Tan bueno que no puedan ignorarte

Mentalidad de excelencia

Querido lector, futuro navegante:

No he podido menos de hacer otro alto en el camino y compartir contigo otra de mis visiones. Además, lo hago aprovechando un pequeño cambio de imagen que le vamos a dar al blog. Lo verás, aparte de en el icono del post, en el bloque de Ideas clave. Ya me dirás si te ha gustado en los comentarios.

La idea ha surgido tras escuchar la entrevista que Tim Ferris hizo a Cal Newport en su podcast. En ella, Cal comentaba la influencia que en sus textos ha tenido la figura de Steve Martin, en especial tras la publicación de sus memorias, Born Standing Up.

En concreto, hacía mención a una frase que el comediante dijo en una entrevista con Charlie Rose, como recomendación para futuros actores: Always be so good they can’t ignore you (siempre sed tan buenos que no puedan ignoraros). Esa frase da título, precisamente, a uno de los libros del propio Newport y a este post.

Y, antes de pronunciar su famosa frase, Martin añadía algo que, realmente, ha sido lo que me ha llevado a escribir esta entrada: Yo siempre les digo lo mismo, y no es nunca lo que ellos quieren escuchar.

¿Por qué no es lo que quieren escuchar?

¿Por qué a la gente le da miedo o no le gusta que le digan que tienen que ser realmente buenos en su trabajo?

¿Acaso es mejor la mediocridad? Me viene a la cabeza la escena de la maravillosa Amadeus, ya hacia el final, en que un descomunal F. Murray Abraham, que interpreta a Salieri, tras confesar estar detrás de la muerte de su odiado Mozart, repite, en un delirio: Mediocres del mundo, yo os absuelvo. Yo os absuelvo…

Parece que el mundo actual no quiere redimirse de ese supuesto pecado de mediocridad que quemaba las entrañas del Salieri de ficción. Parece que, por el contrario, se complace en él. ¿Es por eso por lo que no quieren escuchar el consejo de Steve Martin?

¿No queremos escucharlo tampoco los futuros navegantes?

Yo creo que sí. Creo que nosotros sí que queremos ser tan buenos que no puedan ignorarnos. Tenemos una fuerte mentalidad orientada a la excelencia. Con todas sus implicaciones, con todos sus desafíos, con todas sus dificultades.

Porque, realmente, ¿qué implica ser tan bueno?

Excelente en el compromiso

Lo primero que implica la mentalidad de excelencia quizá es lo más complicado, porque es lo que más nos exige: compromiso. Como hemos comentado en otro post, debemos comprometernos de forma absoluta con nuestra vida.

¿Qué implica, para mí, ese compromiso?

  • No acomodarte nunca. Es decir, no dar por bueno lo conseguido. Tener siempre hambre, curiosidad, sensación de que nos falta algo, de que no lo hemos descubierto todo. De que cosas nuevas y emocionantes nos esperan si sabemos buscarlas.

  • No dejar nunca de crecer. Me desagrada profundamente la expresión a mis años, ya… aplicada a cualquier cosa en la que se deba cambiar o mejorar. A mis casi 53 primaveras, sigo con inmensas ganas de crecer y mejorar cada día, quizá más que cuando tenía 30 o 40, porque estoy mucho más comprometido con mi propia vida.

  • No dejar en manos de otros el control. Ni sobre tus decisiones, ni sobre tus resultados, ni sobre tus riesgos, ni, principalmente, sobre tus responsabilidades. Tú decides, tú asumes los riesgos, tú asumes las consecuencias, sean buenas o malas. Tú afrontas tus problemas, tú los resuelves. Tú triunfas y tú fracasas. Pero, sobre todo, tú aprendes.

Como te puedes suponer, no es sencillo. Lo hemos comentado antes: no es la forma de ver la vida que se lleva.

No es simple ni suave. Idolatramos la comodidad como uno de los supremos logros. Pero la comodidad no mueve al progreso, ni personal ni de las civilizaciones. Colón no estuvo cómodo. Marco Polo, tampoco. Elcano, igual. Armstrong, en absoluto. Ninguno de ellos sabían si volverían, lo cual podemos pensar que es la suprema incomodidad.

Comprometerse tampoco es seguro. Nos hace salir de nuestra zona de confort y que nuestro cerebro, constantemente, nos mande señales de alerta. Nos hace asumir riesgos y, lo que es peor, estás dispuestos a afrontar, con nuestras propias fuerzas, la responsabilidad derivada de las consecuencias de nuestros actos.

Eso, en una sociedad profundamente irresponsable, en que cada uno hace lo que le da la gana y espera que papá Estado venga después a apañar sus ruinas.

Comprometernos no nos da tranquilidad. Nos inquieta, nos pincha, nos lleva a nuestros límites. Es más sencillo que otro decida por nosotros y limitarnos a cumplir sus dictados. Además, es lo que muchos quieren que hagamos. Que haya mentes superiores que decidan qué es lo bueno y qué es lo malo por nosotros. Por dónde debemos ir y por dónde no.

Ahora bien, no comprometerse ni siquiera contigo mismo es un billete de ida al país de la mediocridad. Es la forma idónea de ser un borrego más, en medio del rebaño, indistinguible de los demás. Es la forma perfecta de que, sin el más mínimo esfuerzo, puedan ignorarte.

Piensa en alguien que tiene los mismos conocimientos de hace 10 años. O que nos obliga a aceptar sus defectos porque no está dispuesta a cambiarlos.

Piensa en esa persona que es incapaz de tomar ninguna iniciativa. A la que le aterra cuando le encomiendas cualquier nuevo proyecto que salga de lo que está acostumbrado a hacer.

Piensa en los que rehúyen toda responsabilidad, amparándose en instrucciones de sus superiores o en errores de sus subordinados.

¿Qué te inspira ese tipo de personas? ¿De cuántas te rodearías de buen grado para trabajar?

Sobre todo, ¿es así como te quieres ver a ti mismo?

Excelente en los conocimientos

Si dejamos que la curiosidad se apodere de nosotros, es irremediable querer saber más. Hay tanto que aprender, tanto que descubrir, que es imposible no adentrarse en ello.

Esa curiosidad es la que ha movido el mundo y ha llevado al ser humano a todos sus logros. Y creo, por mucho que sea discutible, que es la falta de ella la que nos ha llevado a tantos errores como especie, como comunidad.

El afán por aprender es un ingrediente esencial de la excelencia, ya que el conocimiento:

  • Nos capacita para resolver más problemas y más complejos.

  • Nos mantiene al día en todo lo relativo a una profesión, pudiendo aprovechar lo bueno de lo nuevo y de lo tradicional.

  • Nos permite afrontar nuevos proyectos con la tranquilidad de tener las herramientas necesarias para ello.

  • Ofrece el alimento para las nuevas ideas, las innovaciones, la creatividad.

Pero la excelencia también nos enfoca: es imposible saber todo de todo. Alcanzar la excelencia en un ámbito nos aconseja sobre aquello en lo que debemos y no debemos profundizar. Dispersarnos puede ser divertido, pero no es eficaz.

Y la excelencia es eficacia y efectividad. Es buscar aprovechar nuestro limitado tiempo para sacar el máximo de él, en términos de conocer y en términos de aplicar lo conocido. De hecho, uno de los conocimientos esenciales es, precisamente, el que nos permite crear sistemas de trabajo efectivos.

El que nos permite profundizar en ellos y el que nos permite mejorarlos. Y, sobre todo, el que nos permite encajar todas las piezas: lo que sabemos, cómo aplicarlo y cómo hacerlo de la forma más idónea.

Quizá ese encaje sea la labor, a mi gusto, más hermosa. Como dice un buen amigo mío, meter todos los ingredientes en la coctelera de tu cerebro y sacar tu propio cóctel, tu propia destilación de todo lo que hayas vertido.

Y es la más enriquecedora, porque el resultante es tuyo, todo tuyo. Es tu aportación. Es el conocimiento, basado en tu propia y única experiencia, que proporcionas al mundo, a tu empresa, a tu equipo, a tu puesto de trabajo.

Excelente en el enfoque

Como seguro que muchos ya habréis experimentado, la vida es enorme. Lo decíamos antes: el conocimiento es infinito. Las cosas que se pueden hacer con él, también. Los caminos que podemos transitar, los puertos que podemos visitar en nuestro viaje como navegantes son incontables.

Sin embargo, por muy tentador que sea hacerlo todo, probarlo todo, el tiempo que tenemos es limitado. Y pretender abarcar mucho, como dice el refrán, suele llevar a apretar poco, lo cual, salvo para algunas mentes privilegiadas, es enemigo de la excelencia. Pasa con el conocimiento como con todo lo demás.

Saber, por tanto, donde poner nuestra energía y hacerlo con toda la intensidad posible es una receta segura. Y eso, como ya he comentado en otras ocasiones, implica:

  • Saber a qué dirigirnos, a través de unos objetivos y un propósito claro.

  • Saber lo que debemos evitar. Por muy brillante que aparezca a nuestros ojos. O, incluso, por muy desesperada que sea la situación.

Me gustaría detenerme un segundo en esta última consideración, porque la he vivido y he intentado aprender de ella: cuando la situación se complica, cuando las cosas no están saliendo como esperamos, es muy fácil desviarnos. Es muy fácil coger lo primero que nos llegue.

Embarcarnos en alternativas que no están alineadas con nuestro objetivo pero que parecen ser una salida.

Iniciar proyectos que no nos convencen, con clientes que no son aquellos a los que nos dirigimos.

Y todo ello lo único que consigue es hundirnos más, porque hace que dispersemos nuestras fuerzas con un rendimiento mínimo.

Decir que no es un arte, que debemos desarrollar en nuestro camino a la excelencia. Es complicado muchas veces, resulta contraintuitivo, pero es absolutamente básico para dedicarnos a lo que realmente nos va a funcionar. Para llegar a ser tan buenos como queremos.

No tenemos energía infinita. Ni tiempo. Ni habilidades. Usarlas con criterio y aplicarlas en aquellas acciones que nos aporten más valor multiplica su efecto. En esas one thing, esas acciones clave, que nos dice Gary Keller.

Y cuanto más enfocado, mejor. Es el laser focus de Kidnapp y Zeratsky. Es la acción siguiente de David Allen. Es actuar, poco a poco, pero siempre entendiendo que el siguiente paso es el más adecuado, el óptimo con la información que tengamos.

No necesitamos grandes cosas, sino avanzar de la forma más efectiva. De nuevo, efectividad.

Excelente en la perseverancia

Creer que o naces con un talento natural o no vales es una mentalidad que, como hemos comentado, es habitual en este mundo que nos ha tocado vivir. Por tanto, cuando nos enfrentamos a una debilidad, a algún capacidad que no hemos desarrollado del todo, nuestro cerebro nos presenta la salida fácil: es que no vales para eso.

Sin embargo, nos podemos hartar de leer, a través de Francisco Alcaide, por ejemplo, el ejemplo de multitud de triunfadores, en muy diversas disciplinas, cuyo mayor talento ha sido, precisamente, la perseverancia.

¿Cuál crees, por ejemplo, que es la mayor virtud de nuestro admiradísimo Rafa Nadal? ¿Cómo crees que consiguió remontar en la reciente final del Open de Australia?

Robert Greene nos habla, en su indispensable Mastery, de las 10.000 horas de práctica que son necesarias para alcanzar la maestría en cualquier ámbito.

Y también podemos constatar multitud de casos de deportistas, músicos o empresarios con un evidente talento natural a los que la falta de constancia y consistencia en el esfuerzo no les ha permitido alcanzar ninguna cota relevante en sus carreras profesionales.

La perseverancia es el escudo que nos defiende de nuestra flaqueza o de nuestros miedos.

Es el interés compuesto para todos los hábitos positivos que vayamos incorporando a nuestra vida. Lo que hace que pequeñas acciones acaben resultando en grandes cambios.

Es el bastón en el que apoyarnos para levantarnos cada vez que caigamos.

Es la cadena que nos mantiene siempre conectados a nuestros objetivos y que nos impide perderlos de vista.

Es el yunque en el que podemos golpear, una y otra vez, para forjar nuestro carácter y para templar nuestra determinación.

El viaje a la excelencia tiene, sin remedio, que tener por compañera a la perseverancia.

Personalmente, creo que debo a la perseverancia una buena parte de lo que he conseguido en la vida. ¿Cómo no voy a hablar maravillas de esta poderosísima virtud?

Excelente en las relaciones

Un concepto que me encantó de la filosofía del Dinero feliz de Ken Honda es la de la importancia de las relaciones.

El propio Ken nos dice que la energía que ponemos en el mundo, nuestras creencias y palabras y actitudes, es la energía que vuelve a nosotros. Canalizar esa energía en nuestras relaciones es la forma de que vuelva a nosotros en forma de oportunidades.

Párate a pensarlo un momento: ¿cuántas oportunidades se te han presentado recientemente? Y, de ellas, ¿cuántas han venido a través de personas que conoces y con las que, por supuesto, te llevas bien?

Mi respuesta es clara: el 100%.

Construir relaciones de confianza, de apoyo mutuo, de verdadera colaboración, es una fuente inagotable de riqueza. Y no hablo solo de riqueza material, sino de posibilidades de crecimiento, de ganar en sabiduría, de vivir la vida a través de los ojos de los demás, de comprender las cosas desde otro prisma.

Quien tiene un amigo tiene un tesoro. No puede ser más cierto. Y con los amigos de verdad, ¿esperas siempre recibir algo cuando les ayudas o les apoyas?

Pues mi recomendación es que trates a todo el mundo como amigos. Hay pocas cosas que me agraden más que poder llamar a alguien amigo. Me parece una palabra llena de connotaciones positivas y que es, para mí, una declaración de intenciones.

Soy de la teoría de que hay que tener amigos hasta en el infierno. Y, así, nos llegarán oportunidades hasta del infierno.

Si no inviertes en tus relaciones con tus clientes, con tus compañeros, con tus jefes, con tus inversores no podrás alcanzar una verdadera excelencia.

Seth Godin nos plantea, como objetivo del marketing, convertir a los extraños en amigos y a los amigos en clientes. Porque un cliente-amigo no puede ser más fiel y más enriquecedor. Para las dos partes.

Decía un amigo que vales tanto como tu agenda. Nada más cierto. Trátala como tu mayor tesoro. Trátala como una fuente inagotable de alternativas, de segundas opciones.

Excelente en la experimentación

Dice el programador Ward Cunningham que no te puedo decir cuánto tiempo se gasta preocupándose por decisiones poco importantes. Ser capaz de tomar una decisión y ver qué ocurre es tremendamente poderoso, pero significa que tienes que configurar la situación de modo que cuando algo vaya mal, lo puedas arreglar.

Desde el principio de nuestro viaje os he hablado e insistido con ir paso a paso, poco a poco. ¿Por qué?

  • Primero, porque ir despacio nos da mucho menos vértigo ante la magnitud de lo que tenemos por delante.

  • Segundo, porque los cambios progresivos son siempre más sencillos de asumir. Le generan mucha menos inquietud a nuestro cerebro protector, mucha menos carga cognitiva.

  • Tercero, porque si haces un pequeño cambio y sale mal, es sencillo revertirlo y buscar una alternativa. Son situaciones que podemos arreglar.

Equivocarse no es que sea inevitable, es que es necesario. Michael Jordan lo resumía perfectamente: he fallado una y otra vez en mi vida. Por eso he conseguido el éxito. También Michael Dell, saliéndonos del ámbito deportivo, nos decía que el fallo es un ingrediente esencial del éxito.

Por eso, el camino de la excelencia es un camino de pruebas, errores y correcciones. El propio Rafa Nadal decía recientemente que todos cometemos errores. Lo importante es que no sean muy grandes y no repetirlos.

Por tanto, para ser excelentes tenemos que haberlo intentado de manera controlada, tenemos que habernos equivocado y, sobre todo, tenemos que haber aprendido del error. La experimentación debe convertirse en parte de nuestro viaje.

Pero experimentar nos produce miedo. El error no es algo que nuestra sociedad acepte con facilidad. El error es el peligro que nuestro cerebro detecta ahora mismo, a falta de riesgos que pongan, de verdad, en apuros nuestra vida.

Así, la mentalidad experimental pasa porque las pruebas sean pequeñas y, así, los errores estén dentro de nuestro margen de tolerancia al riesgo. Es la mentalidad que asume el fallo como una posibilidad de aprendizaje, como hace el científico cuando experimenta.

Pero lo fundamental es que entendamos que necesitamos hacer esas pruebas. Ya hemos hablado de la falacia de la seguridad total. Si todo lo que hacemos es 100% seguro lo que es 100% cierto es que no daremos apenas un paso.

Inténtalo. Poquito a poco. Equivócate con tranquilidad. Aprende de tu error. Corrige el rumbo. Y vuelve a intentarlo.

Ideas clave

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