Si eres el último en hablar

Creyéndonos más fuertes

Querido lector, futuro navegante:

Hoy hago otra de mis salidas del camino para compartiros algunas reflexiones que me llevan rondando ya bastantes semanas y que creo que son bastante relevantes en nuestro camino de crecimiento personal. Sobre todo, porque son de esos temas que nos llevan a enfrentarnos a algunas de nuestras limitaciones más dolorosas. Al menos, de las mías.

Imagino que te habrá ocurrido encontrarte en medio de una conversación con unas ganas locas de intervenir. Tienes cosas que decir, tienes ideas que aportar y que crees que son importantes.

Incluso, te das cuenta de que no estás prestando atención a lo que otros dicen porque mentalmente estás componiendo tu prédica y la forma en que la vas a expresar… cuando te toque.

Te callas por educación, pero no porque estés escuchando a los otros. Lo importante, lo verdaderamente significativo, es lo que estás a punto de decir.

A mí, lamentablemente, me pasa con cierta frecuencia. Hablar, desde siempre, me hace sentir fuerte. Con mis palabras creo que voy a poder demostrar mi conocimiento y mi competencia.

Por eso muchas veces nos interrumpimos. Porque me interesa mucho más lo que tengo que decir yo que lo que tengas que contarme tú. Sobre todo, si nos embarcamos en una discusión en la que la naturaleza nos lleva a querer imponernos. Es una forma de defender nuestro territorio.

Hablar nosotros nos evita también tener que enfrentarnos con nuestros temores: ¿podría ser que no tengamos razón? ¿Podríamos tener que cambiar nuestra forma de actuar o, peor aún, nuestra forma de pensar? ¿Llevamos tiempo en un error? ¿Habremos hecho cosas inadecuadas al no estar en lo cierto? Si hablo yo, no es posible encontrarnos con esa realidad.

De siempre, hemos considerado que el líder, el jefe, es alguien a quien se tiene que escuchar primero. Por eso, hablar antes nos hace sentir más importantes. Somos nosotros los que iniciamos la conversación y, por ello, la llevamos por donde más nos interesa.

Como dice Donald Miller, todos los seres humanos se levantan cada mañana para contemplar el mundo desde la perspectiva de protagonista.

Un fin común

Sin embargo, cuando actuamos de esa manera, perdemos de vista que las relaciones profesionales, sobre todo dentro de nuestra propia compañía, deben tender al equilibrio para ser realmente útiles.

Soy un firme convencido de la potencia de las relaciones win-win entre proveedores y clientes. Cuanto más entre compañeros de trabajo. Crear un buen equipo de trabajo supone, a mi entender, crecer juntos para que cada miembro del equipo crezca.

Un proverbio africano dice que si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres ir lejos, ve acompañado.

Si aceptamos esta premisa, ¿cabe intentar imponer mi visión? ¿No escuchar a los demás? ¿Cerrar mi mente a otras formas de ver las cosas? ¿Querer siempre tener la razón?

Piensa en lo que dice Tiago Forte: tú no puedes cambiar la mente de nadie (¿te has dado cuenta?), pero podrías ser capaz de cambiar la forma en que perciben su contexto.

Entonces, ¿no es mejor crear una razón común? ¿O llegar a acuerdos con la participación y las ideas de todos?

Ken Blanchard nos dice que ninguno de nosotros es tan inteligente como todos nosotros juntos.

Pero los acuerdos no llegan si no escuchamos. Si seguimos pensando en lo siguiente que tengo que decir. Si tenemos prisa por lanzar nuestro siguiente mensaje.

Como siempre, llegan si nos obligamos a pausar y a ser curiosos.

¿Qué tiene que decir? ¿Por qué lo dice? ¿En qué se basa? ¿Qué encaje tiene con lo que yo pienso? ¿Qué encaje tiene con la situación actual? ¿Qué encaje tiene con las necesidades del grupo (sea la empresa, el departamento, el equipo de trabajo, etc.)?

La pausa nos debe llevar a esperar. Tanto como sea necesario para dar la oportunidad al otro de decir todo lo que tenga que decir. Para comprender completamente su punto de vista.

La curiosidad nos debe llevar a querer saber más sobre lo que piensa. A querer tener más información de cómo ha llegado a ese razonamiento. A querer ver cómo funcionaría en la situación actual. A querer ir al campo de juego del otro para entender bien qué reglas rigen en él.

El poder de cerrar la conversación

Durante mi vida profesional, he intentado siempre ser muy operativo. En mi mentalidad, eso quiere decir ser rápido en la toma de decisiones. Encontrar soluciones rápidas. Abordar los problemas de modo inmediato, sin dudas ni demoras.

Por tanto, la rapidez ha sido siempre para mí una gran virtud.

Pero, a la vez, muchas veces ha sido una perdición.

¿Cuántas malas decisiones habré tomado por no haberlas reposado suficiente? ¿Cuántas soluciones rápidas he tomado que, al ponerlas en marcha, han demostrado ser precipitadas o incompletas? ¿En cuántas ocasiones me he dado cuenta de que no tenía todos los datos necesarios por no haberme tomado un poco más de tiempo para recopilarlos?

Así que, con el andar del tiempo, me he concienciado de que las decisiones rápidas, por muy llamativas que puedan ser, por mucha sensación de expertise que puedan producir, son muy peligrosas.

Tener toda la información antes de llegar a conclusiones sí es una apuesta segura, aunque nos parezca que puede dar peores sensaciones sobre nosotros.

John Wooden decía que debes estar más preocupado por tu carácter que por tu reputación. Tu carácter es lo que tú realmente eres, mientras tu reputación es meramente lo que otros piensan que eres. Es mucho más importante saber que estamos tomando el camino correcto que no ofrecer una u otra imagen con nuestra forma de actuar.

Pero, para tener toda la información, es imprescindible hablar el último. De otro modo, siempre estarás precipitándote. Si no has escuchado a los demás primero, ¿cómo vas a conseguir acumular todas las perspectivas posibles de un problema?

Mantenerte callado en una conversación hasta que los demás hayan expresado su opinión te da acceso a toda la información. Te permite llegar a matices de una situación a las que, de otro modo, no habrías llegado.

Napoleon Hill nos decía que la auténtica sabiduría, normalmente, es conspicua a través de la modestia y el silencio.

Mantenerte callado, además, permite a tus interlocutores expresarse sin reservas. No has puesto encima de la mesa una opinión con la puedan colisionar, con lo que no hay conflicto al decir lo que piensen.

John D. Rockefeller, considerado el hombre que amasó la mayor riqueza de todos los tiempos, solía mantenerse callado mientras los demás hablaban, intentando recordarlo todo. Al ser preguntado por su silencio, citaba frecuentemente un poema:

A wise old owl lived in an oak, (un viejo búho vivía en un roble)

The more he saw the less he spoke, (cuanto más veía menos hablaba)

The less he spoke, the more he heard, (cuanto menos hablaba, más oía)

Why aren’t we all like that old bird? (¿por qué no somos todos como ese viejo pájaro?)

Escuchar en una conversación te abre las puertas de una enorme cantidad de información, mucha de la cual puede ser realmente valiosa tanto para ti como para todo el grupo. Así, cuando, finalmente, alces tu voz, lo que digas estará cimentado en toda la información necesaria, no solo en unos retazos de ella.

Así, cuando hables, si realmente has escuchado, las posibilidades de decir algo incoherente se reducen al mínimo.

¿Te das cuenta de la que fuerza que te da cerrar una conversación?

El arma definitiva

Pero todavía podemos ir un poco más allá. Fíjate, querido lector, futuro navegante, que he planteado dos ideas importantes:

  • Escuchar primero para hablar al final y no a la inversa.

  • Intentar forjar una razón común, una decisión unificada y consensuada entre todos.

Si estas dos ideas las combinamos con mi querida curiosidad, surge otra forma de actuar que también me gustaría compartir contigo: el hábito de preguntar.

En muchas conversaciones, después de escuchar, si realmente lo has hecho con curiosidad, con ganas de entender y conectar, es posible que tus palabras no sean para afirmar, sino para preguntar. Para indagar, para profundizar más aún en lo dicho.

Pero las preguntas se pueden convertir en armas muy poderosas cuando las usamos con dos intenciones adicionales:

  • Cuando queremos plantear una idea, podemos lanzarla a través de afirmaciones, que podrán ser conocidas o compartidas por nuestros interlocutores. O también las podemos presentar a través de preguntas, mostrando el camino lógico que nos ha llevado a elaborar ese concepto.
     
    Si la lógica es válida, tus preguntas tendrán respuestas similares en nuestros contertulios. Pero esas respuestas las habrán alcanzado ellos, no las habrás propuesto tú, con lo que tu solución será, inevitablemente, mejor comprendida y compartida.

  • Muchas veces la gente se altera. Se deja llevar por su chimpancé, como hemos comentado en otras ocasiones, y su discurso no está basado en razones sino en emociones. El Dr. Steve Peters nos recomienda que siempre nos relacionemos con el humano de los demás.
     
    Para conseguirlo, las preguntas son infalibles. Primero, porque si el otro tiene activado el modo chimpancé, no hacemos sino calmarle. Después, porque para contestar esas preguntas no tiene más remedio que activar su modo humano.
     
    Pero, muy especialmente, porque al buscar respuestas es fácil que se dé cuenta de la vacuidad de sus argumentos. De nuevo, por sí mismo, sin que nosotros hayamos hecho nada para generar tensión al decir que está equivocado.

Las preguntas siempre funcionan. Sea para recabar más información, para orientar una conclusión o para reencaminar una discusión, las preguntas siempre ponen en marcha nuestra razón. Pero, además, las preguntas nos conectan, porque generan sensación de interés, de proximidad.

Recuerda lo que nos dice Seth Godin: si nuestro objetivo es ayudar a la gente a tomar mejores elecciones, ayuda crear primero mejores sensaciones.

¿Has probado a preguntar más y a afirmar menos?

El último de la fila

Si te das cuenta, todo lo que hemos comentado hasta ahora, realmente, nos lleva a dar un paso atrás. A tomar distancia.

Recuerdo que, en mi época universitaria, me gustaba ponerme al fondo de la clase. Como broma, siempre les decía a mis compañeros que ¡al fondo hay sitio! He de reconocer que, en parte, era por no llamar la atención y que los profesores no se fijasen mucho en mí (y en lo que estuviera haciendo).

Pero, como efecto secundario que he seguido apreciando en mi vida profesional, colocarte el último de la fila te ofrece una visión panorámica de todo lo que ocurre, que no tienes si te colocas al principio.

Colocándote al fondo ves todo y a todos. Tienes acceso a todo lo que ocurre.

Es un efecto parecido al de hablar al final en una conversación. Todo tiene un origen común: elegir no querer sobresalir, sino ayudar, contribuir. Como dice el Dr. Mario Alonso, elegir iluminar y no brillar.

Muchos autores han hablado del valor de ser la persona menos inteligente en una sala. Si combinamos esta idea con todas las anteriores de este post, resulta un modelo de pensamiento bastante poco al uso, que se podría resumir en las siguientes ideas:

  • Escucha siempre antes de hablar.

  • Aprovecha tu curiosidad para capturar más información y comprenderla completamente.

  • Siempre que puedas, exprésate con preguntas para inducir nuevos pensamientos en los demás.

  • Rodéate de gente que te dé las mejores respuestas.

  • Intenta conectar siempre con los demás si lo que quieres es aportar valor.

La mejor manera de marcar el camino no es ir guiando por delante. Es dejar que los demás averigüen, por sí mismos, que el que tú has encontrado es el mejor que pueden seguir.

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