmación que me lance mi interlocutor, yo puedo estar de acuerdo o en desacuerdo, pero ahí puede terminar, muchas veces, su recorrido.
Sin embargo, una pregunta nos obliga. Requiere que la siguiente ficha la movamos nosotros. Podemos esquivarla, pero generaríamos incomodidad en la conversación.
Una pregunta es un gancho que tendemos a los demás, con la esperanza de que lo agarren y, con ello, se unan a nosotros. Se sientan atraídos y enriquezcan la comunicación.
Pero ese efecto no lo genera cualquier pregunta. Por ejemplo, hay algunas que son afirmaciones encubiertas. ¿Crees que es buena idea que vayamos este finde a x sitio? ¿Te parece que hacer las cosas de x manera podría ser lo más adecuado? Esas preguntas no generan conexión, sino que, por el contrario, intentan forzar al otro.
Las preguntas cerradas, que se pueden responder de forma simple, tampoco dan pie a continuar la conversación. Pueden ser útiles si queremos obtener información, pero no si queremos que el otro se sienta escuchado. ¿Tienes el documento que te pedí? ¿Cuál es el resultado de tus cálculos? ¿Puedes reunirte conmigo mañana por la tarde?
Existen muchas otras ideas que espero ir compilando progresivamente sobre cómo formular preguntas que generen el mayor impacto positivo sobre una conversación.
En este post, de momento, me centraré en los efectos beneficiosos que tienen las buenas preguntas sobre nuestros interlocutores y sobre nosotros mismos. Como dijo James C. Penney, el arte de la escucha efectiva es esencial para una comunicación clara, y una comunicación clara es necesaria para la gestión de éxito.
Es una buena manera de empezar el camino.

Cómo te ayudo con mis preguntas
En su forma más básica, cuando lanzamos una pregunta es que queremos averiguar algo. Es la forma en que los niños van descubriendo el mundo.
Por tanto, parece que las preguntas deberían beneficiar, sobre todo, a aquel que las formula.
Sin embargo, cuando entramos en el ámbito de una conversación y en el de la conexión que éstas generan entre los interlocutores, las preguntas toman un cariz diferente. Pueden convertirse en una herramienta poderosa de ayuda al preguntado.
En mi investigación he podido compilar una buena cantidad de beneficios:
¿Has encontrado alguno de estos beneficios al mantener una conversación con alguien interesante?

Ayudándome a mí mismo
¿Cómo te sientes cuando haces una pregunta? Seguro que dependerá de por qué la haces, ¿verdad?
Quizá si hacerla te pone en una posición de fuerza, no tendrás inquietud ninguna.
En cambio, si la haces porque no sabes algo, es posible que te sientas débil. Que te inquiete. Incluso, que llegue a ser desagradable.
Pero existen muchas maneras en las que he descubierto que una buena pregunta me ayuda:
Quizá algún día las empresas paguen a gente por hacer buenas preguntas. Por seleccionar cuáles son las preguntas adecuadas a cada situación de la compañía.
Tú tienes tu propio cerebro para hacer ese trabajo.
¿Me acompañas para seguir comprendiendo el maravilloso arte de preguntar?
