Ahora, a trabajar

Por si prefieres escuchar este post en lugar de leerlo

Qué viene después

Querido lector, futuro navegante:

Vivimos, afortunadamente, en un mundo en el que el conocimiento está al alcance de todos. Casi sin límites. Con el advenimiento de internet y nuestra era digital, alguien con verdadera hambre podría pasarse aprendiendo y estudiando las 24 horas del día.

Y eso es una bendición cuando se es curioso.

Pero, a la vez, se puede convertir en una excusa.

Porque podremos ser los sabios de Roma, pero si no nos ponemos en marcha, ¿de qué nos sirve? Aunque solo sea para transmitir ese conocimiento, necesitamos tomar acción para enseñar.

Además, el verdadero aprendizaje se encuentra en la práctica consciente, controlada y dirigida de todo lo estudiado. Ahí encontraremos los desafíos y tendremos que buscar la forma de abordarlos.

En esta séptima vuelta al mundo (nada menos ya) hemos mostrado varias líneas para orientar esa puesta en práctica y hacerla lo más eficiente posible.

Porque crecer profesionalmente no es una cuestión de suerte, sino de hacer sabiendo lo que haces y para qué.

¡Que la suerte no existe!

Llevo años insistiendo en ello: eso que llamamos suerte es una excusa.

Es la forma en que nos hacemos más humildes si se supone que nos ha sonreído.

O la manera que tenemos de restar mérito a otro.

O la razón que nos damos a nosotros mismos para no emprender algo.

Y eso es lo peor de todo.

Pero la realidad es que es nuestra actitud ante los hechos fortuitos lo que hace que nos beneficien o nos perjudiquen.

Si nos formamos, si cultivamos relaciones, si persistimos en nuestro empeño, si trabajamos constantemente para estar preparados, si nos apoyamos en nuestras fortalezas distintivas, esas que nos hacen únicos, que llegue la suerte.

Estaremos preparados para recibirla, sin importar su signo.

Cuando quieres ser más grande

Todas esas acciones que he descrito solo llevan a una cosa: conseguir ser directores de nuestra propia orquesta.

Gracias a todos los componentes de la orquesta, que serían nuestras habilidades y fortalezas, se consigue una interpretación sublime. Pero es el director el que hace que el tempo sea el adecuado, que cada instrumento entre en el momento oportuno y que, entre todos, se superen las dificultades de la partitura.

Por ello, la responsabilidad acaba siendo del director, que se asegura de cómo responde el conjunto.

Pero el concierto no es un resultado casual. Es la conclusión de un plan minucioso de ensayos, diseñado para superar complicaciones de coordinación, problemas individuales y cualquier obstáculo que surja en el camino hacia la interpretación soñada.

En ese camino, la orquesta solo mira hacia sí misma, para dar cada paso con firmeza. Con seguridad. Aprendiendo de los avances y, sobre todo, de los retrocesos. No tiene que fijarse en tal o cual interpretación histórica.

Tiene que escribir su propia historia.

Y, para eso, simplemente ejecuta el plan con rigor y con la experiencia de todos los años de estudios y de todos los conciertos anteriores.

Con la confianza de saber que, actuando así, ya ha conseguido interpretaciones sublimes en el pasado.

Organiza tu memoria externa

Nos fascina ver a personas que tocan de memoria. Que tienen toda la partitura en su cabeza.

Pero, francamente, a mí me gusta mucho más ver cómo van pasando las páginas. Me da sensación de rigor. De querer asegurarse de estar haciendo bien las cosas.

Durante muchos años, una muy buena memoria era mi compañera fiel. Pero pronto me di cuenta de que no era tan fiel como yo la consideraba.

Me di cuenta de que me engañaba. Y, a medida que pasaba el tiempo, con más frecuencia.

Ese descubrimiento me llevó a registrarlo todo. Anotar todo lo que tenía que hacer, especialmente, porque era aquello de lo que me hacía responsable.

Pero esa forma de trabajar me obligó a resolver dos cuestiones: por una parte, qué registraba y, por otra, cómo utilizaba lo registrado.

Para la primera, me ayudó mucho el concepto de tarea: la acción mínima que nos permite avanzar. Muy importante lo de mínima, para asegurarme de que no procrastine y que otorgue el mismo peso a cosas homogéneas.

Para el segundo, me di cuenta de que, teniendo claros mis objetivos y ciñéndome a ellos, el orden se aclaraba tremendamente.

A partir de ahí, todo ha sido cuestión de incorporar estas ideas en mi día a día.

En mis hábitos.

Copia para crear

Qué potentes pueden llegar a ser esos hábitos. Cuando eres capaz de automatizar ciertas formas de actuar, se hacen tremendamente sencillas de llevar a cabo de forma consistente.

Hace un par de años, cuando todavía este blog era una idea en mi cabeza, me di cuenta de que necesitaba tener un buen repositorio en el que intentara guardar lo extraído de todo lo que veía o leía.

De nuevo, escapando de las malas artes de mi memoria.

A medida que fui trabajando mi forma de escribir y el método para generar los diferentes contenidos, me di cuenta de que cuantas más ideas almacenaba más cosas era capaz de construir.

Me di cuenta de que ese repositorio era el abono que necesitaba para que del terreno fértil de mi mente nacieran ideas. Ninguna de ellas nueva completamente (por eso he dicho construir y no crear), pero eran mis ideas.

Y también observé que cuanto más profundizaba en un tema, cuando más me sumergía en sus principios, más era capaz de generar sobre él para diferenciarme de mis fuentes.

No es que yo no sea capaz de crear. Es que la creación pura es una falacia. Todos construimos a partir de nuestro propio conocimiento, nuestras experiencias, nuestras influencias. Todo eso lo mezclamos en nuestra coctelera y, si somos capaces de utilizar buena materia primera y agitarlos con cariño, saldrá un delicioso cóctel.

He visto, por tanto, que en lo que me tenía que empeñar era en acumular mucho y de calidad, intentar conectarlo y, sobre todo, desafiar, a partir de los principios básicos, las ideas que pudiera tener previamente.

Tanto las mías como, incluso, las de aquellos de los que estaba aprendiendo.

Ese es el verdadero aprendizaje. El que trasciende los contenidos ya existentes hasta convertirlos en nuevos planteamientos.

Los hechos son el punto de partida

Cuestionarnos las ideas que nos llegan es una mentalidad que conviene extender a muchas otras cosas, más allá de la creatividad.

Por ejemplo, es esencial cuando abordamos un problema.

Los problemas implican gente. Personas que actúan en condiciones difíciles.

Por ello, inevitablemente, esas personas introducen sesgos e interpretaciones, según la visión de cada uno, que alteran los hechos objetivos. Igual que hacemos cada uno de nosotros.

Pero, para comprender bien un problema hay que partir de esos hechos con la menor alteración posible. Si no, lo que propongamos tendrá los mismos sesgos que la información de partida y, por tanto, solo será satisfactorio para ciertas personas.

¿Cómo podemos desmontar esa capa que oculta la verdad? A través de preguntas abiertas, neutras, que simplemente escarben en la superficie para dejar al descubierto las verdades ocultas.

Pero las preguntas, por sí solas, no bastan si no se formulan a las personas adecuadas, en el momento oportuno y en un contexto que facilite la obtención de información.

Qué poderosas pueden llegar a ser. Para nosotros, para nuestros equipos, para nuestros clientes. Saber formularlas y usarlas bien supone un antes y un después. Y todas las técnicas que podamos aprender para ello deben ser bienvenidas en nuestro acervo de conocimientos.

La práctica, esa gran maestra

Pero, como siempre, el conocimiento es el profesor, que aprende de una catedrática realmente excepcional: la práctica.

El conocimiento es un freno. Nos proporciona pausa. Deja que calemos con suficiente profundidad en cada problema.

Pero ese mismo freno no se puede convertir en una excusa que evite que nos pongamos en marcha.

El conocimiento, si no lo ponemos en acción, es un tesoro escondido que no alcanza todo su valor.

Cuando actuamos, experimentamos y comprobamos si todas las ideas que hemos generado a partir de nuestro acervo cultural son válidas. Con ello, obtenemos el feedback necesario para buscar alternativas mejores, desde los principios básicos a los que nos hemos acercado.

Ese ciclo de realimentación es la clave de nuestra mejora. Aprender, actuar, valorar lo hecho y volver a aprender. Por eso, crear un sistema de trabajo en el integremos ese ciclo nos hace llegar a una verdadera mejora.

Transforma cada acción en un viaje fascinante de aprendizaje. Hace que el camino, y no solo el resultado, sean maravillosos.

Nuestro sistema no debe ser lineal, sino cíclico.

Como nuestras vueltas al mundo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *