Sí lo pienses más

Prejuicios, mentalidades y modas (un poco de contexto)

Querido lector, futuro navegante:

Nos encontramos en una época de cambios constantes. Muchos de ellos, revolucionarios. Una época en la que nos estamos dando cuenta de que hay muchas cosas que cambiar, aunque no sabemos bien cómo.

A la vez, una época de incertidumbres y de miedos, en la que se nos hace difícil tomar decisiones porque no podemos anticipar, ni de lejos, qué nos traerá el futuro.

Una época, por tanto, que nos invita más que nunca a la reflexión, a razonar sobre lo que hacemos y lo que debemos hacer.

Y, sin embargo, quizá sea la época en que menos se invita a la gente a realizar esa reflexión, porque vivimos en un mundo de inmediatez, como hemos comentado ya varias veces: un mundo de hacer, de producir, de generar resultados visibles, medibles y objetivos.

Medir no está mal, en absoluto, porque nos aleja de muchas emociones y sensaciones y activa nuestra racionalidad, pero no todo en el ser humano es medible. Todos podemos reconocer algunos resultados profundos que son muy difíciles de medir pero que, en cambio, marcan la diferencia.

¿Es fácil medir la madurez de una persona? ¿Es posible medir su felicidad? ¿Hay alguna variable que nos exprese objetivamente la integridad de los actos de un ser humano?

Sin embargo, todas estas propiedades son fundamentales para nosotros y nuestro desarrollo humano. Por ello, cuando hablamos de nosotros mismos no todo puede ser visto a los ojos de la sociedad industrial de la eficiencia (y esto lo digo yo, don optimización).

Hemos perdido de vista, con esta mentalidad, muchas de las cosas buenas que tenía la sociedad pre industrial. Algunas de ellas las estamos redescubriendo ahora, como si fueran grandes novedades pero que, en realidad, tiene miles de años de desarrollo en la tradición de muchos pueblos.

La meditación, que es la idea nuclear de este post, se lleva practicando siglos en muchos países y, en cambio, es para nosotros la enésima novedad que hemos convertido en moda, cosa que, también, nos encanta. Y al hacerse moda se reviste de un barniz de banalidad, como todas las modas.

Sin embargo, en esta práctica hay una enorme profundidad, independiente por completo de aspectos espirituales o religiosos. Una profundidad que necesitamos recuperar, hoy más que nunca, con urgencia.

Parecer que no haces nada

Porque la falta de reflexión es superficialidad pura. Tomamos decisiones basadas en el momento, no en lo que queremos hacer. Actuamos de forma impulsiva, gobernados por lo que parece más urgente en cada instante independientemente de su importancia. Nos dejamos llevar por cada decisión de otros, sin sopesar si tiene sentido para nuestras metas.

Y todo ello porque no nos paramos a pensarlo. ¿Por qué? ¿Quizá porque pensar no genera una acción terminada? ¿Porque no parece productivo? ¿Porque no nos hace sentir ocupados? Y, sobre todo, ¿porque no nos hace parecer ocupados a ojos de los demás? ¿Porque parece que no estamos haciendo nada?

Sin embargo, estar ocupados es una forma de vaguería, nos advierte Tim Ferris, de pensamiento vago y acción indiscriminada.

Pensar no solo no es una forma de hacer, sino que es la forma de hacer correctamente, de asegurarnos de que la acción siguiente que tomemos sea la correcta, como ya hemos comentado.

Pero no estamos acostumbrados a ello. Ni nosotros como trabajadores ni cuando ocupamos puestos de responsabilidad.

¿Qué piensas si ves a alguien en quietud completa, quizá mirando al infinito? ¿Crees que está siendo productivo o, por el contrario, te dan ganas de saltar de la silla y llamarle la atención inmediatamente para que se ponga a trabajar?

Por eso, cualquier método que nos implique quietud, inacción física nos genera un rechazo espontáneo. ¿Para qué puede servir estar sin hacer nada? Nos resulta contraintuitivo o, más bien, contra-pensamiento-actual, si me permites la expresión.

De hecho, hay páginas web que te proponen el desafío de no hacer nada ¡durante dos minutos! ¿Parece fácil, verdad? Pues inténtalo a ver qué tal. Ojalá me puedas dejar un comentario diciendo que no has tenido ningún problema en superar el reto.

Por el contrario, en cuanto nos paramos a pensarlo, tiene toda la lógica del mundo: pensar requiere concentración. La concentración requiere evitar distracciones. Por ello, la quietud es la mejor forma de conseguir esa concentración.

Por eso, para todos los que nos queremos sentir útiles, efectivos, la necesidad de la introspección, de dedicar un tiempo a reflexionar, a conocernos, a saber qué estamos pensando y qué debemos pensar, se hace bastante evidente.

Pero otra cosa es que seamos capaces de crear el hábito. Ahí, la fricción se puede hacer casi invencible. Las preguntas que se pueden agolpar en nuestra mente acelerada e hiperproductiva en el momento que nos paremos son infinitas.

¿Para qué vale esto? ¿Cómo no estoy haciendo esto otro que es «tan urgente»? ¿No te das cuenta de que no tienes tiempo para esto? ¿Cómo no lo dejas para luego, cuando hayas «terminado lo demás»?

Te suena, ¿verdad?

Y pasan los días y cada vez nos damos más cuenta de que vamos como pollos sin cabeza. De que necesitamos comprender por qué o para qué hacemos las cosas. De que necesitamos que nuestra mente sosiegue y se dé cuenta, en cada momento, de qué diablos está haciendo.

De que vemos pasar la vida y no sabemos qué hemos comido, a dónde hemos ido, con quién hemos hablado. Pero, eso sí, hemos hecho un montón de cosas… aunque no recordemos cuáles.

De que necesitamos dejar de sobrevolar sobre todo lo que hacemos y empezar a profundizar en ello para sacarle, de verdad, el jugo.

¿Te resultan familiares algunas de estas cosas? Para mí, representan la historia de mi vida. Una historia que, sin embargo, intento cambiar cada día.

¿Me acompañas convencido?

Bucear dentro de nosotros

Durante unos cuantos años, yo he sido uno de los que no se paraba a pensar ni muerto. Para los que estar pensando en las musarañas era casi pecaminoso. De los que siempre tenían que estar haciendo algo.

Pero ese algo tiene que ser algo físico. No puede ser estar dejando volar la imaginación, en un enfoque disperso tan útil para la creatividad, o simplemente dándole vueltas a una idea en la cabeza para intentar buscar una solución.

No puede ser un rato de despejar la mente, de estar presente sintiendo la brisa o asombrándote por el vuelo de los pájaros o los colores de un atardecer nuboso.

Tiene que ser estar produciendo algo tangible.

Sin embargo, si solo valemos para producir, ¿dónde dejamos nuestra parte humana? ¿De qué forma vamos a convertirnos en problem solvers? ¿De qué modo podemos generar innovaciones? ¿Cómo vamos a establecer mejoras a nuestro trabajo o al de nuestro equipo?

El pensamiento es la parte esencial de la condición humana. De hecho, mi experiencia profesional me demuestra que buena parte de los problemas que he encontrado en las organizaciones con las que he colaborado se han debido a que no se paraban a pensar.

Simplemente, se dejaban llevar. Seguían adelante. Ponían más horas de trabajo a hacer lo mismo y, por tanto, a cometer los mismos errores.

Si sientes que estás haciendo esto mismo, como me pasó a mí hace unos pocos años, probablemente muchas veces te hayas dado cuenta de que necesitas una forma de pararte. De concentrarte en ti mismo. De no dejar que tus pensamientos tomen el control, sino tomar tú el control de tus pensamientos.

De darte cuenta de que tú no eres tus pensamientos. De que necesitas reflexionar pausadamente, estar presente en lo que te ocurre, valorar tu contexto de forma objetiva, tomar decisiones de cambio de forma desapasionada.

Necesitas una manera de salir de tu inercia y cambiar de marcha. De potenciar tu concentración y tu grado de control a la forma en que reacciones ante lo que te viene de fuera.

Recuerda que, como he escrito muchas veces en Twitter, es de tu forma de enfrentar las cosas de la que depende tu infelicidad, tu ira, tus nervios, etc. No de esas cosas en sí.

Necesitas una manera de profundizar en ti mismo, de conocerte y de saber cómo, en un modo profundo, puedes modificar tus puntos oscuros. Si no los comprendes bien, ¿cómo pretendes hacerlo?

Necesitas la herramienta, en definitiva, que te ponga en calma y en disposición para capturar la realidad objetiva que te rodea y dar respuestas pausadas y adecuadas.

¿Cómo llamarías tú a todo esto?

Llámalo como quieras

Cuando yo me enfrenté a todas estas necesidades, sonaba ya bastante eso del mindfulness. Reconozco que he pasado, ante esta opción, por varias fases:

  • Primero, la indiferencia de quien viene de una cultura cristiana y cree que se trata de algo de las culturas budistas.

  • Segundo, el escepticismo de quien cree que se trata de la enésima moda

  • Tercero, la frustración de quien, tras informarse un poco, cree que puede haber encontrado una herramienta interesante pero se ve incapaz de controlar su inquietísima mente.

  • Cuarto, la esperanza de quien, a base de insistir y repetir, empieza a ver resultados.

  • Quinto, la confianza de quien se da cuenta de que, el día que deja de meditar, algo le falta y que muchas cosas han cambiado, curiosamente desde que practica la meditación.

No sé si te identificas con alguna de estas etapas. Quizá ni siquiera te has acercado a esta práctica, o herramienta, o como lo quieras llamar.

No soy, en absoluto, experto en la meditación, la consciencia plena o el mindfulness. Me siento en pleno proceso de aprendizaje, con un inmenso camino por recorrer. Hay ríos de tinta escritos sobre esta práctica de gente con un conocimiento infinitamente mayor que el mío.

Pero me gustaría compartir contigo todos los beneficios que he encontrado en esta práctica y algunas ideas sobre ella, que quizá te puedan servir, por una parte, para iniciarte en ella, para retomarla si, como yo, tuviste una primera experiencia fallida o, al menos, para saber qué te puede aportar, desde la experiencia de otro.

Mucha gente piensa en la meditación (es como prefiero llamarlo, pues me parece más genérico y no defiendo ninguna práctica concreta) como una forma de gestionar el estrés. Yo no lo veo así. Creo que la calma que aporta la meditación es un resultado de conseguir conocerte y bucear en ti mismo.

Pero creo que es mejor afrontar la meditación como un medio de introspección, de empezar a creer en el poder de la reflexión pausada. Un medio de hacer que tu mente se sosiegue y se centre en aquellas cosas que quieres trabajar. Como decía Horacio, de gobernar a tu mente para que ella no te gobierne a ti.

Lo primero que has de conseguir es que tu mente se dé cuenta de lo que hay a tu alrededor. De que observe el presente, no el pasado ni el futuro, que es donde nuestra mente le gusta estar. Que se dé cuenta de que hay una realidad a nuestro alrededor objetiva y presente.

Por ejemplo, que se dé cuenta cuando las hojas caen de las árboles en otoño. O de que hay una hermoso reflejo de luz en una ventana al atardecer. O del aire fresco que nos envuelve. O de los colores del cielo, de las nubes o de su ausencia. De todas las cosas a las que no prestamos atención y que pueden hacer de la vida algo realmente inigualable.

En segundo lugar, que ese algo no es, a priori, ni bueno ni malo. Es una realidad objetiva que podemos describir. Y que donde está realmente el problema es en la forma en que juzgamos esa realidad y esos hechos. Tanto hacia afuera como dentro de nosotros mismos.

Como dice Carol Dweck, la visión que adoptas de ti mismo afecta profundamente la forma en que conduces tu vida.

En efecto, la meditación te debe permitir ver tu realidad de otra manera. Darte cuenta de que muchas cosas que juzgas en ti inaceptables son de lo más normal. Darte cuenta de que tu vida está llena de aciertos que, normalmente, estás minusvalorando y de errores que, en cambio, estás maximizando en lugar de aprender de ellos y seguir adelante.

Te permite ser consciente de que, como todo el mundo, somos resultado de una serie de programas que hemos ido creando, inconscientemente, en nosotros mismos. Te permite reconocerlos y seleccionar los que quieras potenciar, los que quieras cambiar y los que quieras desechar.

¿Te das cuenta del potencial enorme que tiene ese conocimiento de ti mismo?

Estar presente te hace, por otro lado, desapasionar, porque reconduce tu mente de las divagaciones a la realidad.

De las suposiciones al ahora mismo. De los nervios de anticipar todo lo malo que puede ocurrir a la tranquilidad de que, ahora mismo, todavía no ha ocurrido. De las elucubraciones sobre lo que puede significar a la veracidad de los hechos objetivos.

La meditación es un entrenamiento mental que te permite ver la vida de otra manera y enfrentar los hechos con mucha más objetividad y menos turbulencia. De ahí que, en efecto, a la larga te permita controlar el estrés. Pero va mucho más allá, como espero que estés viendo.

He resaltado lo de entrenamiento porque una de las cosas que exigencia la práctica de la meditación es paciencia. Esta práctica se construye a base de repetir, todos los días, su práctica.

La meditación no acepta vacaciones ni fines de semana.

Lo bueno es que la meditación acaba convirtiéndose en parte de ti y, al final, como te decía antes, sientes que la necesitas. Sientes que es parte del alimento que precisas día a día, del aire que te permite seguir adelante.

El hecho de centrarte en el presente, además, te trae mucha más calma, porque en el presente no vas a encontrar tus miedos, que se construyen a partir de nuestra incapacidad de predecir el futuro, ni de tus pesares, que nacen de nuestra incapacidad de deshacer los errores del pasado.

Como dice Daniel Kahneman, ninguna cosa de la vida es tan importante como pensamos cuando pensamos en ella. Sobre todo, me atrevería a añadir, si lo hacemos dejándonos llevar por nuestra subjetividad. Esa capacidad de relativizar es la que nos trae la meditación.

Y el hecho de poner tu mente en el presente mejora, además, tu capacidad de concentración, porque te permite controlar mejor los devaneos constantes de tu mente. Te permite traerla, una y otra vez, a lo que estés haciendo en ese momento.

Pero, sobre todo, la meditación te proporciona el espacio que necesita tu mente para entender: a ti mismo, lo que sucede, lo que necesitas hacer. Proporciona el reposo necesario para empezar a ver la vida con otros ojos, tus objetivos, tu propósito, el sentido de lo que llamamos éxito.

Como nos dice Mo Gawdat, el éxito no procede de ignorar realidades desagradables. Procede del realismo y la objetividad en la comprensión de la vida con todas sus imperfecciones.

La meditación te trae ese realismo. Pone las cosas en perspectiva. Quita ese barniz emocional y profundamente absurdo que tendemos a dar a las cosas cuando no pensamos fríamente en ellas.

La meditación, en definitiva, te permite retomar el control sobre tu mente. Nada menos.

Ayer era inteligente, de modo que quería cambiar el mundo, decía Rumi. Hoy soy sabio, de modo que quiero cambiarme a mí mismo.

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