¿Tenemos que alcanzar nuestros objetivos?

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Imagina tu mundo sin objetivos (un poco de contexto)

Querido lector, futuro navegante:

Qué fácil es perder el norte. David Allen afirma que si no estás seguro de por qué estás haciendo algo, jamás le sacarás el suficiente partido. En efecto, tener claro un paraqué nos ofrece la motivación necesaria, nos permite despejar dudas y, sobre todo, nos permite concentrar esfuerzos en lo que realmente nos importa.

Si no sabemos a dónde queremos llegar es fácil que apuntemos a todo lo que se mueve y, por tanto, que acabemos no dándole a nada. Todos nuestros recursos, salvo tal vez la ilusión, son finitos y es esencial hacer un uso eficiente de ellos. Si no, es fácil que veamos pasar la vida sin que nada interesante haya pasado.

Tienes que pensar en las grandes cosas, dice Alvin Toffler, mientras haces las pequeñas, a fin de que éstas vayan en la dirección correcta.

Por tanto, a pesar del título de este post, tengo clarísimo, y así lo he defendido hasta ahora, que necesitamos tener objetivos para conducir nuestra vida profesional.

Pero nuestros objetivos de los 20 probablemente no sean los de los 30 y menos aún los de los 50. Es decir, que nadie graba sus metas en piedra. Todos evolucionamos, interaccionamos con otras personas, la vida nos plantea alternativas inesperadas y lo que antes era blanco, ahora puede tener un claro color verde.

A medida que un hombre cambia su naturaleza, nos decía Mahatma Gandhi, también cambia la actitud del mundo con respecto a él. Y esos cambios actúan, a la vez, transformando a la propia persona.

Además, esos nuevos caminos inesperados que se nos presentan pueden hacer que transformemos nuestra visión de lo que sería nuestra carrera ideal. Hay muchísimas cosas en la vida que no están bajo nuestro control y que, evidentemente, pueden alterarla significativamente.

Por eso, tenemos que ver los objetivos como una herramienta, como si se tratara de unas lentes que nos permitan enfocar la luz de nuestra vida hacia un punto al que queremos converger.

Pero tenemos que entender que esa luz puede cambiar de color e intensidad, tanto por nosotros mismos como por causas externas, lo cual es natural e, incluso, deseable. Ninguno nacemos, ni siquiera morimos, con absoluta sabiduría para tener una visión inamovible de lo que queremos en nuestra vida.

El resultadismo

Sin embargo, nuestro mundo actual está obsesionado con los resultados. Nada importa salvo llegar a la cifra. Todo lo que no sea alcanzarla es un sonoro fracaso.

Por ello, vinculamos nuestra felicidad a alcanzar esas metas, en lo que se conoce como falacia de la llegada. Así, trabajar por ellas se convierte en un cara o cruz entre una gran frustración o un chute de dopamina.

Esa obsesión es la que nos lleva a muchos a los niveles de estrés que sufrimos y que, incluso, podemos inducir en los demás. Nos lleva a ir siempre con la lengua fuera. Nos lleva, además, a que tras un objetivo logrado llega otro más exigente todavía.

Nos lleva a un cuento de nunca acabar, lo que no puede traer sino insatisfacción y nos llega a afectar física y, casi seguro, emocionalmente.

Porque, además, detrás del subidón de un éxito nos encontramos inmediatamente ante la siguiente cima a conseguir. Como decía George Saunders, el éxito es como una montaña que sigue creciendo ante ti mientras la escalas… y hay un peligro muy real de que «triunfar» te lleve toda la vida, mientras las grandes preguntas sigan desatendidas.

Porque la carrera por los objetivos puede hacernos, por otro lado, perder el norte de nuestros valores al buscar ese resultado a cualquier precio.

Poner toda nuestra atención en alcanzar un resultado puede tener el efecto contrario al perseguido: nos puede llegar a alejar de una verdadera felicidad y hacer que nuestra vida sea, simplemente, un cúmulo de momentos intensos de satisfacción rodeados de la nada.

Tener claro cómo reaccionar

Me resulta curioso pensar en la forma en que nos volvemos locos cuando llega un viernes y nos desesperamos cuando el domingo toca a su fin.

Estamos deseando que lleguen nuestras vacaciones de verano. Soñamos con ellas para, una vez se pasan, caer en la depresión postvacacional.

Hacemos, con todo ello, de nuestra existencia una montaña rusa de alegrías y tristezas, de momentos de luz y de otros de profunda oscuridad. Y, cuando pasa el tiempo, nos lamentamos de no haber sabido disfrutar más de la vida.

Pero, si te paras a pensar, la verdad es que ni las vacaciones son momentos tan sublimes ni somos tan desgraciados cuando trabajamos. Hay muchos lunes maravillosos y muchos viernes que podríamos habérnoslos ahorrado.

Es decir, que el mayor problema está en la expectativa de lo que va a ocurrir, no en la realidad de lo que, después, te ocurre. Y esa expectativa la generamos nosotros, no es algo objetivo.

La felicidad está a nuestro alcance, afirma Rafael Santandreu. El problema es que la buscamos siempre en otro lugar.

Lo mismo ocurre con los objetivos que nos fijamos. Nos generamos una expectativa sobre su consecución que nos impide ver todo lo que hay entre medias.

Pero la mayor parte del tiempo nos encontramos trabajando para lograr ese objetivo, no en la culminación del objetivo en sí. Por tanto, racionalmente tiene mucho más sentido fijarnos en toda nuestra trayectoria hacia el objetivo, en hacerla agradable, en sacar lo mejor de cada momento.

Y luego ya llegaremos y veremos qué ocurre al hacerlo. Pero, mientras tanto, que nos quiten lo bailao.

¿Realmente merece la pena penar toda la vida, o al menos parte de ella, para lograr un objetivo? Yo pensaba que sí, que había cosas cuya consecución requería, inevitablemente, una dosis de sufrimiento. Es como los ciclistas, que deben sufrir para llegar a la cima de cada puerto.

Pero me empiezo a dar cuenta ahora de que debemos diferenciar sufrimiento de esfuerzo. El ciclista se esfuerza, se deja el alma en la carretera, pero ello no hace que sufra, al menos no a nivel emocional. Al ciclista le encanta llegar a ese nivel de esfuerzo.

Para mí, escribir es una actividad no exenta de esfuerzo. Tengo que documentarme, tengo que estructurar los conceptos, identificar cuál es el mensaje clave que quiero transmitir. Pero todo ese proceso es, al final, placentero en el momento en que se convierte en un texto con el que pretendo comunicar algo valioso al mundo.

Pero si en tu empresa, por ejemplo, alcanzar una cifra de negocio se ha convertido en fuente de discusiones, en desunión entre la alta dirección y los mandos intermedios, en críticas entre los compañeros, realmente algo está fallando, porque no es esfuerzo lo que ese objetivo está demandando.

Es una comprensión más profunda de los porqués y paraqués de incrementar esa cifra de negocio, de modo que todo el trabajo, que será mucho, que nos exija el conseguirlo nos una, nos dignifique, nos haga mejores.

Que las largas horas delante del ordenador dejen en nosotros una sensación positiva de satisfacción.

Que el lunes no sea un mal día, sino otro día de crecimiento personal y comunitario.

Que el regreso de las vacaciones se convierta en un nuevo comienzo, en otra ocasión para avanzar con nuestro equipo.

Necesitamos convertirnos en yonkies del crecimiento pausado y reposado, no de la dopamina. Necesitamos estar presentes y sentir que cada pequeño paso adelante y cada pequeña acción que tomemos nos empuja a ser mejores.

Establece objetivos que te lleven a un viaje que te cambie, nos recomienda Nathan Barry.

Y, de esa manera, haremos que esos pequeños movimientos se conviertan en una satisfacción permanente, no momentánea. Y que esos pequeños esfuerzos no se transformen en sufrimiento esperado, sino en orgullo por hacernos más fuertes.

Creando tu sistema de revisiones

Realmente, nuestra solución de hoy es un complemento a tu propio sistema de objetivos, que hemos ido desarrollando en las vueltas al mundo anteriores. Un complemento que tiene, como propósito, que realices una revisión de tu sistema de objetivos con cierta periodicidad.

Yo lo suelo hacer anualmente. Creo que un año es tiempo suficiente para, por un lado, dar margen a tu trabajo a avanzar hacia las metas y que, así, le veas el brillo. Y, por otro, para dejar que la evolución de tu vida marque nuevos caminos que explorar.

Ahora bien, cualquier cambio relevante en nuestra vida profesional puede requerir, igualmente, de una reflexión y revisión de esos objetivos.

En esta revisión hay dos conceptos importantes sobre los que me gustaría detenerme:

  • Por un lado, la revisión de los objetivos es el resultado de considerar éstos no como objetos estáticos, inamovibles, sino como resultado de un proceso dinámico como es tu vida profesional.
     
    Igual que cambias de trabajo, que te puedes plantear un itinerario profesional, tus objetivos pueden (e irán) evolucionando. Por ello, si no revisas tus objetivos, puede que éstos se queden atrás respecto de tu propio proceso de maduración y evolución personal.

  • Por otra parte, tu sistema de objetivos debe marcar un camino de exploración. Hemos hablado más arriba de los objetivos como guía para enfocar tus esfuerzos. También, si recuerdas, comentamos la importancia de establecer los objetivos en términos de lo que quieres ser.
     
    Pues bien, tu sistema de objetivos debe permitirte explorar las vías para llegar a ser. Es decir, cada meta no es un salto, sino una trayectoria.
     
    Por ello, la revisión debe comprenderse como una valoración de esa trayectoria. Una revisión de los pasos dados, de las acciones tomadas para irnos aproximando, progresivamente, a nuestras metas.

Ya comentamos, además, la necesidad de hacer esa revisión cuando te sientas estancado en el progreso hacia tus objetivos. Por tanto, este proceso de revisión lo debemos hacer parte de nuestros hábitos, es decir, algo que debe incorporarse a nuestro marco mental de trabajo.

Teniendo claros, entonces, los conceptos detrás de la revisión, os propongo una manera de realizar ésta en dos pasos principales:

  • En primer lugar, necesitamos tener mediciones objetivas de cómo de cerca o de lejos estamos de nuestros objetivos. Si no somos capaces de medir esa aproximación sin generarnos dudas, la revisión no servirá de nada, porque podremos considerar que estamos avanzando correctamente o no según nuestro estado de ánimo.

  • En segundo lugar, debemos hacernos una batería de preguntas clave sobre los objetivos.

Estas preguntas tienen tres intenciones fundamentales:

  • Por una parte, asegurarnos de que la consecución de cada objetivo nos haga crecer pero, a la vez, nos lleve por un camino a través del cual podamos disfrutar. Si no es así, debemos preguntarnos si realmente merece la pena conseguir ese objetivo. Recuerda que la mayor parte del tiempo la pasarás de viaje, no en el destino.
     
    Debemos construir planes de trabajo que sean tan motivadores como el objetivo en sí. Debemos trazar rumbos e idear itinerarios que, en sí mismos, nos estimulen.

  • Por otra parte, evitar que caigamos en el sesgo del impacto y que solo nos preocupemos por los objetivos más deslumbrantes o que creamos que nos van a proporcionar mayor satisfacción.
     
    Recuerda la importancia del equilibrio en tu vida.

  • Por otra, asegurar que los pasos que estamos dando son los adecuados.
     
    ¿A qué llamamos adecuados? A que sean pequeños, para evitar que nos abrumen.
     
    A que estén bajo nuestro control.
     
    A que, y esto es lo más importante, se puedan constituir en hábitos. Piensa que queremos crecer. Si conseguimos que ese crecimiento se consolide en un hábito, se aprovechará del interés compuesto y, por ello, el crecimiento llegará a ser muy relevante.

Aunque, teniendo claras estas intenciones, seguro que a ti se te ocurren otras muchas, te dejo algunas preguntas que te pueden ser de utilidad:

¿Tenemos claro de qué forma nos ayuda a crecer profesionalmente la consecución de esta meta?

¿Cómo me siento al verme con esta meta alcanzada? ¿Cómo me estoy sintiendo al trabajar para ello?

Cuando inicio alguna tarea vinculada a él, ¿me mueve el entusiasmo o solo la fuerza de voluntad?

¿Estoy utilizando mis fortalezas para avanzar hacia ese objetivo? ¿O siento que estoy luchando conmigo mismo?

¿Puedo encontrar algún camino más sencillo para alcanzarlo?

¿Se trata, sin lugar a duda, de mi objetivo o estoy siguiendo el de otra persona u organización?

¿Hay días en que termino totalmente desanimado por la magnitud del trabajo que me queda por delante?

¿Hay algún objetivo al que, sistemáticamente, no estoy prestando ninguna atención?

¿Hay algún objetivo al que siento, por el contrario, que debería prestar atención pero que no me atrevo o no le doy la importancia suficiente para darle prioridad? ¿Por qué?

¿Hay aspectos de mi plan de trabajo con los que estoy luchando innecesariamente?

¿Cómo puedo incorporar las tareas que me acerquen a mi objetivo en mi día a día?

¿Cómo puedo reducir la fricción para llevarlas a cabo?

¿Puedo vincular mis objetivos a otros de mi grupo o comunidad?

¿Tiendo a procrastinar con alguna de las tareas que me he planteado porque me preocupa su dificultad o su extensión?

¿Dependen mis objetivos de que otros hagan ciertas cosas esenciales para alcanzarlos?

¿Dibujan mis objetivos la persona que quiero llegar a ser?

Recuerda que, muchas veces, es en hacer las preguntas adecuadas donde reside la clave. Busca tus propias preguntas y trabaja también para mejorar constantemente tu sistema de revisión.

Recuerda también que conseguir un objetivo o no puede volverse irrelevante si conseguimos que el camino recorrido nos haya hecho crecer y mejorar como personas.

El Profesor Feynmann nos proponía que exploráramos el mundo. Casi todo es realmente interesante si profundizas en ello suficientemente. Trabaja tan duro y tanto como quieras en las cosas que te gusten para hacerlo lo mejor posible.

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