Empezar por saber dónde queremos acabar

La manía de definir objetivos (un poco de contexto)

Querido lector, futuro navegante:

Es una especie de mantra de todos los consultores, gurús, expertos de productividad y otras gentes de este mundillo. Tenemos que definir objetivos. Parece que no somos nadie sin objetivos, que no tenemos futuro en nuestro mundo hipercompetitivo.

Evidentemente, esto no es así, porque nuestros objetivos o, más bien, la ausencia de ellos no hace que dejemos de ser quienes somos.

Además, ¿no es la vida más cómoda sin objetivos? No tenemos que preocuparnos de nada y todo vale. Podemos estar tranquilos con lo que tenemos. ¿Para qué necesitamos más? ¿Para qué complicarnos la vida? ¿No tenemos derecho a todo? Entonces, ¿no parece lógico sentarnos a que papá Estado nos colme de bienes? Imagino que os suena…

En España no tenemos cultura de definir objetivos. En el colegio nadie nos anima a ver a dónde queremos dirigir nuestras vidas, a cuestionarnos qué nos motiva y qué efecto queremos producir en nuestro mundo. Nuestro pequeño o gran mundo.

¿Y por qué me resulta siempre tan complicado?

Pero la realidad es que, si no tenemos objetivos, si no tenemos claro qué queremos conseguir, somos como un barco puesto al pairo. Iremos donde nos sople el aire y, ante la tormenta, nos hundiremos.

Entonces, ¿por qué la mayor parte de la gente vive sin objetivos claros en su vida? No me refiero a eso que hacemos siempre al empezar el año o al volver de vacaciones de apuntarnos a un gimnasio, hacer la enésima dieta o ese curso de inglés infalible. Me refiero a saber qué queremos ser de mayores. Me refiero a aquello que, realmente, es el destino de nuestro viaje.

El primer obstáculo ya lo hemos anticipado: en nuestro estado del bienestar se nos invita, por todos los medios posibles, a acomodarnos. A darlo todo por bueno. A que se lo curren otros. A conformarnos con pequeños caprichos como forma de contentar nuestras inquietudes.

En cambio, los objetivos nos desafían. Por eso no son cómodos. Por eso mucha gente los rechaza, porque, irremediablemente, te sacan de tu zona de confort. Te enfrentan a tus debilidades.

Además, si compartimos nuestros objetivos con personas de nuestro entorno, nos enfrentamos al riesgo de no conseguirlos y, entonces, de parecer unos fracasados. Es decir, nos exponemos a lo que piensen los demás y a lo que nosotros mismos sintamos.

El segundo obstáculo es que, muchas veces, no tengo claro qué debe ser, para mí, un objetivo. No tengo clara la diferencia entre un objetivo y lo que tengo que hacer para conseguirlo. No tengo claro cómo relacionar mis objetivos a corto plazo con los objetivos a largo. Es decir, no tengo un esquema mental claro sobre esto de los objetivos. Lógico, nadie nos ha mostrado cómo debe ser ese esquema.

El tercer obstáculo es que muchas veces nos es difícil saber realmente lo que queremos. Resulta abrumador. La pregunta de qué quiero en la vida parece algo así como el de dónde venimos y a dónde vamos. No todos tenemos eso que llaman una pasión, ¿verdad?

El cuarto obstáculo viene de la inquietud de que, una vez que tenga los objetivos, no voy a saber qué hacer para alcanzarlos. Nos falta un sistema para definir las acciones que nos conduzcan a esos logros. Así las cosas, ¿de qué me sirve plantearme nada?

Y el peor obstáculo, vinculado al anterior, es el que nos proporciona mi querido modo víctima, del que os hablaré mucho (es uno de los modos que más se ha desarrollado en mi vida y del que todavía estoy huyendo), que nos escupe a la cara la maldita pregunta: pero tú, alma de cántaro, ¿a dónde te crees que vas?

Es el modo que nos empequeñece, que nos hace sentir incapaces de alcanzar nada de lo que nuestro corazón nos susurra, a veces, y otras nos grita, que quiere fervientemente. Es el modo contra el que lucharemos a lo largo de todo nuestro viaje.

Me gustaría saber qué voy a sacar en claro

Bueno, pues con todas estas dificultades, ¿por qué merece la pena definir objetivos? ¿Para qué semejante esfuerzo?

Tenemos que tener claro, como nos indica James Clear en su indispensable Hábitos Atómicos, que, con el paso del tiempo, vamos a mejor o a peor. Pero no nos quedamos como estamos. En la vida podemos seguir desarrollándonos como personas o adoptar el modo ameba e irnos deteriorando. En carácter, en capacidades, en interacciones, en conocimientos.

Si queremos avanzar, una primera idea interesante a tener en cuenta es que tener objetivos nos enfoca. Es decir, nos dan una idea clara de a qué debemos dedicar nuestros recursos. De a qué debemos dar prioridad. De qué es lo más relevante para nosotros. Por eso son tan importantes. En nuestro viaje, son nuestra estrella polar, que nos indica a dónde orientar las velas, cómo recoger la energía que el aire nos da para avanzar.

Esto supone un cambio de mentalidad absolutamente fundamental, del modo víctima a la mentalidad de abundancia. Todas nuestras acciones las orientamos según nuestros objetivos. Todas pasan por ese filtro, que puede llegar a ser muy poderoso.

Tomar acciones sin orientar a un fin es marear la perdiz. Es decir, muchas veces hacemos por hacer, por sentirnos ocupados, por sentirnos productivos. Pero, realmente, hacemos más de lo mismo y eso nos sigue sin conducir a ninguna parte. Con el faro de los objetivos, podemos orientar con claridad lo que hacemos, cómo lo hacemos y cuándo lo hacemos.

También nos presenta qué cosas no debemos hacer. Qué hábitos debemos abandonar. Qué clientes no nos interesan. Qué tareas no aportan. Es decir, a la luz de los objetivos no solamente sumamos, sino que debemos restar. Es casi tan valioso, o me atrevería a decir que, para algunas personas, más. Porque mucha gente tiene su mochila cargada de piedras, que les impiden progresar.

En segundo lugar, al sacarnos de nuestra comodidad y nuestra seguridad, los objetivos nos invitan a sacar lo mejor que hay en cada uno de nosotros. Nos invitan a tomar el control, poniendo nuestras capacidades en juego. Nos conducen a mejorar, a crecer como personas. A no apoltronarnos. A no empeorar progresiva e irremisiblemente.

En tercer lugar, tener objetivos nos permite concretar. Si un objetivo es viajar, puedo concretar cuántos recursos necesito para viajar. Sabiendo lo que necesito para viajar, puedo establecer acciones para conseguir esos recursos. Sabiendo qué acciones he de tomar, puedo saber que competencias o conocimientos debo desarrollar. Sabiendo de qué forma debo mejorar, puedo identificar qué cursos debo hacer, a qué personas debo recurrir…

Es decir, puedo establecer claramente una colección de acciones, concretas y acotadas en el tiempo, que me lleven a ellos. Y que, como hemos dicho, son las acciones a las que debo dar una prioridad máxima.

Y, al concretar, se produce algo todavía más útil y, a veces, sorprendente: nos damos cuenta de que no es tan difícil alcanzar esos objetivos. Los pone mucho más a nuestro alcance. Incluso sin haber desarrollado la mentalidad adecuada.

En cuarto lugar, los objetivos nos abren a los cambios. Parece evidentemente que un objetivo implica una mejora. Y, a su vez, una mejora conlleva, necesariamente, un cambio. Por tanto, tener objetivos disipa, al menos en parte, nuestro miedo proverbial al cambio y nos prepara para que éste se convierta en parte normal de nuestras vidas.

Como nos dice Jim Kwik, asume riesgos: si ganas, serás feliz; si pierdes, serás sabio.

En quinto lugar, los objetivos nos permiten tener una vida integrada. Con objetivos la vida no está compartimentada en cosas buenas y malas, en cosas que odiamos y cosas que nos gustan, en trabajo y descanso. La vida con objetivos tiene solo las cosas que tenemos que hacer para llegar a donde queremos llegar. Lo demás, no tiene prioridad en nuestra vida y tiene que acabar desapareciendo.

Por último, tener objetivos nos puede, literalmente, salvar la vida. Un ejemplo claro de ello es la maravillosa y, a la vez, terrible historia que nos narra Victor Frankl en El hombre en busca de sentido. Tener un propósito da sentido a todo lo que hacemos. Saber a dónde llegaremos pone en nuestra mente la foto de un final feliz. Nos proporciona esperanza.

Tener objetivos, por tanto, es una decisión profunda. Está en la base de lo que cada uno queramos ser y, sobre todo, llegar a ser. Es una decisión entre caminos opuestos, como hemos visto. Por eso resulta tan complicado, tan aterrador. Pero por eso, igualmente, es lo primero que tenemos que hacer. Porque tomada esa decisión, nuestra vida puede empezar, de verdad, a cambiar. Radicalmente.

Como me ocurrió a mí.

Solo con lápiz y papel…

Mucha gente se ve influenciada por todas estas ideas y, armados de lápiz y papel en blanco, se ponen, llenos de ganas, a escribir sus objetivos.

Y, entonces, surgen las dudas.

El papel en blanco se convierte en un muro insalvable.

La tarea se presenta como casi imposible.

Nuestra mente es un hervidero de ideas que nos resulta imposible organizar… porque no sabemos cómo.

Y abandonamos.

Unos, tras escribir un montón de ideas sueltas. Otros, tras no escribir apenas nada.

Y lo dejamos para otro momento, en que tengamos las ideas más claras.

Pero me temo que no es un problema de nuestra mente, sino de nuestras habilidades. Como siempre, necesitamos una estructura clara y un sistema de trabajo que nos diga por dónde empezar, cómo seguir y cómo terminar la tarea.

Teniendo las cosas claras

En esta primera vuelta al mundo vamos a trabajar varias ideas para poder empezar a construir nuestros (primeros) objetivos. Será nuestra primera escala hacia el problem solving.

Primera. Cuando hablamos de objetivos, hablamos de aquello que queramos llegar a ser en nuestra vida. De lo que nosotros llamamos éxito. No se trata de «quiero hacer un viaje a Ciempozuelos». No. Se trata de «quiero conocer otras culturas, que me enriquezcan y me hagan ver la existencia desde otras perspectivas».

Tenemos que mirar más allá. Tenemos que mirar más lejos. Tenemos que pensar en aquello que, en nuestros últimos días, nos llenará de paz haber conseguido.

Segunda. Nada de limitarnos. Nada de sentirnos pequeños. Nada de dónde vas, piltrafilla. Debemos pensar en grande. Exprimirnos esa cabecita loca que Dios nos ha dado para saber qué es lo que realmente nos llama. Recuerda lo que nos decía Napoleon Hill: nuestras únicas limitaciones son aquellas que nos imponemos en nuestra propia mente.

Como propone Ramit Sethi, tenemos que jugar a la ofensiva, no a la defensiva. Pensar en lo que, realmente, va a hacer rica nuestra vida. ¡No tiene por qué ser dinero! Y os aseguro de que, a la larga, siempre nos vamos a dar cuenta de que es mucho más fácil de lo que pensábamos.

No estoy hablando de caprichos. Estoy hablando de sentirnos llenos, realizados. De sentir que, de verdad, lo hemos logrado. Lo que sea.

Como decía Einstein, si una idea no parece absurda, no hay esperanza para ella.

Tercera. Ahora bien, piensa una cosa: tus objetivos pueden, deben, crecer. Plantéate qué quieres conseguir, pero no te vayas por las ramas. Tienes que ser ambicioso, pero no querer cosas que no te van a llenar. Eso solo te generará una sensación permanente de lejanía. Simplifica. Verás cómo, a medida que te vayas sintiendo más fuerte, te atreverás con más cosas y estarás suficientemente cerca de ellas.

Cuarta. Tenemos que tener clara la diferencia entre a dónde queremos llegar, que es nuestro objetivo, y qué vamos a hacer para llegar ahí. Esas son nuestras tareas, que iremos comentando más adelante. Pero, como siempre, poco a poco.

Siguiendo el ejemplo anterior, para llegar a «conocer otras culturas…», que es el objetivo, voy a necesitar conseguir recursos económicos para los viajes, leer para conocer qué culturas me atraen más, generar más tiempo libre en mi vida, entre otras cosas. Cada uno de estos puntos, a su vez, nos va a llevar a definir, progresivamente, las tareas para conseguirlos. Ya veremos cómo.

Vamos a trabajar, por tanto, con una estructura de árbol. Un árbol que irá creciendo, paso a paso, como Dios manda. Como nosotros mismos.

Quinta. Como toda gran tarea, empecemos dividiéndola en trozos. Ésta es una de nuestras principales herramientas de resolución de problemas.

¿Cuál es la mejor manera de empezar? Pues sabiendo cuáles son las áreas que nos interesan de nuestra vida.

Para ello, vamos a emplear una estructura muy interesante que nos propone Tiago Forte y que busca dar respuesta a las siguientes preguntas (en la primera «A» de su sistema):

  • ¿Cuáles son los roles que desempeñamos o queremos desempeñar en la vida? P.e. padre, consultor, hermano, hijo, viajero, bloguero, emprendedor…
  • ¿Cuáles son los ámbitos de nuestra vida en que debemos desarrollar un estándar, una forma de actuar y/o de pensar? P.e. hábitos personales, organización de nuestro trabajo, procedimientos de mi empresa, labor comercial, definición estratégica, etc.
  • ¿Qué otras áreas nos requieren una cierta atención de manera constante? P.e. las finanzas familiares, hacer deporte, mi espiritualidad, mi propio apartamento, etc.

No es necesario que nos volvamos locos y nos tiremos semanas identificando minuciosamente todas las áreas. Es mejor preparar un primer esquema mental con lo que tengamos claro y seguir adelante. Tened en cuenta que estamos en nuestra primera vuelta al mundo. Tendremos tiempo de refinar más adelante.

Pues bien, cuando hayamos identificado todas esas áreas de responsabilidad, os propongo describir vuestros objetivos dentro de ellas. Algunas consideraciones importantes:

  • No tenemos por qué definir objetivos en todas ellas. Algunas áreas nos interesarán más que otras. Incluso puede ser que acabemos abandonando algunas de ellas.
  • Nos daremos cuenta de que algunos objetivos tocan varias áreas. Es lógico. Pensemos que todo ello es parte de nuestra vida y, por tanto, tiene todo el sentido que todo esté conectado. Incluso nos ayudará más adelante a optimizar nuestros esfuerzos.
  • Mira más allá. No se trata de lo que vas a hacer mañana por la tarde. Se trata de dar un horizonte a tu vida. Luego veremos cómo irlo trayendo al día de hoy. Como nos recomienda Chris Bailey, piensa en aquello de lo que quieras estar orgulloso. Ponte en la piel de tú yo del mañana.
  • Define objetivos accionables. Ser mejor persona es un bonito objetivo, pero no sirve para que podamos actuar para conseguir. ¿En qué ámbitos quieres mejorar? ¿Hasta dónde quieres llegar con esa mejora? Lo mismo ayudar a mi familia. ¿De qué forma los quieres ayudar? ¿En qué aspectos? ¿Hasta qué punto?
  • Define objetivos finalistas. Por ejemplo, ganar 3000 € al mes está muy bien, pero ¿para qué los quieres? ¿Has calculado tus gastos y los ingresos que necesitas para tener la vida que quieres tener? Quizá lo que quieras es poder viajar a cualquier lugar del mundo. Eso sí nos sirve para empezar a trabajar.
  • No conviene definir, al menos al principio, muchos objetivos. Céntrate en aquellos que, realmente, te ardan dentro. Aquellos con los que te sientas identificado. Aquellos que te definan como persona, como la que eres y la que quieras llegar a ser, la vida que quieras llegar a disfrutar.
  • Al definir un objetivo, intenta que sea inspirador pero, a la vez, claro. Evita las parrafadas. No tienes que explicar a nadie, más que a ti mismo, por qué pones un objetivo. Cuanto más conciso, más claro.
  • No es necesario que definas todos los objetivos de una sentada. Tómate tu tiempo. Como siempre, divide la tarea para que te resulte más fácil. Ataca un área cada día. Pero ponte una fecha para tenerlo. Asegúrate de que lo terminas. No te dejes llevar, alargando la tarea indefinidamente.
  • No busques la definición perfecta ni el objetivo ideal. Nada va a salir cñavado a la primera. De hecho, al ir escribiendo vamos a ir creando la mentalidad adecuada. Por ello, cada vez lo tendremos más fácil. Y, a cada vuelta al mundo, lo iremos refinando todo. Saldrán más cosas, no lo dudes.

¿Alguna otra idea?

Quizá la estructura que te he planteado te resulte farragosa o complicada. Si te plantea obstáculos a la hora de empezar, descártala. La trabajaremos más adelante. Si tienes claras cuáles son las áreas que más importan de tu vida, adelante con ellas. No lo dudes.

También puedes utilizar como guía este post de FacileThings, en el que tienes buenas preguntas para hacerte en relación con cómo estructurar tus objetivos.

Piensa en tu/s objetivo/s para cada área, coge una cada día, ponte una fecha tope y ¡a por ello!.

En cuanto a la forma de definir un objetivo, creo que lo ideal sería plantearlos como lo que quiero llegar a ser, la vida que quiero llegar a tener. Eso serían objetivos transformacionales, es decir, que nos cambien la vida y a nosotros mismos. Pero no nos engañemos: como a Tim Ferriss, a nadie le desagrada un Aston Martin DB9, ¿verdad? Yo lo llamo objetivos caprichosos. Si es tu caso, adelante. Pero creo, sinceramente, que esos objetivos tan materialistas, al final, no llenan una vida. Ahora bien, no me voy a poner moñas con eso. A medida que construyamos una buena mentalidad, saldrán nuevos objetivos.

Lo fundamental es que empieces. ¡A por ello!

Ideas clave

  • La mentalidad actual nos lleva a acomodarnos, no a ponernos objetivos que nos hagan progresar.
  • No podemos quedarnos como estamos. O mejoramos o, inevitablemente, empeoraremos.
  • Aparte de la falta de mentalidad, se nos hace cuesta arriba definir objetivos por la inquietud que nos produce revolucionar nuestra vida.
  • Los objetivos nos proporcionan foco para sumar o restar actividades, nos abren a las cambios, nos permiten concretar, nos mueven a sacar lo mejor de nosotros mismos y proporcionan equilibrio a nuestra vida.
  • Cuando definas tus objetivos, piensa en grande. Piensa en lo que quieras llegar a ser algún día o en lo que quieres que se convierta tu vida. Las únicas limitaciones son las que tú te pongas.
  • Estructura tus objetivos por las áreas de tu vida que sean relevantes para ti.
  • Separa a dónde quieras llegar de lo que vas a hacer para conseguirlo.
  • Sobre todo, empieza. No esperes la perfección. Simplemente, un punto de partida.

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