Un mundo de repeticiones (un poco de contexto)
Querido lector, futuro navegante:
La vida es una manifestación de a dónde fluye tu energía, nos dice Dandapani. Ahí vamos a centrar nuestra siguiente etapa: en pensar en la forma de ganar la energía necesaria para seguir el camino trazado.
Sin embargo, nuestro punto de partida puede no ser el adecuado. Lo más fácil, lo que nos pasa a todos, especialmente a partir de ciertas edades, es que hayamos creado una buena colección de manías, de malos hábitos, de respuestas automáticas que no son, precisamente, las idóneas para que podamos hacer las cosas como queremos.
Muchas de esas manías no son realmente acciones físicas, sino pensamientos que tenemos clavados en nuestra mente después de años y años de rumiarlos. En el post anterior ya hablamos de una manera de empezar a cambiar nuestra narrativa interna, a través de las afirmaciones positivas.
Pero muchos de los problemas que necesitamos resolver no se encuentran centrados en nuestra mente. En cambio, nacen de nuestra falta de orden, de disciplina (madre, qué palabra tan dura para estos tiempos), de nuestras distracciones, de nuestro caos de vida. Es decir, de algunas cosas que hacemos una y otra vez en nuestra vida, casi sin pensar.
Suelen ser pequeñas cosas, aquellas que nuestro sistema de pensamiento rápido (recuerda, de nuevo, el post anterior) puede gestionar por sí solo sin que se produzca ninguna reflexión consciente. Pero, a pesar de su simplicidad, aunque muchas veces hemos pensado e, incluso, intentado corregirlas, se nos acaba haciendo bola, lo que nos suele llevar a abandonar esos buenos deseos de mejora.
Algo parecido nos ocurre cuando lo que intentamos es crear buenos hábitos: sabemos que tenemos que hacer ejercicio, sabemos que tenemos que leer más, que tenemos que estudiar ese idioma con el que siempre andamos peleados… pero tampoco encontramos la manera de acabar lo que empezamos.
Eso nos ocurre mucho al iniciarse un nuevo año o volver de vacaciones. Parece que nos enfrentamos a un nuevo principio y nuestra mente rebosa de buenas intenciones. Por eso salen tantos anuncios en setiembre con colecciones, porque parece que todos queremos comenzar de nuevo.
No tenemos las bases adecuadas
Sin embargo, esos nuevos comienzos acaban quedándose en una más de las diecisiete colecciones de coches en miniatura que he empezado, año tras año, y que nunca consigo acabar. Creo que Planeta de Agostini debe tener millones de colecciones a medias de cosas que la gente empezó a comprar y nunca terminó.
Pero todo eso, fuera ya de broma, nos:
- Supone un lastre para avanzar, cuando se trata de quitar malas costumbres o manías. Si no soy capaz de ordenar mi casa, ¿cómo voy a trabajar eficientemente?
- Impide mejorar, cuando se trata de incorporar hábitos constructivos. Si nunca consigo salir a pasear, ¿cómo voy a poder completar el camino de Santiago que tanto me gustaría hacer?
Como nos dice James Clear en su libro Hábitos Atómicos, los hábitos son una espada de doble filo. Pueden trabajar a tu favor o en tu contra. Por tanto, parece claro que no controlar nuestros hábitos se convierte en un problema. Vivir siempre con el piloto automático nos impide:
- Ser conscientes de lo que hacemos en nuestro trabajo. ¿A quién no le ha pasado saltar de un correo a una presentación, de ésta a una Excel, y de éste a otro correo sin tener claro lo que estamos haciendo ni para qué?
- Reaccionar de forma controlada a determinados estímulos. Al ir con el piloto puesto, generamos reacciones nada ponderadas, que no suelen ser especialmente positivas y agradables para los demás.
- Recordar muchas de las cosas que tenemos que hacer. Es el típico caso de la persona que va a buscar algo en la cocina y, cuando llega a ella, ya no sabe qué había ido a buscar porque su cabeza ya está automáticamente en otros pensamientos.
- Corregir muchos de nuestros defectos, de esos que hacen la vida un poquito más difícil a nuestros compañeros de trabajo, que son, al final, respuestas inconscientes erróneas a determinados estímulos.
Por todo esto, considero básico hacer un buen trabajo con nuestros hábitos. Y cuando digo básico, me refiero a que son la base de toda mejora. El propio Clear lo explica perfectamente: un hábito atómico es un pequeño hábito que forma parte de un sistema más complejo. De la misma manera en que los átomos son los ladrillos de las moléculas, los hábitos atómicos son los ladrillos de los resultados excepcionales.
Piensa que podemos tener la mentalidad adecuada, los objetivos clarísimos pero, al final, tenemos que ponernos manos a la obra. Igual que decíamos que la acción sin dirección es ir como pollo sin cabeza, la dirección sin acción se queda en unas bonitas intenciones. Necesitamos actuar y hacerlo conforme a un sistema. Y ese sistema está formado, mayoritariamente, por hábitos.
Controlando nuestra conducta
La RAE define hábito como modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas.
Como hemos venido comentando, se trata de actos repetidos, muchos de los cuales se realizan de forma instintiva, es decir, automática, sin que haya una reflexión consciente de por medio.
Dado que nuestro cerebro está diseñado para un consumo mínimo de energía desde que surgió hace unos doscientos mil años, siempre busca responder a los estímulos externos con acciones lo más rápidas y prefabricadas posible. Es el sistema de pensamiento rápido que mencionábamos antes, conforme al modelo de Daniel Kahneman. Por tanto, la mayor parte de nuestras acciones son de tipo inconsciente.
Sí, en efecto: esto tiene una segunda derivada y es que, lamentablemente, pensar cuesta, consume bastante energía. Así nos va.
Siguiendo el razonamiento, la forma en que empleamos nuestra energía diaria está, en buena parte, condicionada por estas respuestas instintivas. Hasta el 90 por ciento de nuestro comportamiento diario se basa en el hábito. Casi todo lo que hacemos todos los días, todos los días, es simplemente hábito, nos dice Jack Hodge.
Por ello, si conseguimos crear hábitos, así entendidos, que dirijan esa parte principal de nuestra energía hacia la consecución de nuestros objetivos, obtenemos dos grandes efectos:
- Primero, que, sin esfuerzo aparente, estamos avanzando hacia nuestras metas. En efecto, al tratarse de acciones no reflexivas y, por tanto, de bajo consumo de energía, nos resultan, de alguna manera, naturales. Suena bien, ¿verdad?
- Segundo, nos permite tener consciencia de lo que hacemos… de forma inconsciente. Podemos asegurar que nuestra respuesta condicionada, siguiendo la psicología conductista de BF Skinner, es la que queremos ofrecer al mundo. Es la que nos identifica con lo que somos, como veremos más adelante.
Así pues, nuestro objetivo no deja de ser un objetivo de control. Platón nos dice que la primera y la mejor victoria es conquistarse a uno mismo. Si manejamos nuestros hábitos, si podemos moldear nuestras respuestas automáticas, tenemos una magnífica capacidad para canalizar nuestras acciones en la dirección que nosotros queramos. Ganamos una enorme capacidad de conducirnos hacia nuestro destino soñado.
En esta primera etapa, la idea está en tener una idea clara de lo que hay, de qué hacemos bien, qué no tan bien y qué bastante garrafal. Con eso claro, ya tenemos un buen paso avanzado, mucho más que la mayoría de la gente, que no sabe ni siquiera en qué se está equivocando.
Grandes cambios… pocos cambios
El ser humano actual padece, como todos sabemos, una cierta obsesión por la inmediatez. Todo tiene que estar a un clic de nosotros. Si queremos una película, un clic y la tenemos en Netflix o HBO. Si queremos cualquier cosa, entramos en Amazon o en Aliexpress y estamos a un clic de comprarlo. Si queremos saber algo, estamos a un clic de encontrarlo a través de Google.
Pero ese hábito de tenerlo todo al alcance conduce, como magistralmente explica Simon Sinek en esta entrevista con Tom Bilyeu, a la impaciencia. No podemos esperar a nada ni por nada. Si no conseguimos lo que queremos de forma rápida:
- Primero, deja de interesarnos.
- Segundo, muchas veces nos produce, al menos, disgusto, cuando no un enfado abierto y claro.
- Tercero, nos causa ansiedad. ¿Cuántas veces oímos, en nuestros días, las dichosas expresiones me estoy estresando o esto me estresa? Y, desgraciadamente, no es una forma de hablar. Es real.
Por ello, es frecuente que, cuando queremos cambiar una costumbre, tendemos a intentarlo de forma que el problema esté total y definitivamente resuelto en minutos. Venga, vale… en horas. Pero no más. Y, si no conseguimos ese éxito inmediato, abandonamos, nos damos por vencidos.
Pero lo peor es que, además, de abandonar, nos sentimos impotentes, incapaces de resolver nada. No avanzamos o, al menos, no sentimos que avancemos porque queremos que todo sea mucho más rápido. Y, con ello, es fácil que vuelva nuestra mentalidad de víctima y que la aparente falta de éxito sea otra excusa para confirmarnos que nada podemos hacer para mejorar.
He visto y sufrido en mis propias carnes muchos malos planes para cambiar o incorporar nuevos hábitos. Por ejemplo:
- Hacer un listado con un montón de cosas y querer abordarlas todas a la vez.
- Pensar que en una semanita lo vamos a tener resuelto. Un estudio de la Universidad de Londres ha llegado a la conclusión de que la media es de unos 66 días seguidos. ¿¿¿Tantoooo??? Pues sí… es nuestra naturaleza. Sustituir una respuesta por otra implica repetición, repetición y repetición, del mismo modo que unos cuantos años de repeticiones fijaron, sin quererlo, el hábito que queremos corregir.
- Pensar que, con esto que hagamos, de hoy para mañana va a cambiar nuestra vida. Me temo que, como al bambú, que se pasa años desarrollando un sistema de raíces hasta aflorar del suelo, necesitamos ir acumulando y acumulando pequeños cambios para superar un umbral crítico en que, de verdad, empezamos a observar mejoras. Recuerda: el bambú crece, a partir del momento en que sale del suelo, a una media de un metro ¡diario!
- Para vencer un hábito o implementar otro, tomar acciones que conlleven mucho esfuerzo o mucho tiempo. David Allen, por el contrario, nos recomienda utilizar la regla de los dos minutos: tomar acciones lo más pequeñas posible para empezar, que no nos lleven más de dos minutos. La clave es ir pasito a pasito, ganando pequeñísimas batallas pero que, sumadas, nos llevarán a superar ese umbral crítico que produzca los resultados que esperamos.
Como nos dice Rafael Santandreu, la dulce perseverancia es una de las más importantes claves del cambio.
Desde tu identidad a tus automatismos
Hemos visto que nuestra forma de comportarnos diariamente marca, en buena forma, la forma en que nos mostramos a los demás. Nuestra identidad reflejada.
Si recodamos de un post anterior, nos hemos planteado los objetivos como aquello que queremos llegar a ser. Es decir, nuestra auténtica identidad.
Por tanto, la mejor motivación que podemos encontrar en nuestro proyecto de mejora de nuestros hábitos es que vamos a aproximar nuestra identidad reflejada con la auténtica, para mostrarnos tal cual somos en realidad. Nuestra mejor versión.
Bien, ya tenemos un punto de apoyo. Con eso, como Arquímedes, podemos mover el mundo. Pero ahora, ¿por dónde seguimos?
El método, a mi forma de ver, más completo para empezar a trabajar con los hábitos consiste en partir de un mapa. Suena muy complejo, pero es tremendamente sencillo: basta pensar en un día cualquiera de nuestra vida y recorrerlo de punta a cabo. Empezar por el momento en que nos despertamos y, con todo detalle, ir pensando, una por una, las cosas que hacemos todos los días e, incluso, los pensamientos repetitivos que tenemos.
En esta primera fase, simplemente nos hacemos notarios de nuestra rutina. No juzgamos y, con ello, no nos hacemos trampas al solitario. Es decir, si recordamos algo vergonzoso o que nos abochorna, lo anotamos igual. Esta lista es para nosotros mismos, no para exhibirla al mundo. Así que, a apuntar tocan.
Una vez hemos llegado a la hora de dormir y ya tenemos todo apuntado, el siguiente paso es comprobar:
- Que no se nos ha pasado nada. Conviene releer la lista y visualizar cada momento de nuestro día.
- Que no haya cosas diferentes a tener en cuenta, por ejemplo, que hagamos en un día festivo y que no hagamos normalmente.
La lista debe ser lo más completa y detallada posible.
Cuando ya tenemos nuestra lista, a continuación, simplemente, hay que clasificar los hábitos. Habrá algunos que sean neutros, ni buenos ni malos. Por ejemplo, apagar el despertador o vestirnos para ir al trabajo.
Habrá otros que sean claramente positivos. Por ejemplo, lavarnos los dientes o hacer algo de ejercicio.
Y habrá otros que sean negativos. Por ejemplo, quedarnos en la cama cuando apaguemos el despertador o pensar, nada más levantarnos, que estamos muy cansados.
Es importante clasificarlos todos porque, como veremos, algunos de los hábitos positivos nos pueden ser de utilidad para eliminar o corregir otros negativos.
Ahora vamos a centrarnos en los negativos: ¿cuáles son los que, claramente, nos impiden cumplir nuestros objetivos? Por ejemplo, si queremos terminar antes de trabajar para dedicar más tiempo a nuestra familia ¿nos distraemos constantemente con el móvil? Si queremos tener una vida saludable ¿estamos comiendo galletas a cualquier hora, como reacción nerviosa?
Cuando digo claramente lo que quiero resaltar es que, para empezar, que es la etapa en la que estamos, debemos seleccionar 2-3 de los más dolorosos, es decir, de los que hagan más pupa a nuestras metas. Nada más. Recordad: ser excesivamente ambiciosos en querer corregir muchos hábitos a la vez nos acabará superando y evitando que hagamos progresos. A este efecto:
- No olvidemos la regla de los dos minutos de David Allen que hemos comentado antes.
- Tenemos que acumular, poco a poco, hasta superar el umbral crítico. Es una carrera de fondo.
Pero, como nos dice James Clear, cada acción es un paso a favor o voto por la persona en quien te quieres convertir. Nada hay, por tanto, suficientemente pequeño. Todo contribuye. Pero tenemos que tener claro que si hacemos grandes cosas que nos atasquen y nos lleven a abandonar nuestro proyecto de mejora de hábitos no conseguiremos nada.
En cambio, si nos convertimos en hormigas de modo que avancemos poco a poco, pero sin descanso, sin reparar en los obstáculos, sin abandonar jamás, iremos caminando irremediablemente hacia ese yo, hacia esa identidad que queremos que los demás vean de nosotros.
¿Por qué no empezar por incluir hábitos positivos? Pues porque si no tenemos un buen sistema no tiene sentido optimizar nada. Primero, vamos a resolver los problemas para, después, avanzar con paso firme. Parece lógico, ¿verdad? De hecho, veremos que esa va a ser la forma de actuar como problem solvers.
Saber por dónde empezar
Mapear todos los hábitos y clasificarlos es un sistema sencillo que nos puede orientar sobre:
- Cuáles son los problemas más acuciantes.
- Por dónde podemos empezar, considerando lo anterior.
- Que 2-3 hábitos podemos empezar a trabajar, para ir poco a poco, de manera progresiva, sin caer en los errores que hemos visto más arriba. Pero, a la vez, sin olvidarnos del resto de temas pendientes.
Sin embargo, si tienes claros cuáles son tus hábitos más dolorosos o, por el contrario, aquellos nuevos que más van a contribuir a proyectar tu identidad y conseguir tus objetivos, adelante, no es necesario que, para arrancar, hagas ningún mapeo.
Te puedes valer de cualquier sistema que te permita:
- Señalar, tomar conciencia de un hábito que no es positivo.
- Valorar su importancia para ti.
- Decidir, en consecuencia si procede actuar sobre él.
Eso es lo que queremos ahora mismo. Estamos en la primera vuelta al mundo de nuestro viaje, con lo que nos vale con empezar a trabajar en todos los ámbitos de nuestro sistema.
Ahora bien, te recomiendo que no dejes en el olvido el mapeado, que verás cómo te sirve para dar los siguientes pasos por la información tan completa que proporciona.
Ideas clave
- Buena parte de nuestra energía se emplea en acciones o pensamientos instintivos, bastante automáticos. Son nuestros hábitos.
- Muchas de esas acciones o pensamientos no contribuyen, en absoluto, a alcanzar nuestros objetivos.
- A su vez, hay algunas que ahora mismo no tenemos implementadas en nuestro día a día y que serían de gran ayuda.
- Por tanto, crear un sistema de hábitos que nos ayude a conseguir nuestras metas es básico.
- Como los hábitos son inconscientes, ese sistema nos permitiría tomar el control de buena parte de la energía que empleamos y canalizarla sin esfuerzo aparente.
- Nuestra forma actual de vida nos dificulta trabajar adecuadamente los hábitos, pues estamos acostumbrados a alcanzar resultados inmediatos.
- Debemos evitar hacer planes demasiado ambiciosos en los plazos o en la cuantía de los hábitos que abordemos.
- En cambio, debemos recordar la importancia de ir poco a poco, construyendo la mejora de manera acumulativa, no brusca.
- La motivación para cambiar debe venir de entender la forma en que los hábitos contribuyen a nuestros objetivos que representan la identidad que queremos mostrar a los demás.
- Una buena forma de comenzar es mapeando los hábitos y clasificarlos según sean positivos, negativos o neutros.
- De esta forma, podemos priorizar por dónde empezar, arrancar el trabajo pero, a la vez, no olvidar todo lo demás que deberemos abordar más adelante.
- Cualquier sistema que te permita tomar conciencia de tus hábitos y decidir por dónde sería igualmente válido en esta primera fase.