Lo importante es el camino
Querido lector, futuro navegante:
La vida continúa y el tiempo pasa. Si nos paramos a pensarlo, cosa que os recomendaré siempre, parece que se nos escurre entre los dedos de lo deprisa que avanza. Y el muy puñetero no está por la labor de volver.
Ante esta realidad, podemos volver la cabeza o sacar conclusiones. Como, por ejemplo, que no debemos desperdiciar ni un solo instante de esta vida que nos han regalado.
¿Quiere decir eso que todo tenga que ser color de rosa? En absoluto. Como hemos visto a lo largo de esta cuarta vuelta al mundo (cuatro ya, madre mía), nos vamos a encontrar a lo largo del camino con muchas caídas. Éstas nos van a acompañar siempre, sin duda.
A medida que vayamos depurando nuestra forma de trabajar, a medida que intentemos crecer en el modo en que hacemos las cosas, cometeremos errores y daremos pasos atrás. No todo será una progresión lineal hacia adelante.
Pero eso no debe ser un problema.
En nuestro mundo actual, sin embargo, sí lo es, porque vivimos apegados al resultadismo. Si no ganamos, no somos nadie. Si esto no funciona, nos desesperamos y abandonamos. Equivocarse, optar por un camino erróneo es sinónimo de fracaso, esa palabra que suena tan terrible.
No en vano, nuestro diccionario de la RAE lo define como suceso lastimoso, inopinado y funesto.
Pero, ¿qué sería realmente un fracaso? ¿Abandonar cuando las cosas no van bien o intentar hacerlas mejor la próxima vez? ¿Desesperarnos ante lo ocurrido o intentar aprender de ello? ¿Aceptar que en la vida hay momentos mejores o peores o ser intolerantes ante los segundos hasta la depresión?
Fijarnos solo en el resultado es la forma idónea de no conseguirlo nunca. En cambio, si ponemos nuestra atención en el camino hacia ese resultado, en nuestro sistema de trabajo, en hacer las cosas lo mejor posible, los resultados, inevitablemente, llegarán. Seguro.
Es decir, transformamos el resultado en una consecuencia de nuestro buen hacer diario. Pero nos fijamos en el día a día mucho más que en la ansiedad por alcanzar un objetivo concreto.
Obviamente, no estoy diciendo que no nos tengamos que marcar objetivos. Porque, dependiendo del objetivo, tendremos que emplear unos recursos u otros, necesitaremos una habilidades u otras y tendremos que trabajar en una dirección u otra.
Pero nuestra ansiedad debe ser crecer, mejorar, buscar siempre puntos en los que podamos hacer mejor las cosas. Saber cuál es el pequeño paso siguiente que nos genere un avance.
Esa visión transforma completamente los contratiempos, los errores, las adversidades, sean sobrevenidas o generadas por nuestro desacierto. Porque todos ellos se convierten en maestros que nos dan lecciones de cómo hacernos más grandes cada día.
Comprendiendo para empezar a comprender
Es curioso, pero probablemente te haya ocurrido que eres capaz de aceptar las dificultades cuando vienen de fuera. Sucesos casuales que te ponen la situación en contra, pequeños accidentes fuera de tu control, cambios que no eran posibles de predecir y que alteran tu contexto de forma adversa.
Son cosas con las que no tienes más remedio que apechugar y seguir adelante. Ya tienes suficiente experiencia como para saber que estarán siempre ahí y asumirlas casi con deportividad. Así es el fútbol.
Pero es bien distinto cuando se trata de un error propio. Cuando tenías marcado hacer x avances esta semana y la concluyes y ni tan siquiera has podido empezar. Cuando esperabas haber puesto en marcha ese hábito que crees importante pero el día a día te ha atropellado y sigues anclado en tu vieja forma de trabajar.
Y eso te lleva a desesperarte contigo mismo y a considerarte incapaz de cambiar. Incluso a asumir esta situación como inevitable e imposible de revertir. No llego, no puedo, no tengo capacidad para ello.
Toda la paciencia que tienes para los sucesos externos la pierdes contigo mismo. Toda la empatía que quieres tener con los demás no la manifiestas para tus propios errores o tus propias procrastinaciones.
¿Por qué tienes que ver las dificultades externas de forma diferente a las internas? ¿Por qué no tomas una visión consistente de todo lo que ocurra, basada en la curiosidad, las ganas de aprender y de avanzar?
¿Por qué no empleas siempre la misma mentalidad, sea cual sea el origen de lo que ocurra?
De hecho, en eso consiste verdaderamente el compromiso contigo mismo, en entender que tienes que empezar por trabajarte a ti mismo para poder transformar todo lo demás. Porque la realidad es que ahí es donde de verdad puedes hacer cosas, en ti mismo.
Eso es lo que está bajo tu control. Eso es en lo que puedes y debes esforzarte.
Pero claro, siempre nos enfrentamos al día a día, siempre a las supuestas urgencias. Siempre hay algo que parece más importante que hacer que dedicar tiempo a tu mejora, a implantar tus nuevos hábitos que te van a hacer avanzar.
Pero, al ser hábitos, tienes que darte cuenta de que llevan tiempo. De que requieren repetición. De que exigen empezar ya para ir acumulando cuando antes.
Tienes que darte cuenta. Y, para ello, tienes que pararte a pensar. Tienes que desactivar tu modo chimpancé y activar tu modo humano.
Si sigues corriendo siempre, si sigues reaccionando, seguirás desesperándote contigo mismo por no avanzar. Cuando lo único que necesitas es unos minutos de reflexión para ver las cosas claras.
Solo eso.
Eres aquello que miras
Unos minutos de reflexión. ¿De qué manera te puede impactar ese tiempo?
Pues, para empezar, porque cambia por completo tu perspectiva de dónde pones el foco. Ya no vas corriendo detrás de las cosas, sino que te adelantas a ellas. Ya no te controlan, sino que eres tú el que tomas el mando. Porque te vuelves proactivo, no reactivo.
Tomas consciencia de que lo urgente no tiene por qué ser importante. Y que lo que parece urgente no tiene por qué serlo tanto.
Despojas, con esos pocos minutos, con esa activación mínima de tu mente racional, a las cosas de la apariencia que puedan tener. Y te centras en lo que realmente es importante para ti. En aquello que te lleva a lo que te quieres convertir.
Miras hacia donde debes mirar. No estás volviendo tu cabeza constantemente a todas las alarmas con que ahora mismo nos abruman.
Piénsalo. Todos quieren que dejes de mirar en tu dirección. Todos quieren que empieces a mirar en la suya, para convertirte en parte de su maquinaria y ayudarles, aunque ni siquiera te des cuenta, a conseguir sus objetivos.
Por eso es tanto importante que te alejes de sus llamadas. Porque, en el momento actual, la tecnología les permite meterse en tu casa, en tu despacho, en el lugar en el que estés y seguir distrayéndote.
Por tanto, debes tomar la decisión consciente de tomar el control de tu tecnología, hacer de ella un aliado y no un problema. Debes pararte a pensar en todas las configuraciones por defecto que te hacen saltar de un tema a otro constantemente, a medida que llegan mensajes y avisos.
Debes comprender, en esa reflexión, en qué te puede ayudar realmente la tecnología, en que va a contribuir a que tú y tu equipo podáis avanzar en la misma dirección. Debes parar y reconfigurar a tu manera, no a la de los demás.
Debes parar para tener siempre presentes tus prioridades. Debes aferrarte a ellas y poner el foco solo en ellas.
Y eso lo consigues, simplemente, con unos pocos minutos. Pero, probablemente, los minutos que mejor vayas a emplear en toda tu jornada.
Donde está la sabiduría
En este mundo loco que nos ha tocado vivir y que, de alguna manera, todos alimentamos día a día, parece que pararse a pensar es no hacer nada. Sin embargo, ¿qué sería de nosotros si, realmente, no pensáramos? ¿Si solo nos dedicáramos a ejecutar acciones?
¿Seríamos realmente humanos?
Tenemos que convencernos de que, si queremos ser realmente diferentes en nuestro trabajo, no va a ser por la cantidad de cosas que hagamos, sino por lo que aportemos de nuevo, por lo que seamos capaces de impactar en la forma de trabajar de nuestros equipos. En definitiva, en nuestra capacidad de transformar nuestro mundo.
¿Y cómo podemos cimentar esa capacidad? Si nos fijamos en los grandes jugadores de cualquier deporte, podemos observar que el patrón común es su capacidad de hacer cosas diferentes con las habilidades comunes.
¿Por qué? Porque tienen automatizadas una cantidad tal de variantes que son capaces de enlazarlas y alternarlas creando maravillosas jugadas.
En nuestro caso, esas variantes serían las diferentes piezas de conocimiento en nuestro ámbito de trabajo. Necesitamos, por tanto, acumular cuantas más piezas, mejor, para que las podamos enlazar y conectar de forma creativa con nuestro pensamiento.
Siempre me ha encantado leer. Creo que lo he comentado varias veces. La lectura creo que excita la imaginación y el intelecto de una forma que no lo hacen los formatos visuales, que ya te dan creadas las imágenes que, de otra manera, tienes que construir por ti mismo.
Por eso, creo que la mejor manera de ir incrementando tu acervo de conocimiento es a través de la lectura. Como siempre recuerda Jim Kwik, en un libro tenemos al alcance de la mano la condensación de años de estudio de su autor.
Pero con la lectura nos pasa como con todo lo demás: siempre corriendo, siempre sin tiempo para una lectura de calidad, que no se limita a sobrevolar las palabras, sino que busca en ellas significado. Que busca respuestas o nuevas preguntas.
Pero, para esa búsqueda, es necesario dedicar espacios suficientes a la lectura, a la extracción de contenidos y, sobre todo, a su estructuración y vinculación.
Porque, como hemos dicho, la clave está no solo en acumular, sino en enlazar. En dejar que nuestra mente relacione unas ideas con otras y genere otras nuevas o produzca una nueva forma de verlas. Las propias conexiones, muchas veces, nos conducen por nuevos caminos.
Eso es imposible si solo corremos por las páginas, si no dedicamos tiempo a reflexionar sobre lo leído. Si no extraemos ideas, las organizamos y trabajamos sobre ellas.
No es un trabajo duro ni difícil. Para mí, el trabajo de pensar, de crear, de descubrir ideas dentro de otras, es el más bonito que hay.
Pero, en este mundo de carreras, es un trabajo menospreciado. Y, sin embargo, es el trabajo que nos permite construir nuestra propia sabiduría.
Volviendo al principio
Todos los días me observo a mí mismo dejándome llevar por las prisas. Todos los días veo compañeros de mi equipo con fuertes problemas para parar. Para poner la directa y sacar siempre las mismas respuestas a las situaciones.
Y, sin embargo, la mayor parte de las respuestas se acaba mostrando inútil o, al menos, insuficiente con el paso del tiempo. Por eso, mucha gente es incapaz de evolucionar en su trabajo, porque no consigue desvincularse de lo aprendido para elaborar nuevas formas.
Hay problemas que se repiten. Pero no es frecuente, sobre todo porque cada problema tiene un contexto y, quizá, su base sea la misma, pero ese contexto lo transforma y lo modifica.
Por eso necesitamos cambiar nuestras soluciones y nuestras respuestas. Por eso, una vez más, tenemos que parar, ante cada nueva situación, y realizar una evaluación de la misma para confirmar ante qué nos encontramos.
Investigar las claves. Descubrir las variables implicadas. Entender a las personas y los entornos. Descifrar dónde se encuentra, realmente, el problema.
Puede sonar a una labor ardua, larga y que nos demore a la hora de resolver. Pero la realidad es que nos recorta tiempo, evitando proponer soluciones precipitadas e ineficaces que, además, minen nuestro prestigio.
De nuevo, las prisas frente a la pausa reflexiva.
De nuevo, la inmediatez de la acción frente a la capacidad de crecimiento que nos da la reflexión.
Y aquí no interviene solo nuestra propia reflexión, sino que contribuye todo aquel implicado en el problema. Aquí extendemos nuestra propia capacidad y la compartimos con el grupo. Aquí, con el acuerdo en la búsqueda del verdadero problema, ampliamos nuestra propia capacidad y nos hacemos partícipes de la del resto.
Lejos de contraernos al contar con los demás, tenemos que entender que nos expandimos al disfrutar de sus propias capacidades y conocimiento. Lejos de parecer más débiles por buscar el acuerdo, nos hacemos mucho más fuertes en la solución alcanzada.
No es una sola mente, son muchas pensando, marcando la diferencia.
Nos volveremos a levantar
No nos vamos a engañar: habrá problemas en que nos saldrá usar la respuesta rápida. Habrá momentos en que nos sintamos perdidos. Habrá días o semanas que creamos que no hemos avanzado y tengamos cierta sensación de frustración.
Incluso, habrá momentos en que, lejos de vernos más cerca de nuestros ansiados objetivos, nos veamos más lejos.
Básicamente, todo eso ocurrirá porque somos seres humanos con un bagaje. Y ese bagaje ha generado una estructura de hábitos, cimentados en ciertas mentalidades, que tenemos que romper y recomponer.
Y eso, irremediablemente, precisa de tiempo.
En mi labor como consultor siempre me gusta decir a las empresas con las que colaboro que no hay varitas mágicas. Las cosas no van a cambiar de un día para otro. Tenemos que tener paciencia y, sobre todo, creer:
Tenemos que alcanzar la convicción plena de que estamos haciendo lo que nuestra vida nos demanda, para que llegue a ser lo que queremos que sea. Y, a partir de ahí, comprender que la clave está en el camino, no en los resultados.
Si nos centramos en seguir trabajando, seguir esforzándonos, seguir aplicando todo este cuerpo de ideas, los resultados, sin duda, llegarán.
La vida es resultado de un cúmulo de acciones, ejecutadas a lo largo del tiempo. La cuestión está en si esas acciones están bien encaminadas o no. En si las tomamos de forma deliberada, conscientes de por qué y para qué, o por inercia.
Pero, sobre todo, está en que, si no funcionan, no desesperemos: aprendamos, corrijamos y sigamos adelante.
Pon todos tus esfuerzos en el camino. En lo que haces cada día. En esas pequeñas cosas que están cambiando tus hábitos y tu forma de enfrentar los problemas. El camino del fracaso y el camino del triunfo son el mismo, nos dice el Dr. Mario Alonso Puig, aunque recorridos de una forma muy distinta.
Hazlo seguro de que, con el tiempo, notarás los resultados. Cada día estarás más cerca de aquello que buscas. Y concluirás que mereció la pena.
Te lo aseguro: merece la pena.