No te dejes para el final

Las personas responsables (un poco de contexto)

Querido lector, futuro navegante:

Me mueve a escribir este post una situación que he vivido personalmente esta semana y que me ha llevado a reflexionar, para buscar mis propias soluciones al problema de uno de mis seres más queridos.

Creo que es una situación con la que es posible que te identifiques y, por ello, lo que te quiero exponer te podría dar pistas sobre cómo enfrentarla. De hecho, me encantaría si me dejas en los comentarios cuál es tu situación concreta para poder contrastarla con la que he vivido.

Porque si estás leyendo estas líneas y, especialmente, si has llegado hasta aquí, estoy seguro de que eres lo que se llama una persona responsable. Es decir, alguien que se preocupa de su trabajo, de su familia, que siempre intenta ayudar, dar lo mejor de sí y aportar en todas las circunstancias.

Pero también es frecuente que este tipo de personas, preocupadas por todo y por todos, en cambio, no se preocupen o lo hagan muy poco por sí mismas. O que, si lo hacen ligeramente, se dejen siempre para el final.

Es decir, que tengan tiempo para el trabajo, sobre todo, para su familia o seres queridos pero nunca encuentren tiempo para sí mismos.

Esa falta de tiempo se acaba convirtiendo en un problema, porque todos sus propios problemas, todas sus carencias, todas las limitaciones que precisan resolver para convertirse en la persona que quieren quedan, sistemáticamente, pospuestos. Quedan para lo último.

Pero ese último nunca llega.

Si te vas sintiendo reflejado, al menos parcialmente, sabes que eso hace que todas esas deficiencias que sabes que tienes que abordar se conviertan en una fuente constante de frustración y de, incluso, desesperación, porque hacen que vivas la vida con miedo, dado que, en un momento u otro, las carencias surgirán y te impedirán avanzar en algunos temas.

Puede ser que en temas esenciales. Quizá lo hayas vivido.

Pero, además, como nunca tengo tiempo para mí mismo, sé que nunca puedo buscar una solución y, lo peor, me acabo creyendo que esa solución no existe. O, al menos, no existe para mí.

Y, con ello, volvemos a nuestros círculos viciosos: para que voy a intentar nada si no hay nada que funcione. Te convences, además, con fuerza de que nada funciona realmente, que son cosas para otros pero no para ti, lo cual hace más complicado salir de ahí.

Dejándote atrás

El problema viene, fundamentalmente, de una serie de ideas que tienes en la cabeza que ponen en entredicho tus objetivos y la forma en que éstos definen tus prioridades. Y eso hace que te dejes atrás respecto de tu propia actividad.

Las personas que te rodean, el trabajo, las peticiones de los demás, te atropellan. Todo se hace más importante que tú mismo. Quizá tienes la idea errónea de que pensar en ti mismo es ser egoísta o irresponsable.

Lo que dice el jefe siempre es más importante que tus objetivos, porque temes que, de lo contrario, pierdas el trabajo o el prestigio.

Y, como ya hemos visto en el post anterior, puedes perder la motivación en lo que tienes que hacer porque no es lo correcto. O, al menos, no es lo más correcto.

Buda decía que ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos. En efecto, te conviertes en tu peor enemigo, en la persona que más te frena y que más te dificulta para que puedas avanzar.

Pero, a la vez, como no dedicas tiempo a ti mismo, como no encuentras momento para reflexionar sobre qué cosas debes cambiar en tu vida, la forma errónea de actuar se convierte en un hábito, reforzado por esa creencia de estar haciendo lo más adecuado.

Entonces, cualquier idea de cómo salir se te antoja imposible. Te da miedo. No sabes bien cómo afrontarla porque no tienes costumbre. Te genera inquietud, porque, si dejas de actuar como lo estás haciendo, dejarás de ser responsable.

Tu chimpancé se activa y entra en modo huida. No quiere saber nada de eso nuevo que le propones. Da igual que no te llene, lo que estás haciendo ahora es seguro y es lo adecuado. ¿Para qué vas a dejarlo?

¿Ves la espiral y el bucle de refuerzo al que nos enfrentamos? Estamos luchando contra un hábito que, además, tiene una serie de ideas que lo refuerzan e, incluso, puede ser que esas ideas estén firmemente ancladas en la cultura de tu empresa o en lo que hayas vivido en tu propio entorno.

Querido lector, tenemos trabajo. Pero un navegante no desespera. Busca soluciones a sus problemas, ¿verdad?

Las prioridades correctas

Todos tenemos 24 horas. Ya lo hemos comentado antes. El tiempo es finito, es el que es y no hay forma de estirarlo. Por tanto, todo vuelve a ser un tema de prioridades. De decidir qué es lo realmente importante en nuestra vida.

Pero, para ello, es necesario que tengas una cosa clara: si eres siempre tu última prioridad, es imposible que tengas equilibrio en tu vida. Es imposible que estés bien. Y (como Julio Iglesias) lo sabes. Lo has sentido mil veces: no acabas de estar a gusto, como mínimo, o tienes una profunda frustración o una gran sensación de vacío, en el peor de los casos.

Y sintiéndote así no es posible que rindas al máximo. Tu motivación nunca va a llegar a su mejor nivel. Por ello, si tú no te comprometes contigo mismo no vas a aportar todo lo que quieres a los demás. Así de fácil y de claro.

Creas que puedes hacer una cosa o no, decía Henry Ford, tienes razón. Todo está en ti en primer lugar.

La clave está, entonces, en entender correctamente qué es el compromiso contigo mismo del que tanto hemos hablado. No es un compromiso egoísta, sino es un compromiso con el mundo que quieres crear. Si no empiezas por ti, ese mundo nunca llegará.

Si has tomado la decisión de comprometerte contigo mismo, aquí tienes el punto de partida.

Una última cuestión: asegurarte de que identificas y priorizas lo que sea principal en tu vida, aunque tiene que ser una decisión de un día, es la labor de toda la vida. Es otro hábito clave que tenemos que trabajar porque, si no lo construimos de esa forma, volveremos a caer en los viejos y malos hábitos y en la mentalidad destructiva.

Por ello, te tienes que dar tiempo. Otra característica de lo que yo llamo compromiso contigo mismo es que debemos aprender a ser pacientes y saber que la inmediatez es nuestro enemigo.

Rompiendo malas inercias

Una decisión de un día. Puede parecer lo más sencillo, ¿verdad? El compromiso contigo mismo parte de que tomes la decisión inequívoca de querer cambiar tu vida y, como hemos dicho, a partir de ahí cambiar la de los demás. En este orden. Una simple decisión.

Sin embargo, probablemente sea la decisión más compleja, pues supone uno de los mayores saltos al vacío que puedas dar. ¿A que lo has notado? ¿A que al leer estas líneas lo estás sintiendo?

Porque, aunque no estés a gusto con tu realidad, estás acostumbrado a ella. Con toda la seguridad que ofrece la palabra costumbre. Con toda la sensación de control.

La decisión supone romper con tu idea de que lo primero no eres tú, sino todas las otras prioridades que te vienen de fuera.

Pero, como hemos hecho otras veces, vamos a aprovechar esa sensación para emplearla en nuestro propio favor. Porque precisamente lo que necesitamos es romper y parar.

Tenemos que romper con ese ritmo de vida endiablado y desbocado. Y, al parar, tenemos que activar nuestra mente racional, nuestro sistema 2 para identificar dónde están los problemas que nos atascan.

Por tanto, deja que tu sensación de ruptura se consolide. Pero mírale el lado bueno. Aprovecha ese descoloque que te genera para hacer cosas diferentes. Esas que quizá piensas que no te van a servir. Pero, ya que has roto con lo de siempre, ponte a pensar en ellas.

¿Existe algún motivo para que a ti, solo a ti, no te funcione? ¿Tienes tú algo especial que hace que tu mente funcione de una forma diferente a los demás? ¿Encuentras un solo argumento racional que lo justifique?

Ahora que ya has activado tu mente humana, y, probablemente, te sientas un poco bobo/a por haber aceptado la opción de que nada de esto es para ti, puedes hacer un ejercicio que a mí me sirvió hace unos cuantos años y que me parece bastante efectivo.

Consiste en trabajar lo que se llama distorsiones cognitivas que, básicamente, son la forma en que malinterpretamos las circunstancias y los hechos que se producen a nuestro alrededor, a través de una serie de sesgos que nuestra mente introduce.

P.e., cuando nuestro jefe nos pide que le ayudemos en algo, podemos interpretar que es porque confía en nosotros y cree que somos los idóneos para hacer ese trabajo. Estupendo, ¿no?

Pero, lamentablemente, es igual de probable que pensemos que lo que realmente ocurre es que nuestro jefe nos quiere poner a prueba porque duda de nuestra competencia o, peor aún, porque considere que tenemos poca carga de trabajo.

Esta segunda interpretación sería una distorsión cognitiva. Y seguro que ya te has dado cuenta de que tienes una colección de ellas… como todos.

¿Crees que eso de que cualquier cosa que entre es una urgencia no podría ser una distorsión? ¿Crees que dar prioridad a todo lo que viene de fuera no puede ser otra? ¿Crees que eso de que estas cosas no son para ti no podría ser otra?

Pues bien, si te he convencido, te animo a que bucees en tu mente para identificar todas las distorsiones que te aparten de trabajar tus objetivos. Que te separen de ese compromiso contigo mismo. Que te dificulten avanzar hacia la persona que quieres ser.

Para ello, haz lo siguiente:

  • Léete el artículo que te he enlazado antes y comprende los tipos de distorsiones.

  • Siéntate con tiempo (dedícate al menos media hora) y trabaja un problema cada vez. Como siempre, tienes que escribir.

  • A continuación, describe la situación en la que ese pensamiento que te limita se produce. Cuanto más detalle, mejor, pues te permitirá identificar más distorsiones.

  • Intenta describir las emociones y los pensamientos automáticos que te vienen a la mente cuando se produce la situación. Cuanto más detalle, mejor, de nuevo.

  • A continuación, intenta identificar qué distorsiones están actuando en esa situación para generar esos pensamientos. Ojo, cada problema puede tener detrás varias distorsiones que actúan de forma combinada.

  • Conociendo las distorsiones, intenta definir respuestas racionales, es decir, ante la situación, en lugar de los pensamientos automáticos distorsionados que has identificado, define qué otros pensamientos podrían sustituirlos pero, en este caso, sin distorsión.
     
    Esos pensamientos son los que te deben permitir avanzar. Los que deben conectar con ese compromiso contigo mismo del que hemos hablado.

  • Detente un momento sobre esos pensamientos racionales. Valora tus nuevas emociones ante la situación.

Bien, ahora tenemos que implantar en tu mente, poco a poco, ese pensamiento racional como automático, para que sustituya al erróneo. Para ello, aparte de tomarte un rato a diario (con cinco minutos te valen) para revisar tus notas, es una buena opción crear una afirmación positiva, de las que ya hablamos hace un par de viajes.

Esa afirmación, ya sabes, te debe acompañar también a diario para ir implantando en tu mente el pensamiento adecuado.

Importante: vete valorando (por supuesto, por escrito) tus progresos. Haz seguimiento de tus emociones a medida que vayas implantando el nuevo pensamiento. De esa manera, te vas a convencer a ti mismo de que estos sistemas, útiles para todo el mundo, también te sirven.

Los progresos son la mejor manera de reforzarte en ese compromiso que has tomado. Porque, aparte de romper el círculo vicioso del no es para mí, ves que avanzas en el sentido que quieres y empiezas a romper todos los esquemas absurdos de que tus objetivos son incompatibles con seguir en tu trabajo, por ejemplo.

Más adelante te hablaré de otra herramienta que, para mí, es fundamental para seguir conociéndose a uno mismo pero que merece al menos un post: la meditación.

Recuerda que hemos hablado de un hábito. Por tanto, es la persistencia y la consistencia en aplicar estas técnicas lo que te va a servir. Esto es una maratón, no un sprint.

Debe ser el compromiso el que te sustente. Debe ser esa decisión la que te mantenga en marcha. Por eso, lo primero, primerísimo es tener plena convicción de que has adquirido tu compromiso contigo mismo.

Si tuviera la suerte de acompañarte en este viaje, te preguntaría una buena cantidad de veces por ello. ¿Has tomado la decisión de cambiar tu vida?

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