Abrazar el cambio

Ideas clave

Querido lector, futuro navegante:

No hay ni un solo cambio bueno.

Sí, es posible que un ascenso, por ejemplo, lo veamos con ilusión: reconocimiento, más sueldo, un trabajo más interesante.

Pero también lo sentimos con inquietud, creciente a medida que llega el momento de la incorporación a la nueva posición.

El homo sapiens existe desde hace unos 200.000 años. Y lleva evolucionando millones de años más.

Solo en los últimos, digamos, ¿300 años? nuestra vida no es una lucha continua por la supervivencia.

Por tanto, es normal que nuestro cerebro siga percibiendo cualquier variación en el entorno como un potencial peligro, que puede poner en riesgo nuestra existencia.

¿Y qué son los cambios? Variaciones en el entorno.

De ahí, esa inquietud, cuando no pánico abierto, ante esas alteraciones, especialmente si son drásticas: un despido, la muerte de un ser querido, una fuerte pérdida económica, un accidente, etc.

Como nos dice Antonio Damasio, en lugar de ser un lujo, las emociones son una forma muy inteligente de conducir a un organismo hacia ciertos resultados.

Hasta ahí, entonces, de acuerdo con que cambiar nos produzca cierto miedo inevitable.

Pero lo de nuestra sociedad actual raya lo patológico.

La obsesión por la seguridad y la estabilidad me parecen preocupantes, no solo para nuestra felicidad del día a día sino para la propia evolución y persistencia del ser humano como especie.

Para lo primero, porque como la seguridad absoluta es una falacia, si dejamos que todas las alteraciones de lo que consideramos la normalidad nos preocupen, nunca podremos sentirnos en calma. Siempre estaremos alerta, como si viviéramos en medio de la sabana africana.

Para lo segundo, porque si lo único que perseguimos es la comodidad, estar tranquilitos, no complicarnos la vida, ¿cómo va a conseguir el ser humano resolver los problemas que, actualmente, se han vuelto absolutamente acuciantes?

Creo que, salvo algún descerebrado de color naranja, todos estamos de acuerdo en el peligro que supone el cambio climático. Podremos discutir, eso sí, sobre su gravedad o sobre sus causas.

Y, sin embargo, ¿cuántas personas conoces que, de verdad, estén cambiando sus vidas para hacer lo posible de su parte para evitar el desastre? ¿Cuántas renuncian a sus comodidades para aportar su granito de arena?

Porque, en resumidas cuentas, no queremos cambiar. Y, además, nuestra sociedad refuerza ese instinto natural hasta el extremo.

Pero, por otro lado, hay algo llamado tecnología que se empeña en cambiar de forma acusada, rápida e incesante.

La electricidad se empezó a utilizar en hogares e industria en la segunda mitad del siglo XIX. Pero tardó varias décadas en popularizarse.

Los ordenadores personales nacieron en los setenta, pero no se hicieron habituales en los hogares hasta finales del siglo XX.

Internet nació en los noventa y ya era casi imprescindible en la primera década del siglo XXI.

Los smartphones se han popularizado en apenas 10 años.

ChatGPT alcanzó el millón de usuarios en una semana.

Estemos o no comprometidos con el movimiento, nos hace ver Seth Godin, el mundo nunca permanece precisamente como era. Insistir en ello es simplemente una pérdida de tiempo y una fuente de frustración.

Así que esa mentalidad generalizada está muy bien, pero es incompatible con la evolución de la propia sociedad.

Pero hay dos cuestiones que son todavía más importantes:

  • Por una parte, esa misma evolución, desbocada en muchos aspectos, está llevando a la sociedad que no quiere cambiar al abismo. Por tanto, revertir esa tendencia es, casi, más importante que nunca.

  • Por otro lado, el ser humano, por mucho que su instinto se lo requiera, no puede permanecer igual. O se deteriora o mejora. No existe un equilibrio indefinido si no hago nada.

Como dijo Heráclito, lo único constante en la vida es el cambio.

Y tratamos de luchar contra él cuando es nuestra única salida.

Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, decía Albert Einstein, que es la tragedia de no querer luchar por superarla.

Pregúntate, entonces, si quieres crecer profesionalmente para llegar a ser la persona que anhelas ser.

Dado que estás aquí, asumo una respuesta positiva. Y esa respuesta supone una elección personal por el cambio como forma de vida.

Como signo de progreso.

Como forma de avance hacia nuestros objetivos.

El profesional elige proyectos que le exigirán lo mejor de sí mismo, sostiene Steven Pressfield. Elige la tarea que le llevará a aguas desconocidas, que le obligará a explorar partes de sí mismo que no conocía. ¿Está asustado? Claro que sí. Está muerto de miedo.

El compromiso con nosotros mismos pasa por tomar el cambio como una certidumbre. De esas que nos generan tranquilidad. Es decir, se trata de hacer de esas variaciones del entorno la normalidad en nuestra vida.

Sobre todo, porque te aseguras de tener suerte, intentas trabajar la resiliencia de modo que, ante las posibles dificultades, estás preparado.

No existen los problemas grandes o pequeños, apunta Francisco Alcaide, existen las personas con altos o bajos niveles de desarrollo personal. A medida que tú creces, los problemas encogen.

En mi caso, he conseguido, así, que no me preocupe trabajar en diversos proyectos a la vez. Buscar alternativas constantemente. Nuevas vías de crecimiento. Nuevas aventuras.

He hecho de esa situación un hábito. Y, por ello, la inquietud prácticamente ha desaparecido. La calma reina, en general, en mi vida profesional.

Pero no te voy a engañar. Todavía hay situaciones en las que me enfrento a muchos temores. Dado que en buena parte de mi vida he tenido un concepto erróneo del fracaso, sigo magnificando las posibilidades de que una nueva aventura no vaya bien.

El camino del propio crecimiento frecuentemente implica incomodidad a corto plazo al servicio de las ganancias a largo plazo, nos recuerda Ayelet Fishbach.

En esas situaciones, me resulta muy útil preguntarme qué es lo peor que te puede ocurrir (técnica del peor escenario). Enfrentarte a esa situación, visualizándola y entendiendo que, si te has preparado, siempre hay salida.

También es útil contraponer las posibilidades de que las cosas salgan rematadamente mal con lo que te puedes perder si no te decides. Como nos hace ver Mo Gawdat, el coste de no hacer nada a menudo es más elevado que el coste de afrontar tu miedo.

Igual que al visualizar la peor situación puedes ver que no es tan grave, enfrentarte a la pérdida puede generar la motivación que te haga falta para dar ese paso que tanto temes.

Y siempre es bueno conocerse. Entender cuáles son las sensaciones que surgen en estas situaciones de temor al cambio. Etiquetarlas a medida que vayan surgiendo, intentando:

  • Por un lado, retomar la vía racional con ese ejercicio de clasificación.

  • Por otro lado, identificarlas para conocer las señales de los momentos en que crezca tu miedo y crear, cuando surjan y antes de que vayan a más, las respuestas oportunas.

Te recomiendo, de nuevo, que emprendas la vía del auto conocimiento a través de la meditación, que es la que te va a permitir centrarte en ti mismo y en esas sensaciones que quieres comprender y controlar.

Y dejo para lo último lo que, en cambio, me parece más importante: tus relaciones. Rodéate de gente que te ayude a evolucionar en las áreas esenciales de tu vida.

Que te proporcione la energía y la confianza necesaria.

No te digo que apartes de tu vida a la gente a la que le va la comodidad y la seguridad por encima de todo. Solo te digo que, cuando emprendas nuevas aventuras, no aceptes su consejo.

Aunque creas que te pueden proporcionar advertencias que debas tener en cuenta. No. Lo más que van a hacer, con la mejor intención del mundo, es llenarte la cabeza de peligros que solo existirán en la suya.

Como decía Mark Twain, soy un anciano y me he enfrentado a muchos y graves problemas, pero la mayoría nunca sucedieron. Es tipo de graves problemas son los que este tipo de personas pondrá ante ti.

En estos casos, es mejor una política de hechos consumados: informar de lo que ya está en marcha.

No te preocupes. Conforme a su forma de ser, rápidamente… se acostumbran a ello.

Dale una oportunidad a tu sueño. No te arrepentirás, nos anima Frank Gehry. No te digo que no sufrirás. No te digo que no fracasarás. Sólo te digo que no te arrepentirás.

No lo dudes: en el cambio está esa oportunidad.

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